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De turista en Nasca a viajero en Ica

Si me preguntaban antes de entrar a Perú cual era mi lugar predilecto para visitar en ese país, no habría escogido Machu Picchu, ni el lago Titicaca, ni menos su capital Lima, sino que habrían sido esos inusuales geoglifos en medio del desierto de Nasca. Esas extrañas formas y ese zoológico gigante trazado en la arena era mi mayor anhelo en el país vecino. Y saliendo una noche desde Arequipa estaba a menos de 600 kilómetros de esta maravilla de la arqueología. Era hora de conocer las Lineas de Nasca!

Mi estadía en Nasca fue lo breve que demoras en leer esta frase. No había planificado nada ni tenía reserva con alguna empresa de tours, pero en no más de 30 minutos de haber pisado suelo nasqueño ya merodeaba los pasillos del aeródromo buscando la mejor alternativa para sobrevolar el desierto. Sabía que no sería barato y que atentaba contra mis principios del mochileo, pero había guardado una parte del presupuesto especialmente para hacer esto. Coticé y decidí realizar un vuelo en una avioneta de 4 pasajeros (la más pequeña posible) y a una altura de 400 metros de altura (la más cerca que pude encontrar). Me sentía como el estereotipo del turista asiático: Un tipo que anda a todos lados con su cámara, que viaja 2 días desde su país para venir a estar sólo un par de días en el destino, tomar unas cuantas fotos y volver a decir «ahí estuve». Y que mi compañera de asiento fuese una chica de Taiwan no ayudó mucho a evitar ese pensamiento.

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Dejando de lado todo lo anterior, que es una sensación extraña que no quita el tremendo sueño que estaba por cumplir, me concentré en el tour que acababa de despegar, que consistía en sobrevolar 12 figuras identificadas en una pequeña guía que te entregaban con antelación. El terreno dónde se encuentran las lineas es de unas dimensiones de 500 kms cuadrados aproximadamente y para llegar hasta ahí (medio camino entre las provincias de Nasca y Palpa) se vuela por unos 10 minutos.

La primera figura en aparecer fue la ballena, que para ser sincero, no la pude apreciar. El avión cessna giraba y apuntaba con el ala a la figura, mientras el guía con un micrófono describía la figura, pero no pude distinguirla y sólo saqué la foto por compromiso. ¿Escogí una mala fecha para verlas o realmente no se observaba mucho? ¿Había gastado 130 dólares por las puras? Me llené de interrogantes en un segundo. Entendía que las lineas en algunos sectores son sólo rasguños de 30 centímetros sobre esta particular superficie que posee una rojiza capa oscura sobre un subsuelo amarillo claro, creando el contraste y así las figuras, y que factores naturales como lo seco y caluroso de este desierto y la composición del suelo permiten la perpetuidad de las lineas, pero realmente en ese momento sólo pensaba en lo decepcionante que sería no ver nada.

Luego fue el turno de los trapecios y trapezoides, que son las figuras más comunes del complejo arqueológico. Hay varios de ellos apuntando en todas las direcciones, con forma similar a un compás. No fue difícil divisarlos ya que no poseen sólo el contorno, sino que también están rellenos en su interior.

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Y así fue pasando uno por uno los geoglifos: el astronauta, el mono, el perro, el colibri, el condor, la araña, el alcatraz, el arbol, las manos y el papagallo que completaban el circuito. Las maniobras que la avioneta hacía para que puedas observar las figuras son bien temerarias y a ratos te mareaba, pero era un detalle menor comparado con lo realizado. Finalmente la avioneta hacía su regreso al aeropuerto en ruta paralela a la panamericana sur y aterrizaba. Creo que con el pasar de los días he ido dimensionando lo que fue hacer Lineas de Nazca. Ese día estaba un poco decepcionado – quizás lo encontré corto o el mareo hizo que no lo disfrutara – pero fue algo único en el mundo, de eso no hay ninguna duda.

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Como dije anteriormente, mi paso por Nasca fue más que fugaz. Con mi certificado de vuelo que demuestra que sobrevolé las misteriosas y enigmáticas Lineas de Nazca tomé mi mochila nuevamente para partir a Ica, capital de la provincia del mismo nombre. En ella me quedaría por varios días en casa de Berli, un amigo de Couchsurfing que posee un lugar tan especial como la ciudad que lo cobija. Este joven peruano posee un piso completo en Parcona, un barrio de Ica bastante alejado del centro, dónde hospeda gente que solicita vía Couchsurfing.

En este lugar conocí a Jessica, Jesse y Jack de Estados Unidos, Wang de Corea del Sur, Miguel y Carlos de Colombia y los últimos días a Alice de Bélgica. Todo un hostal gratuito y con una hospitalidad y camaradería que no veía desde el famoso Refugio El Padrino de Puerto Williams.

Wang fue todo un personaje: Viajaba con 92 kilos de peso en su bicicleta desde Alaska y lo más extraño era su amor eterno hacia el café, tanto así que cargaba más de 15 kilos de peso sólo de elementos para la preparación de los granos provenientes de la planta de cafeto.

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Ica es una ciudad bastante especial. Alberga cerca de 130 mil habitantes y se encuentra en medio del desierto del mismo nombre. Si alguna vez escribí que Iquique en Chile o Arequipa en Perú tenían calles caóticas, fue porque no había estado antes en Ica. Una población de más de 10 mil mototaxis hacen de sus calles un mar de bocinas, muchas veces sin sentido alguno. Esto sin contar los taxis de compañías, las combis y los vehículos particulares. Todo, TODO era caos, todo era bocina.

En mis días en Ica mis compañeros de ruta fueron Jesse y Jessica, estadounidenses que viajan con el mínimo presupuesto posible, intentando diariamente conseguir las monedas necesarias para comer y sobrevivir, un proyecto difícil pero viable. Intentan rescatar lo humano de todos nosotros, cooperando con alguien que necesita pequeños elementos para continuar viajando. Una muestra de ello fue el tocar un poco de música en la Plaza de Armas para almorzar ese día, incluso ante la negativa de la fuerza policial.

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Dos cosas que me marcaron de Ica fueron: Primero, el gran contraste que existe en sus calles. En esta parte agradezco haberme hospedado donde Berli en Parcona, porque conocí una ciudad distinta a la de los libros, diferente a lo que te dice la Lonelyplanet. Sectores fuera del radio turístico, deseando ser abrazados de vez en cuando. Y segundo, la amabilidad de la gente de estos sectores. Junto a los «gringos» recibimos infinitas muestras de afecto de ciudadanos de Ica que generalmente eran de urbanizaciones aledañas al radio turístico. Durante esto destaco a la señora Ruth, quién nos invitó a desayunar un día a su hogar, y a quién le guardaré un muy grato recuerdo.

Ica nos recibió como si hubiésemos nacido en sus tierras (o arena, porque es puro desierto jaja). Y esta antítesis entre lo vivido en Nasca, una visita puntual a un lugar por poco tiempo, e Ica, una visita más extensa sin más motivo que compartir con su gente, hacen la gran diferencia entre turista y viajero. El turista va por las atracciones, viaje por corto tiempo, no se compromete sentimentalmente con el lugar a visitar, mientras que el viajero considera como mayor riqueza de una ciudad a su propia gente, su historia, sus problemas, sus deseos. Como Aniko dice en su libro Dias de viaje: «un viajero se debe sentir atravesado por el lugar visitado».

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Mi último día en la ciudad fue para la atracción turística de la zona, el oasis de Huacachina. Ubicado 5 km al oeste de Ica y creado a partir de corrientes subterráneas, este lugar sirve de descanso para las aves migratorias que cruzan el desierto y obviamente al turista que desee venir a relajarse frente a sus aguas color esmeralda. Junto con Jessica y Jesse pasamos una tarde en este paraiso tocando un poco de guitarra a un costado de sus aguas, rentando una tabla de sandboard para recorrer sus pendientes y subiendo a la gran duna para admirar el atardecer con una vista privilegiada de este lugar para conocer antes de morir.

Hace años quería conocer Huacachina y siento que una tarde fue más que suficiente para satisfacerme. La postal perfecta fue verme en la cima de la duna, con Jessica descendiendo en el sandboard y Jesse tomando fotos a lo lejos, en una hermosa soledad frente a la laguna, viendo pasar algunos boogies que transitan por el desierto y haciendo escurrir la arena de mis dedos como un reloj de arena. Sencillamente acogedor.

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