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Deja vu en la Laguna del Quilotoa

Aquí me encontraba, sentado al borde de un acantilado a unos 3900 metros sobre el nivel del mar junto a dos chicas alemanas y un austriaco, viendo una completa panorámica de otro de los lugares para conocer antes de morir de mi lista. Es en este lugar, mientras miraba el horizonte y la neblina que comenzaba a cubrir todo a nuestro alrededor, en que no pude evitar pensar que esta visita no comenzó hace un día en Latacunga, Ecuador, sino que un par de años atrás en medio de una clase en la universidad con unos buenos amigos amantes de la montaña.

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Corría el año 2012 cuando esta tropa de locos me llevó a hacer montaña por primera vez. Había ido a campos, a sectores planos, pero nunca a respirar aire de las alturas. Y fue amor a primera vista. El físico a veces no acompañaba para realizar un esfuerzo grande, pero la aventura y el cansancio siempre terminan valiendo la pena. Repito, siempre. Una ida a la Laguna Huemul en pleno invierno y con una noche en que la nieve se desquitó con nosotros, otra ida a la Laguna de la Plata justo en el momento preciso previo a su cierre, y mi favorita: la imponente y desconocida Laguna Añil en vísperas de año nuevo, dónde el espacio se abrió ante nosotros y nos entregó un espectáculo estelar digno de un sueño. En ese sentido Chile es un país muy privilegiado por tener miles y miles de kilómetros de esa joya llamada Cordillera de los Andes.

Bueno.. Ustedes, amigos, comenzaron este viaje que yo continuaría y que recordaría acá sentado en el tope de esta enorme laguna de 3 kilómetros de diámetro y 240 metros de profundidad. Y me habría gustado tenerlos acá, conmigo. Quilotoa les envía un abrazo afectuoso y los invita a visitarla cuando estimen conveniente.

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Ya volviendo a la actualidad, alta expectativas tenía de ver el Quilotoa, la cual era considerada una de las 15 lagunas de origen volcánico apreciadas como las más hermosas del mundo. Formada hace unos 800 años, dónde la erupción del volcán (el más occidental de los Andes ecuatorianos) provocó una caldera de 9 kilómetros de diametro y dónde se situó esta maravilla de aguas turquesas.

¿Cómo llegar a ella? La ciudad más grande en este sector de la sierra ecuatoriana es Latacunga, desde dónde salimos junto a Christoph, Anaís y Theresa. El pasaje en bus es de sólo dos dólares y te lleva hasta Zumbahua, el último pueblo ubicado a unos 12 kilómetros de la laguna. No todos los buses continúan hasta el Quilotoa así que averigua en el terminal si el bus lo hace o no. De ser así, tienes unos minutos más de recorrido hasta la entrada a la laguna y la pequeña comunidad andino kichwa que habita a un costado de ella. En esta pequeña villa tienes hostales, restaurantes y una infraestructura para todos los gustos y bolsillos.

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Pagando el valor de ingreso a la laguna (2 dólares) tienes tiempo ilimitado para permanecer ahí y el abanico de actividades a realizar también es bastante variado. Primero, alcanzamos la cima de los 3920 metros y disfrutamos esa vista que tanto había visto en portales de internet o en libros de turismo, la cual debí guardar rápido en mi cerebro y mi cámara porque la neblina insinuaba jugarnos una mala pasada.

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El plan era simple, junto a mi compañero austriaco descendíamos a la base de la laguna (a 3600 metros de altura) para contemplarla desde abajo, para luego comenzar una caminata de unos tres días que nos llevaría por pequeños pueblos serranos como Chugchilán, Isinliví y Sigchos. Plan redondo. Con lo que no contaríamos era con que la neblina escondía una feroz tormenta que nos agarró casi llegando de vuelta a la cima de la laguna. Son los riesgos de viajar en invierno en Ecuador.

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Y bueno, no siempre las cosas salen como uno desea. En vez de terminar el día en el alojamiento recomendado de Chugchilán nos ibamos con el rabo entre las piernas de vuelta a Latacunga, pero con la promesa de que antes de dejar este país volvería a este mágico lugar a culminar esta aventura. No será con mi buen amigo Christoph, pero siempre habrá algún otro viajero o viajera por ahí dispuestos a compartir la ruta conmigo, y si son la mitad de locos de lo que son mis amigos universitarios que hoy recordé, la diversión está garantizada.

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