Mis días en Chile habían acabado por un tiempo. Era hora de la segunda parte de este viaje – Provincia de Santa Cruz en Argentina – y era hora de dejar Puerto Natales. Junto a mi aún compañero Andrew tomamos un bus en dirección a Río Turbio para cruzar la frontera y desde este punto decidimos, en común acuerdo, no pagar más por transporte. Era hora de hacer dedo, autostop o Hitchhike. Esta decisión no es en pleno para ahorrar plata, sino que para agregar el factor incertidumbre al viaje y no tener que llegar necesariamente del punto A al punto B, estando abierto a cambios en la ruta mientras compartes anécdotas con los mismos conductores.
A la salida de Turbio y tras 25 minutos nos recogió Diego, profesor de inglés perteneciente a una iglesia evangélica, quién nos invito a un almuerzo en la localidad de 28 de Noviembre, un pequeño pueblo carbonífero en la provincia de Santa Cruz. Nos presentaron ante una clase con pequeños niños a quienes les enseñaban sobre redes sociales y bullying, para luego jugar y compartir con ellos. Hubiesen visto mi expresion al volver a tocar un balon de basquetbol, era de locos, misma expresión que los niños tenían al poder practicar su inglés aprendido en la escuela con el nativo Andrew.
Una maravillosa visita y una hermosa labor la de Diego y su grupo, formando las bases del futuro del pueblo y un placer para nosotros el haber participado. Tras ese sábado en la escuela, volvimos a la carretera para continuar con nuestra aventura.
No fue fácil conseguir aventón a El Calafate. Oscurecía, llovía, pasaban las horas y nada, hasta que la suerte volvió a estar de nuestro lado, ya que David y su camión de agua iban exactamente hacia el mismo lugar. Fueron cinco horas de viaje que se hicieron cortas comparando la cultura chilena y la argentina, mientras rodábamos por la eterna Ruta 40.
Llegamos tarde a El Calafate y nos hospedamos en el Hostel Huemul dónde estaban Lisa y Jason, además de Antonio, portugués que también habíamos conocido en Torres del Paine. Preparamos mochilas y fuimos a dormir pensando en que la mañana siguiente visitaríamos la mayor atracción de la ciudad, el Perito Moreno.
No por nada a El Calafate le llaman la Capital Nacional de los Glaciares en Argentina, dado que a sólo 90 minutos hacia la cordillera te encuentras el glaciar mas famoso del país, el quinto más grande de la Patagonia y uno en mi lista de lugares para conocer antes de morir. El imponente Perito Moreno en el Parque Nacional Los Glaciares. Era ahí dónde empinábamos rumbo.
El clima se puso adverso en el trayecto. Corría un fuerte viento y la lluvia de la mañana dio paso a una fuerte nevada, sin tregua para los cientos que nos dirigíamos al Glaciar. Ya en los kilómetros previos a llegar, y tras haber pagado la entrada al Parque Nacional de 215 pesos argentinos, podías observar parte de ese gigante de hielo en las aguas del Lago Argentino. La estadía en el Parque para quiénes toman el tour es de aproximadamente 4 horas, por lo que puedes hacer la visita en barcaza (hora y media aprox.) y tener el resto de tiempo para visitar las pasarelas, o simplemente estar el tiempo completo caminando en las cercanías del Moreno.
Finalmente, después de haber decidido no tomar la barcaza (cosa que unos mochileros nos recomendaron), bajamos del bus y comenzamos lo que sería una visita de esas que recordaré toda la vida.
Al bajar nuestra primera impresión fue: «No veremos nada con esta neblina». Lo que no sabíamos es que no es fácil esconder 60 mts de altura y 5 km de frontis. Unos pasos hacia el comienzo de las pasarelas y lo vimos de frente, a la distancia.
Teníamos suficiente tiempo para recorrer los 3 kilómetros de pasarelas, así que íbamos con calma. El frío seguía sin dar tregua, comenzando a traspasar las capas de ropa y volviéndose algo insoportable, pero en realidad era el sonido de los desprendimientos de bloques de hielo del glaciar y cómo reventaban en el agua el que te helaba el cuerpo hasta los huesos. Estremecedor.
Nos dirigimos hacia el lado izquierdo de las pasarelas hasta llegar al punto más cercano del glaciar, lugar dónde vivimos algo impagable, la posibilidad de estar a sólo metros de un desprendimiento y además capturarlo en nuestras cámaras. Después de sucedido la gente se acercaba a nosotros para pedirles que les enviáramos el video, nos daban sus e-mails, no podíamos creerlo. Congelados o no, estábamos boquiabiertos ante esta maravilla de la naturaleza, este gigante milenario. Como dijo el sabio Borges «Mirarlo es verlo siempre por primera vez».
Nos sentíamos totalmente pagados con la visita y aún quedaban dos horas de estadía ahí. Entre charlas, fotos, largas caminatas para distintas vistas del glaciar (llegó un momento en que todo el mundo estaba en el restaurant de la entrada debido al frío y no habíamos más de cinco personas en las pasarelas) y una admiración total por este gran pedazo de hielo. Mis felicitaciones a los administradores del lugar por el cuidado del lugar, algo ejemplar. Adiós, Perito Moreno. Fue un gusto enorme.