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Carretera Austral Parte II: El sueño de visitar Tortel

Cumplía 5 semanas de viaje, casi en su totalidad estando en compañía de alguien. El inglés se había convertido en mi primer lenguaje gracias a Hiro de Japón, Andrew de Estados Unidos y la pareja israelí de los últimos días, mis «partners» hasta la fecha. Desde Puerto Río Tranquilo, comenzaban mis tiempos viajando en soledad con un primer gran objetivo, alcanzar la Caleta Tortel.

A la salida de Puerto Tranquilo (en las afueras del cementerio, específicamente) me ubiqué para hacer dedo al sur. Me separaban 115 kilómetros de camino en ripio para alcanzar la comuna de Cochrane, punto medio de llegada a Tortel. La vista del lugar era asombrosa y una pequeña llovizna se hacía presente, junto a un gigantesco arcoiris. Tras un par de horas, y ya bajo una permanente lluvia, una pareja me salvó de perder un día y me recogieron en dirección a su hogar, que para mi suerte era la caleta de mis sueños. ¿Les he contado lo afortunado que he sido en este viaje, cierto?

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A Cochrane habíamos llegado de noche, así que la otra mitad del viaje a Tortel se hizo en la completa oscuridad, sin tener la oportunidad de admirar el paisaje recorrido. Se notaba, eso sí, que la carretera era complicadísima, de las más peligrosas en las que he andado (peor aún considerando la hora). Llegamos a la caleta a medianoche. Caminé ciegamente por unas pasarelas muy resbalosas debido a la escarcha y me acomodé en una cabaña que me proveyó la pareja que me trajo hasta acá. Miré por la ventana y sólo divisé la luz de un faro, rodeada por las tinieblas. Esa noche ni dormí, sólo quería que amaneciera, cosa que en la Patagonia no sucede muy temprano en el mes de Mayo.

A la mañana siguiente miré por la ventana nuevamente, suspiré, me pellizqué y salí a la puerta de la cabaña. El sueño se había convertido en una realidad, estaba pisando suelo en la Caleta Tortel. El día estaba nublado, las aguas se mostraban de un tono café y verdoso, y mi cabaña me entregaba una vista privilegiada del sector bajo del pueblo.

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La vista desde mi ventana

Tortel es una comuna única en Chile. Emplazada en el delta de la desembocadura del Río Baker, todas las calles y el cemento en ella han sido reemplazadas por una extensa red de pasarelas construidas en ciprés de las guaitecas, por lo que ha sido clasificada como Zona Típica. A pesar de que en ella viven sólo 600 personas, la caleta es bastante extensa, y como existe únicamente una avenida de pasarelas que cruza todo el pueblo, la gente que vive más alejado debe caminar más.

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Gracias a mi buen amigo Pablo de San Pedro de la Paz, conocí a Javiera, quién vive en Tortel hace un tiempo y que fue muy gentil en presentarme a sus amigos durante mi estadía allá. En el primer día recorrí el sector alto del pueblo, dónde encuentras el espacio delimitado para el estacionamiento de los vehículos, y luego hice el trekking correspondiente al cerro La Bandera, en que aprecias la bahía Tortel, el Río Baker y la panorámica de su posterior desembocadura.

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En el segundo día fue el turno de visitar el sector bajo de la caleta, recorriendo las pasarelas que bordean la bahía Tortel, y llegando al centro, dónde se ubican los edificios públicos y el embarcadero. En esta salida comprobé, nuevamente, la amabilidad de la gente de la Patagonia, pero en particular me llevé una impresión especial de la gente de este pueblo. En cada ocasión que te pueden apoyar o acoger con algo, de seguro lo harán. Muestra de esto es el hecho de mi salida a comprar pan para el desayuno y terminar siendo invitado a dos hogares de locales para desayunar con ellos y hablarles de mi aventura.

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El tercer, y último día, fue para recorrer los últimos sectores restantes de la caleta. Uno de ellos es Playa Ancha, dónde se encuentra el monumento a los primeros habitantes de Tortel. El otro es Junquillo, punto mas cercano a la desembocadura del Baker, en el cual pude sentarme durante un extenso momento frente a las aguas para perpetuar el momento, para dar fe de que lo que había estado viviendo los últimos días no había sido un sueño. Momento de reflexión y de esas sonrisas de satisfacción infinita.

A pesar de no haber podido ir a la Isla de los Muertos, que es una de las atracciones principales de la zona, siento que me traje de Tortel la parte espiritual, de haber podido compartir con su gente, con otros viajeros extranjeros y con la gente que trabaja en el pueblo y para el pueblo. Al salir de mi hogar había considerado conocer 8 lugares de vital importancia y con Tortel había cumplido esa meta. Sólo quedaba celebrar aquello con enchiladas mexicanas junto a Javiera y sus amigos, y volver a mi cabaña por las míticas pasarelas de la caleta, a plena madrugada, y sólo con la compañía de la luz de la luna.

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