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Las alturas del Chaltén

Tras la maravillosa aventura que había significado El Calafate y el Perito Moreno, quedaba la segunda mitad (o eso pensaba) de mi estadía en la Provincia de Santa Cruz, en Argentina. A 3 horas al norte del gran glaciar encuentras la que en el país trasandino es conocida como la «Capital Nacional del Trekking» y lugar que sería sede de mi última travesía con mi compañero estadounidense de viaje, Andrew.

Llegar a El Chaltén es un cambio de aires colosal, ya que notas de inmediato el cambio de gente. Hay menos turistas y más mochileros o escaladores, todo esto gracias al Cerro Fitz Roy y al Cerro Torre, los dos macizos de granito que bordean el pueblo, que por su verticalidad y la rigurosidad del clima son objetivo de los escaladores más destacados del mundo. Destino ideal para el amante de la naturaleza y el trekking, El Chalten y sus 2000 habitantes hacen de este lugar mágico, único y que disfrutaríamos un montón.

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Llegamos con Andrew al atardecer y rápidamente fuimos en busca de un hostel para descansar del autostop y preparar las caminatas de los días siguientes. El lugar elegido fue el Albergue Condor de los Andes, un lugar magnífico y de gran servicio. La decisión fue hacer un primer día de suave trekking y al día siguiente subir a los macizos principales, por lo que nos dirigimos hasta el Mirador del Cóndor y el Mirador del Águila, a un par de kilómetros al este del pueblo.

El clima de estos primeros días de Mayo acompañó por suerte, por lo que la vista de los pináculos de granito del Chaltén fue bien aprovechada desde el Mirador del Cóndor, dónde en la previa de llegar divisamos un par de las aves que nombre le dan al lugar. En el segundo mirador (que mira al oriente) conocimos a Dario, hermano peruano fanático de la escalada que nos habló un poco sobre el cerro Torre, su fascinación con aquella montaña y la dificultad de su ascenso. Un atardecer en las alturas, una cerveza fría en el pueblo y tiempo para palpitar la ida a la gran montaña del próximo día.

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El segundo día comenzamos de madrugada y estando aún muy oscuro, por lo que las linternas frontales fueron nuestras mejores amigas la primera hora de caminata. La intención era una, ver de amanecida el gigante Fitz Roy, así que en cuanto apareció el sol a nuestras espaldas apuramos la marcha. Después de caminar cerca de 90 minutos, llegamos a la Laguna Capri, silencioso espejo natural en el cuál disfrutaríamos de uno de los amaneceres más emocionantes que he vivido.

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Desde esta laguna nos esperaban cerca de dos horas más por los senderos del parque hasta llegar al punto dónde dejaríamos nuestras mochilas, escondidas de la gran variedad de aves del lugar, cómo águilas, o pájaros carpinteros, entre otros. La subida a la base del macizo Fitz Roy es muy pesada y con la nieve caída los días anteriores se convertía en un peligro su escalada con peso en nuestras espaldas. Personalmente este lugar marca un punto de inflexión en mi estado físico, ya que lo que debía ser una hora de empinada marcha, terminaron siendo más de dos debido a las dificultades del clima antes mencionadas (el hielo comenzaba a derretirse y caí una docena de veces) y por sobre todo por la fatiga acumulada del viaje completo.

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La última sección de la subida estaba completamente nevada y llegamos a tener nuestras piernas enterradas hasta medio metro. Pero el resultado final fue inmenso, porque tal cual sucedió en las Torres del Paine, el día estaba perfecto para admirar la cima del Chalten y sus glaciares. La Laguna de los Tres se mostraba congelada y con el pasar de los minutos se podía escuchar la capa de hielo derritiéndose y rompiendo como si fuesen pequeños pedazos de vidrio, sencillamente increíble. La experiencia hizo que el esfuerzo de llegar a la cima tomará sentido y nos hiciera disfrutar aún más de esta maravilla de la naturaleza.

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No quería irme de ahí. Era un lugar de ensueño (otro más que tachaba de mi lista de lugares para conocer antes de morir y el quinto ya de este viaje). Me sentía verdaderamente alucinado, en las nubes.

Desde el inicio del descenso se divisaba el valle que correspondía cruzar para continuar, bordeando la Laguna Madre y la Laguna Hija. Bajamos hasta el lugar dónde habíamos dejado las mochilas y avanzamos por la senda hacia el Cerro Torre, dónde pensábamos acampar, pero luego de evaluar las opciones y considerando factores como mi estado físico y las intenciones de Andrew de llegar a Bariloche lo antes posible, decidimos volver al Chaltén, no sin antes buscar la mejor vista al segundo macizo desde la distancia. Una jornada en que caminaríamos 33 kilómetros, aprovechando totalmente las pocas horas de luz que la Patagonia ofrece.

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La vuelta al pueblo significaría mi despedida de Andrew, mi compañero de ruta por dos semanas y con quién he realizado los mejores trekkings a la fecha. Mi intención era cruzar desde El Chaltén directamente a Chile por el paso fronterizo «Candelario Mancilla», ubicado muy cerca de la villa, pero desgraciadamente y debido a la temporada y al clima, el cruce estaba cerrado por las autoridades chilenas. Debía recorrer al menos unos 650 kilómetros hacia el norte hasta Los Antiguos para volver a mi país.

Me quedé un día adicional en El Chalten para tomar un descanso previo a continuar, y para compartir una invitación de Andrew y Lisa (quiénes habían llegado hace un día al pueblo) para degustar un exquisito cordero asado en su hostel.

Exactamente a un mes desde que partí de Talcahuano, volvía a quedar solo. Era hora de buscar nuevos horizontes.

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