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Isla Navarino, el último eslabón

Isla Navarino. Cuando planifiqué este viaje siempre estuvo la posibilidad latente de ir a visitarla, pero por presupuesto se me hizo imposible, eso hasta recibir la invitación de Hiromitsu para trabajar con él en la traducción de su entrevista. A las 8 am de un día sábado descendíamos del transbordador «Yaghan» en Puerto Williams, capital de la Provincia de la Antártica Chilena, en la región de Magallanes y ubicada en el sector norte de Navarino. Una ciudad de 2000 habitantes con la particularidad de ser el último contacto con lo urbano en el planeta.

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Lo primero fue buscar alojamiento en el que para mi es el mejor hostal en el que he estado en mi vida, al cual dedicaré unas palabras más adelante. Hiro estaba en éxtasis, había viajado 3 días completos (Tokyo-Santiago-Punta Arenas-Puerto Williams) para realizar su entrevista a Cristina Calderón, la última nativa yagán pura sangre del mundo, y apuraba el paso para cumplir ese sueño.

A sólo 2 kilómetros de Puerto Williams se encuentra Ukika, una comunidad en la que habitan descendientes de yaganes y dónde reside Cristina Calderón. Siguiendo la enseñanza de sus antecesores se dedica principalmente a artesanía, reproduciendo cestos de junco y pequeñas canoas. Los yaganes poblaron las costas del Canal Beagle desde hace más de 6000 años, recorriendo en sus canoas un radio de 250 km que podía llegar hasta el mismo Cabo de Hornos. Cristina nos abrió las puertas de su casa para poder tomar el té y compartir unas palabras, en lo que fue una experiencia sobrecogedora. A pesar de no recordar mucho el idioma yamana (es la única persona que lo habla), pudo elaborar algunas frases que Hiro registró en su libreta de apuntes y nos habló sobre lo que significa ser el último eslabón de una civilización, además de sus sentimientos y culpas hacia ella misma por no criar a su descendencia bajo la cultura nativa, ya que crió a sus 7 hijos bajo la cultura blanca chilena. Hermosa charla que concluyó con un presente de parte nuestra y la sensación de haber escuchado historia pura y viva, esa que cada tanto en tanto encuentras en libros.

(Nota: La entrevista y los detalles fueron publicados en Japón en ESTE ENLACE)

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Habiendo cumplido el primer objetivo, correspondía conocer la isla. Alojábamos en el Refugio «El Padrino», hostal que está nada más al salir del muelle de carga. El valor es de $10.000 por noche (el más económico de la isla) y su dueña, Cecilia, era todo lo que el término hospitalidad significa. Ella sólo aparecía cada mañana a dejarnos pan, huevo y desaparecía. El refugio era nuestro y los 11 huéspedes que ahí dormíamos actuábamos como una familia y comíamos el centollón que Cecilia nos traía casi a diario. En este lugar conocimos a Andrés de Chile, Anne y Simon de Alemania, Andrew de Estados Unidos, Magaly y Nicolas de Francia, además de Jack y Becky de Inglaterra.

Isla Navarino es conocida por los «Dientes de Navarino», trekking que cuenta con la particularidad de ser el más austral del mundo, cosa que atrae a mucho fanático de las alturas. Decidimos esa tarde probar suerte con Hiromitsu, Irlanda y Matthias subiendo el sendero con la intención de realizar parte del trekking, haciendo una parada en la cima del Cerro la Bandera, punto que te entrega una vista inigualable del lado norte de la isla, del Canal de Beagle y de las montañas nevadas de Tierra del Fuego. Al atardecer Irlanda y Matthias descendieron a Puerto Williams y con Hiromitsu acampamos en las montañas para disfrutar del aire y el cielo de la Patagonia, cielo que esa noche nos entregó una fuerte nevada.

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De vuelta en el pueblo, con el fin de recorrer hasta el final del camino hacia el lado este de la isla, montamos bicicleta (disponibles gratis en la hostal) con Matthias hasta Caleta Eugenia, tramo que se extendió por 45 kilómetros. En el trayecto disfrutas de la inmensa geografía de la isla, que se difumina con el horizonte. Más al este se encuentra Puerto Toro, lugar que se levanta orgulloso desde 1982 como el primer asentamiento de esta parte del mapa al que sólo se puede llegar por vía marítima, y dónde se nos hizo imposible conocer.

En medio de la ruta hicimos una detención al encontrar un furgón abandonado para tomar fotos de esta especie de «Into the Wild» patagónico. Otra cosa digna de destacar es que gracias a esta salida y a la necedad de Matthias de aprender otros idiomas, me enseñó a contar hasta 20 en alemán, un idioma no fácil de aprender y que espero dominar con el tiempo.

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Al día siguiente, junto a Matthias y Andrés fuimos invitados por Irlanda y Francisco a acompañarlos a realizar sus investigaciones geomáticas a Puerto Navarino, dónde termina el camino hacia el oeste. Estando allá, tuvimos tiempo para inventar un trekking por la costa debido a que había que recargar unos generadores, esto frente a un feroz viento que nos tumbaba cada vez que soplaba. Esta caminata creada forma parte de la Ruta Escénica Navarino, la cual ofrece una síntesis del paisaje de Cabo de Hornos, y como dice su nombre, reúne entornos majestuosos de bosques milenarios, avistamiento de islas y formaciones montañosas. Destacan lugares como el cementerio indígena yagán y flora como el calafate, fruto de la Patagonia en el cual recae la tradición de volver algún día al lugar dónde la degustaste. !Y ojalá así sea!

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Finalmente, el último día fuimos junto a Andrés en búsqueda de restos militares en los bosques de la isla pertenecientes a la casi guerra de 1978 ante Argentina. Todo un museo escondido entre los árboles, en donde puedes encontrar bunkers de guerra, canchas de tiro, envoltorios o botellas de la época y hasta tanquetas.

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Mi salida de Isla Navarino fue bastante caótica, ya que el zodiac que realiza el transporte desde Puerto Navarino a Ushuaia (mi destino siguiente) dejó de trabajar debido al fin de temporada. Como posible solución me recomendaron ir diariamente al club de yates de Puerto Williams para encontrar algún capitán que se dirija a Ushuaia y que pudiese llevarme de polizón pasajero, sin mucho éxito. Cuando estaba totalmente resignado a devolverme a Punta Arenas en el «Yaghan», la suerte volvió a tocar a mi puerta, porque Jordan Mowbray de Australia aceptó llevarme a Tierra del Fuego, así que mi plan de ruta se mantenía intacto.

En definitiva, 6 días en la ciudad más austral de todas sirvieron para experimentar la sensación de tiempo infinito en una de las regiones más vírgenes del planeta. Un gran inicio de esta travesía que culminó con un gran asado de despedida con todos mis nuevos amigos, sin saber la hermosa aventura que me esperaba al día siguiente.

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