Desde un principio supe que Lima me encantaría. No es como cualquier gran ciudad, no es como Buenos Aires, no es como Santiago de Chile. Tiene algo agradable que te atrapa y no te deja escapar, y debo decirlo, estar sólo dos días en esta ciudad fue un suplicio. Fácil, sin duda alguna, podría haber pasado un mes recorriendo diferentes rincones de la capital peruana sin aburrirme o querer retirarme de sus tierras. Y el hecho de pasar mis días acá con dos completos desconocidos fue aún mejor.
Para llegar a territorio limeño desde Paracas tuve que tomar un colectivo a Pisco para salir a la carretera Panamericana Sur y ahí esperar los buses que se dirigían hacia el norte. En el colectivo conocí a Christine de Estados Unidos y Joel de Australia, quiénes también se dirigían a Lima. En el trayecto del colectivo definimos a Paracas como una «two days city», debido al tiempo de estancia ideal para nosotros en ese lugar, no sólo por sus atracciones, sino también por que mucha de su gente que sólo se rinde a tus pies si demuestras tener dólares en el bolsillo.
Bajamos a las afueras de Pisco, cargamos nuestro estanque de combustible personal con unas papas rellenas (siempre te sacan de cualquier apuro alimenticio) y tomamos el primer bus a Lima. Era viernes y los tres teníamos objetivos diferentes en la ciudad: Joel tenía vuelo a New York el domingo en la mañana para reencontrarse con su novia, Christine se quedaría unos días en la capital para reunirse con amigas que no veía hace bastante, mientras que yo haría una parada de dos días para dirigirme a Trujillo. Sabía que en una siguiente pasada por Perú volvería a pasar por Lima y ahí saldaría cuentas, pero por ahora era sólo de paso.
Ese día recorrimos por horas la zona del centro buscando un hostal que Joel suponía recordar, pero costó más de lo que imaginamos. Tras encontrarlo (1990 Hostel en calle Garcilaso de la Vega, frente al Parque de la Exposición) dejamos nuestras cosas y salimos a cenar. De vuelta nos esperaba compartir un par de Happy Hours y unas partidas de pool hablando de las realidades de nuestros países.
Al día siguiente (y que sería, por cierto, nuestro único día completo en Lima) aprovechamos la cercanía de nuestro hostal con el centro histórico en dirección al punto de referencia más tradicional de casi todas las ciudades de América Latina, su Plaza de Armas. En la fuente del medio nos recibieron unos chicos que realizaban un proyecto escolar dónde debían entrevistar en inglés a turistas y tomarse fotos con ellos, así que Christine y Joel fueron rockstars por unos minutos y yo, bueno yo fui el fotógrafo. Eran las 11:30 hrs y a esa hora se hacía presente «La Farandola», banda que interpreta el cambio de guardia del Palacio de Gobierno del Perú.
Como Joel ya había estado en Lima anteriormente y Christine y yo no, decidimos separarnos y fuimos a un lugar que nos habían recomendado mucho, la Basilica y Convento San Francisco, hoy convertido en museo para visitar sus instalaciones y en especial sus catacumbas. Pagamos la entrada e hicimos el tour por sus largos pasillos y acogedor interior. Para ser franco, me impactó, fue mucho mejor de lo que imaginé. Vimos una cúpula de rasgos musulmanes en el interior (que según un chico estaba llena de murciélagos), un imponente Claustro Principal, muchas obras de pintura que retrataban «La Pasión de Cristo» y lo que más me gustó de esta parte del tour, la sorprendente Biblioteca.
Luego sería el turno de las catacumbas. Funcionaron como cementerios cuando estos últimos aún no eran creados en la ciudad, y aún con la creación de ellos, la gente igual decidía enterrarse en la iglesia como señal de cercanía con Dios. Hoy posee una colección gigante de huesos de todos los tipos, clasificados y en algunas zonas ordenados. Una última parte del tour bastante estremecedora
A la salida de la iglesia pasó algo muy extraño, ya que fuimos a una esquina del lugar a ver un grupo de monjas que tocaban música formando una banda, con guitarras, bajos, panderos y una batería, y en el instante que nos acercamos una bandada de unas 300 palomas nos sobrevuela mientras las monjas seguían entonando. Sin ser religioso ni nada por el estilo, no puedo no decir que la escena no tuvo su cuota de misticismo.
Luego de reunirnos con Joel nuevamente en Plaza de Armas pasamos por la Fria de Santo Domingo para que él pudiese comprar algunos souvenirs para llevarle a su novia a New York.
Finalmente, y ya de vuelta en la hostal, asistimos a un espectáculo que Joel y yo estuvimos esperando todo el día, recorrer el Parque de la Reserva y ver el Circuito Mágico de Agua. La idea era ir aún cuando había luz natural para ver el parque completamente y más tarde ver el espectáculo de luces que el parque ofrece, pero entre ir a comprar pasajes, comer y llegar al parque ya estaba todo bajo las tinieblas, así que sólo aguardamos por las 19:15 hrs, horario para que el show de comienzo.
El show dura unos 20 minutos y es magnífico. Mezcla los efectos de la gran fuente dónde es realizado con rayos láser y un sistema de hologramas que te muestra una completa realización de las danzas del Perú, un show de primer nivel, barato y para toda la familia. Tras aquello, sólo nos dedicamos a recorrer el resto de las fuentes de todos los tamaños, formas y colores, incluyendo un arco con más de 250 tomas de agua que puedes atravesar por debajo. Creo que cuando vuelva a Lima pasaré un día entero acá y escribiré algo extenso sobre este lugar, porque se lo merece. Para mi es uno de los lugares más felices que he visto en mi vida y definitivamente un imperdible si visitas Lima.
Y así cómo llegué, me marché de la capital del antiguo Virreinato del Perú, ya con ansias de pisar estas tierras nuevamente. Fue un amor a primera vista que tendrá que esperar unos meses en reencontrarse, pero que de seguro hará que la espera valga la pena.
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