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Entre salitreras, fútbol y fronteras

Habiendo dejado atrás la maravillosa experiencia que había sido San Pedro de Atacama, tocaba culminar una etapa muy importante en este viaje. Tocaba terminar Chile continental. Habían sido largos días y meses hasta este punto y pensar que esos 4064 kilómetros aéreos que unen a Puerto Williams al sur con Arica en el norte estaban a punto de acabar me daban escalofríos. Por tierra habían sido cerca de 5300 kilómetros de sólo cruzar Chile por tierra más navegaciones para llegar a la ciudad más austral del mundo y ni hablar de los infinitos desvíos que la improvisación en el viaje entregan.

El siguiente paso en esta Apuesta por la Ruta era Iquique, lugar hacia el cual hice dedo desde San Pedro. Necesité de 4 vehículos para llegar, pasando por Calama y quedando un par de horas botado en las afueras de Chuquicamata, la mina a tajo abierto más grande del planeta.

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Tras pasar Tocopilla tocaba seguir la Ruta 1 hacia Iquique. Y debo decir: Es una de las rutas más increibles en las que he viajado en mi vida. Por momentos me recordó mucho a la peligrosa carretera que iba desde Chile Chico a Puerto Guadal en la Carretera Austral. Fueron unos diez diferentes cuadros surrealistas en unas 3 horas de recorrido, dónde encontré desde gigantes montañas de arena y campos de sal por doquier a temorosos acantilados, paisajes lunares e incluso el desierto costero.

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La llegada a Iquique era para visitar una ciudad que, a mi parecer, era de las más ideales para vivir en Chile. Un prejuicio que a pocos minutos de arribar se fue desvaneciendo. ¡Cuanta cantidad de autos! Quizás el haber llegado en un camión gigante y no poder doblar en ninguna esquina de Iquique debido a la congestión hizo más fuerte la sensación de caos que sentí, pero de inmediato visualicé que mis aspiraciones sobre esta ciudad estaban equivocadas. De haber visitado pueblos que no tenían ningún auto como Caleta Tortel a esto, fue traumante por momentos.

Para cambiar un poco los aires de esta situación fui a visitar el cuarto Patrimonio de la Humanidad de la UNESCO de mi viaje y con el cual sólo me restaría uno para terminarlos en Chile. Era hora de visitar la Oficina Salitrera Humberstone.

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Humberstone se encuentra a 47 kilómetros de Iquique y es la principal evidencia de la grandeza que vivió esta zona en los años 1900 en Chile debido a la extracción del salitre. Fundada en 1872, esta gran oficina albergó en su momento a más de 3500 trabajadores que con sudor dejaban la vida en estas tierras, mientras que hoy es sólo un pueblo fantasma deteriorado por el saqueo y el paso de los años. Caminar por sus pasillos y observar las instalaciones es una maravilla. Por ejemplo, el teatro es una belleza de lugar, incluso mejor que los que hay en algunos pueblos en la actualidad. Por otro lado, la zona productiva está en deplorables condiciones, aún con las restauraciones de los últimos años.

En el año 2005 se convierte en Patrimonio Mundial, fundamentado en la condición de testimonio de la era del salitre, fenómeno del impacto para la modernización de la agricultura a nivel mundial, que en uno de los desiertos más aridos de la tierra dio lugar a un desarrollo tecnológico, industrial, urbano y social de profundo significado para la historia nacional y universal.

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Humberstone

Tras este emotivo día y la vuelta a Iquique, vendría un pequeño «break» al viaje: Dirigirme a Oruro (en Bolivia) a ver a mi equipo de fútbol Huachipato por la Copa Sudamericana. Había sido un gran logro haber clasificado a la copa y el primer gran rival era el equipo boliviano. Para mi suerte (o quizás planificación) Oruro está a sólo 8 horas de Iquique, así que me junté con algunos chicos en la ciudad chilena y partimos hacia el altiplano.

Despertamos en la frontera y un chico se sentó a mi lado, con quién entablamos una amena conversación que cambiaría mucho mi forma de pensar. Él era Sandro, chico boliviano que venía desde Santa Cruz de la Sierra, en el extremo este del país. Había cruzado todo Bolivia para cumplir un sueño que había tenido en sus 22 años de vida, conocer el mar. Para un chileno como yo, y además viniendo de una ciudad costera, este sueño podía parecer un capricho, una locura, pero para él no lo era así. Para Sandro conocer el mar era un anhelo de vida, un deseo que muchos compatriotas bolivianos tienen y que en su mayoría mueren sin cumplir. Fue una conversación triste, pero al mismo tiempo una de aprendizaje. Cambió mi forma de ver las cosas, y me hizo querer culturizarme más acerca de este enorme pueblo sudamericano, de esfuerzo y lucha, de sueños y valores. No olvidaré jamás esas cuatro horas de viaje.

Para ser sincero, en Oruro no quise conocer mucho ya que no era la intención interrumpir mi viaje por Sudamérica, así que me enfoqué netamente en el partido de Huachipato. Mi familia acerera llegó en un buen número al Estadio Jesús Bermúdez para presenciar y disfrutar de una victoria por 3-2 que nos hacía pasar a la siguiente ronda. Fuimos una visita ingrata en un ambiente un poco hostil a las afueras del estadio, totalmente opuesto a la enorme calidez que nos entregó el pueblo boliviano en nuestros dos días allá. Así que, con la clasificación bajo el brazo, volvía por tercera vez a Iquique.

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Esta tercera vez en Iquique sería una breve estadía para compartir con buenos amigos y amigas, ya que el siguiente destino sería Arica, especial lugar porque sería la finalización de esta larga y angosta faja de tierra llamada Chile. Al ser este un espacio personal creo que es justo decir que inesperadamente me emocioné al leer la señal que decía «Bienvenido a Arica», me largué a llorar. Habían sido cerca de 3 meses de rodar, navegar y volar por este país, mi país, y todo el esfuerzo de pronto se volvió satisfactorio (ya que como imaginarán, viajar no es sólo disfrutar todo el tiempo, sino que hay mucho sacrificio detrás). Había llegado a la ciudad de la eterna primavera, había terminado Chile.

En Arica me hospedé gracias a Couchsurfing dónde Mariana, una host de maravillas. Pasé un muy buen rato en su hogar frente al mar y me dio todas las facilidades e instrucciones para aprovechar mis días allá al máximo. Una salida de 30 kilómetros en bicicleta en dirección a los geoglifos de Lluta fueron la excusa perfecta para conocer el sector norte de Arica, cerca de la frontera con Perú. ¿Lo más llamativo? Los buitres que estaban por todo el camino. Nunca había visto algo así y no pude evitar tomar algunas interesantes fotos de aquello.

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Mi último día en Arica fue para la visita turística de la zona. El Museo Arqueológico San Miguel de Azapa a unos pocos minutos de Arica alberga a las momias de la cultura chinchorro, las cuales son las más antiguas del mundo.

Tras eso, finalmente había llegado el momento de dirigirme a la frontera, era hora de salir de Chile por unos meses y entrar al Perú. Hasta pronto Chile querido, ojalá más tarde que pronto.

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