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Arte rupestre en la Cueva de Las Manos

Ya en conocimiento de la situación del cierre del paso fronterizo «Candelario Mancilla» que une El Chaltén en Argentina y Villa O’higgins en Chile, y comenzando a viajar nuevamente en soledad (cosa que no hacía hace más de 2 semanas), debía hacer ruta hacia Los Antiguos, al norte de la Provincia de Santa Cruz.

Sabiendo que debía recorrer cerca de 650 kilómetros para mi destino, comencé la marcha en cuanto aparecieron los primeros rayos de sol. Me planté a las afueras del Chaltén para hacer dedo hasta la salida de la carretera y rápidamente encontré movilización. Era mi despedida de esta hermosa villa y el comienzo de una nueva historia, un nuevo capítulo en mi apuesta por esta ruta.

Después de recorrer los 90 km que suponía la salida del pueblo, me encontré nuevamente ante la grandeza de la Ruta 40, infinita y desierta como ella misma. Estaba en medio de la nada, y me quedaría ahí por varias horas. Por suerte para mí era un día despejado y sólo corría una ligera brisa, pero a medida que pasaba el tiempo el frío se hacía presente. Trote, flexiones en el centro de la carretera, todo era opción para mantener el cuerpo caliente en la larga espera. La paciencia te pone a prueba, pero es parte de viajar de esta manera. Finalmente, un par de cazadores ilegales de choiques me recogieron, quiénes disparaban desde dentro del vehículo (!) cada vez que veían un espécimen al costado de la carretera, por suerte sin suerte para ellos. La necesidad tuvo cara de hereje y junto a ellos avancé otros 40 kilómetros hasta la entrada de Tres Lagos.

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Es en estos momentos dónde agradeces la gente que se cruza en tu camino, porque ni 5 minutos llevaba caminando por las afueras de Tres Lagos cuando me recogió un furgón conducido por Felipe, joven brasileño que se dirigía a su natal Sao Paulo desde Puerto Natales, dónde trabajaba. Pero eso no era todo, porque en la parte trasera del furgón se encontraba Natalie y Artyom, dos israelíes que había conocido días antes en El Chaltén y que precisamente habían tomado una recomendación mia de hacer dedo para ahorrar unos pesos. Las hermosas coincidencias de la vida, ¿no? Ahora estábamos los cuatro en la misma cruzada para llegar a Los Antiguos y cruzar a Chile.

La ruta 40 nos ofrecía infinidad de guanacos, corderos, vacunos y algunos choiques que de pronto se cruzaban frente al furgón. Es parte de los riesgos de transitar esta interminable carretera. En el horizonte sólo divisábamos meseta y pampa, un entorno desértico que nos acompañaría por toda la estadía en este lado de la Argentina. Al oscurecer la primera noche, paramos para armar el campamento en Bajo Caracoles, una pequeña villa conocida en el país por ser el punto más cercano a otro de mis lugares para conocer antes de morir y declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, la Cueva de las Manos.

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Esa noche no necesité demasiado esfuerzo para convencer al grupo de visitar la cueva. Eran 45 km de desvío, dónde la mayor complicación era el camino de ripio inestable que explotaba los límites del Suzuki. Mientras los israelíes aún dormían plácidamente en la parte trasera, me correspondió a mí ser el copiloto de esta sección de viaje, hasta alcanzar el hermoso cañón del Río Pinturas, lugar dónde hace 9000 años los nativos impregnaron su arte rupestre en los muros.

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Tras pagar la entrada de 80 pesos argentinos, una guía nos recogió y nos condujo hacia un costado del cañadón, de 150 millones de años. La ubicación del mismo es privilegiada para el desarrollo de vida, ya que posee fuentes de agua, protege de elementos como el viento y la lluvia, y es una zona abundante de animales silvestres para la alimentación, como guanacos, zorros silvestres y pumas, por lo que era ideal para las ocupaciones humanas en la antiguedad.

Al adentrarte en el sendero te comienzas a encontrar con los primeros dibujos de los nativos, que datan de hace 9 milenios atrás. Aparecen las primeras manos, los primeros animales y sus respectivos cazadores. La guía te instruye sobre las distintas tonalidades de los muros, colores creados al moler minerales obtenidos de sedimentos de la zona, que mezclaban con alguna sustancia aglutinante y yeso para adherir la pintura a la roca. Elementos como la tierra verde, el óxido de manganeso carbón vegetal molido, la natrojarosita, entre otras, dan el especial colorido a la Cueva de las Manos.

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Ayelén, la guía del lugar, te entrega todos los supuestos significados de los dibujos, los que continúan en estudio hasta la actualidad. La continuación del recorrido transcurre por el arte más moderno de los nativos, entre 5000 y 2000 años de antigüedad, dónde se encuentran notables cambios en relación a los dibujos primitivos. Qué hermosa manera de decirle al visitante «Yo estuve aquí».

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En fin, una experiencia que te muestra in-situ la evolución de la especie a través de los milenios. Un maravilloso panorama que te hace sentir más cerca de la raza humana, de nuestros ancestros y de cómo dejar huella a través del tiempo. Felicidades a quiénes mantienen un lugar así en tan buen estado, ya que lo cuidan y trabajan como la joya histórica que es.

Era hora de volver a la Ruta 40, en dirección a Chile, para la tercera y última parte de este viaje, la Carretera Austral.

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