Una de las ventajas de viajar sin una ruta preestablecida e improvisar mucho en el camino es que sueles encontrar lugares que no estaban en tu consciente y que terminan siendo muy especiales. Estando en Ica se me habló bastante sobre lo agradable que fue para muchos visitar Paracas, una
pequeña ciudad costera de no más de 4500 habitantes, muy popular por la existencia de aborígenes de la cultura del mismo nombre y por tener en sus costas las llamadas «Mini Galápagos», las Islas Ballestas.
Paracas queda a 22 kilómetros al sur de Pisco, en la costa este de la Bahía de Paracas. Es una zona totalmente reconstruida ya que sufrió los efectos del terremoto de 2007 de 8.0 grados de intensidad que dejó casi 600 muertos. Y debo decir que lo han hecho de maravillas, porque han convertido a esta pequeña localidad costera en un importante polo turístico de la provincia. Y a pesar de cruzarte con restaurantes, tiendas de Surf, hoteles y motos para alquilar por doquier, es un lugar tranquilo para pasar unos días.
Una inmensa sorpresa que me llevé el mismo día que llegué a la ciudad fue encontrarme con el inicio del Dakar Series «Desafío Inca» y la presentación de los corredores era esa misma noche en el borde costero. Esta competencia daba un cupo por categoría al Rally Dakar que se realiza cada año en estos confines del mundo, así que concentraba una gran cantidad de buenos corredores de América Latina y del mundo, incluido el ganador de la competición mundial el año anterior en la categoría cuadrimotos, el chileno Ignacio Casale.
A la mañana siguiente, y mientras aún se limpiaba la escenografía de la noche anterior, me senté un rato en la playa a admirar el lugar. El día estaba nublado y me recordaba bastante a mi Talcahuano, otra zona costera que sufrió hace 4 años los efectos de la naturaleza. Este pequeño lugar traía los recuerdos más profundos mi hogar a la mente, fue cómo estar sentado frente al puerto pesquero o a la bahía de Talcahuano nuevamente, pero esta vez estaba muy lejos de casa.
Ese día hice el tour a las Islas Ballestas. Es una salida de 2 horas aproximadamente de duración que comienza en el muelle de Paracas, que te lleva a este santuario de la naturaleza y a otras atracciones del lugar. Al llegar, el lugar estaba atestado de gente queriendo salir, no por nada es el segundo destino turístico natural más visitado en el Perú. El valor del tour depende de la compañía con quién lo tomes, pero lo mínimo que debes pagar para hacerlo es 37 soles (25 te cobra la embarcación más barata + 10 de la entrada y 2 del derecho al uso del puerto). Además puedes pagar una entrada de 15 soles en vez de la de 10 y tener derecho a visitar la Reserva Nacional Paracas, pero debe ser durante el mismo día.
Rumbo a las Islas Ballestas se puede ver «El Candelabro», un geoglifo de grades dimensiones que lo relacionan mucho con las Lineas de Nazca, del cual su origen, antigüedad o significado es aún un misterio. El acceso por tierra a este lugar está prohibido así que la única forma de verlo es desde el mar. En los acantilados ya se hacía sentir fuerte la masiva cantidad de aves que pronto nos esperaría en las islas.
Tras «El Candelabro» sería tiempo de navegar a las Islas Ballestas, no sin antes disfrutar del espectáculo de cacería más grande que he visto en mucho tiempo, una matanza colectiva por la supervivencia. Una gran concentración de aves, muchas veces perfectamente alineadas como si estuviesen esperando en la parada de un bus, se abalanzaban al mar en busca del alimento matutino para ellas o sus crías. Un impresionante acto de la naturaleza, que a varios dejó boquiabiertos en sus asientos.
Finalmente y después de unos 2 minutos desde que apreciamos «El Candelabro», llegamos a las Islas Ballestas, un grupo de islas en que las que se encuentra esta gran cantidad de ecosistemas marinos de mar frío, relacionados con la corriente de Humboldt. Lo que mis ojos apreciarían en este lugar es el mayor número de aves en conjunto que había visto en mi vida.
En primer lugar fueron estas aves blancas llamadas piqueros (una especie en peligro) que las veías paradas sobre estas inmensas formaciones rocosas disfrutando de este paraíso de la naturaleza en que vinieron a crecer, para luego dar paso al rey de la fiesta, al que todos vinieron a ver: el pingüino de Humboldt. Y debo decirlo: Era imperativo para mi poder apreciar este animal, porque las innumerables ocasiones que tuve para ver pingüinos en el viaje (¡¡Hice Patagonia y no vi ni uno solo!!) fueron desperdiciadas por lo costoso de verlos, principalmente. Pero acá estaban, frente al lente de mi cámara, jugando, subiendo estas escaleras de piedra como si fuesen campeones mundiales de salto alto.
Mientras pasaban los pingüinos, se escuchaban gruñidos de los leones marinos que revoloteaban alrededor de las lanchas. Eran más pequeños que los que usualmente es posible ver en Talcahuano, pero para el turista parecía ser la atracción máxima del lugar. A ratos sus gruñidos parecían un verdadero amplificador que hacía llegar el sonido al oído desde todas las direcciones posibles, lo cual fue bastante sorpresivo ya que no había sentido esa sensación antes con otros de su especie. Al girar la lancha hacia el costado trasero de las Islas Ballestas pude divisar unos pequeños cangrejos en la base de las rocas.
Detrás de la primera isla se encuentra otra más pequeña llenísima de rocas negras en su tope, pero al irte acercando notas que las rocas se mueven y que otras son disparadas al aire. ¡Mierda, son pájaros! exclamé. Claro, eran cormoranes guanay o patos lilos, pero varios miles de ellos. Impresionante.
El final del viaje sería recorriendo el exterior de las instalaciones de protección que existen en el sector norte de la isla. En ella viven personas encargadas de conservar y proteger este santuario y velar por el bienestar de las aves que ahí conviven. Cada ciertos años vienen biólogos a retirar el guano (las fecas) de las aves que cubren todas las islas para ser utilizadas como fertilizante natural. Ellos entran por unos muelles ubicados en cada isla y están ahí por 3 meses extrayendo el guano. Al final la lancha hizo su regreso a Paracas para concluir el tour.
No tendría el tiempo para visitar la reserva, pero no importaba. Me había sacado la espinita clavada de ver pingüinos y eso había pagado el viaje a esta zona. Un agradecimiento igual a Efrain que fue mi Couch en mis días en Paracas, un afortunado lugar para vivir, no sólo para amantes de la naturaleza, sino que para amantes del mar, de los lugares tranquilos, de las bellas mujeres, de disfrutar un rico ceviche mirando la playa con esa brisa marina característica de las aguas del Pacífico. Hasta pronto!