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La travesía a una Cuenca internacional

Habían pasado más de 7 horas de viaje desde Tena y me encontraba en la parte trasera de una camioneta conducida a 20 km/h por una pareja de ancianos. Junto a mí, en la oscuridad, una docena de indígenas de la sierra centro-sur del Ecuador cargando machetes, unas hortalizas y riéndose de quizás qué cosa en el idioma Kichwa nativo de la zona. No sabía dónde estaba, ni hacia dónde me llevaban, sólo sabía que mi objetivo era llegar a Cuenca antes de la medianoche.

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Fue difícil dejar Tena y al mismo tiempo muy prometedor. Me hubiese quedado a vivir para siempre en el oriente ecuatoriano junto a la hermosa familia de Myriam, pero sabía que la ruta debía continuar y había escuchado muchos comentarios positivos de visitar Cuenca, por lo que a las 7 AM de un lunes (o quizás viernes, viajando no hay mucha diferencia), comencé la travesía que se alargaría por todo un día en dirección al sur del Ecuador.

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Ruta entre Puyo y Baños

Una de las mejores cosas de viajar a dedo es que le entregas control total de la ruta al conductor que te recoge, por lo tanto muchas veces puedes terminar en lugares que jamás pensaste visitar gracias a ellos. Lugares llamados Colta, Guamote o Zhud fueron paradas obligadas durante mi recorrido. Lo que en la lógica pudieron ser unas cuantas horas tranquilas en bus, para mí fueron casi una decena de conductores, muchas historias e innumerables sonrisas.

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Riobamba

Para muestra un botón: me encontraba haciendo dedo a la salida de Alaussi (lugar conocido en Ecuador por ser la estación de partida de la famosa ruta en tren “la Nariz del Diablo” el cual había intentado reservar pero no con la suficiente anticipación) y me recogió don Gustavo, jefe del ministerio de agricultura del cantón de Riobamba. Volvía a su hogar en Chunchi y aceptó llevarme hasta allá. Después de las presentaciones habituales, escuchó mi decepción de no haber podido hacer el tren, y para compensar ofreció hacer una pequeña parada. Acepté y empinó rumbo hacia un pequeño pueblito llamado Pistichi Tolte en el camino, para mí un lugar desconocido (ni siquiera aparecía en mi GPS), pero era el pueblito conocido por albergar la increíble ruta férrea.

Paramos y bajamos unos minutos a un mirador dónde pude observar la majestuosa obra de ingeniería. El alguna vez llamado “ferrocarril más difícil del mundo” hace el tramo Alaussí – Sibambe descendiendo por la empinada pendiente llamada “nariz del diablo” dónde debe hacer incluso un tramo en reversa. Es una construcción sencillamente espectacular. Si hubiese transitado el tren a esa hora habría sido la perfección absoluta, y aunque no pude montarlo, la sorpresa de ver la magnífica ruta fue muy emocionante. Para quienes gusten visitarla les recomiendo visitar http://trenecuador.com/es/nariz-del-diablo/

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Tras 12 horas de viaje, a las 21:30 hrs llegué a Cuenca al hogar de mi couch, Michel, un francés que junto a su pareja venezolana Sara vivían en la ciudad hace sólo 3 semanas. Él es una persona muy motivada que, desde su llegada, siempre ha tratado de organizar actividades de Couchsurfing en la ciudad, una que por lo demás recibe muchas solicitudes. Pasé sólo dos días en Cuenca (con la intención de volver), pero viví experiencias muy especiales.

Cuenca es la tercera ciudad más grande del país. Ubicada en el valle interandino de la sierra sur ecuatoriana, es llamada la Atenas del Ecuador por su arquitectura, su diversidad cultural, su aporte a las artes, ciencias y letras ecuatorianas y por ser el lugar de nacimiento de muchos personajes ilustres de la sociedad ecuatoriana. Con una arquitectura colonial y republicana que se ha mantenido intachable a lo largo de los años y con un centro histórico que es Patrimonio de la Humanidad desde 1999.

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El primer día y tras un poco de escritura matutina – toma bastante comenzar textos – fuimos con Michel a recorrer el centro de Cuenca. Quedé gratamente sorprendido de nuevo con el transporte público a sólo 25 centavos y con una ciudad que en un principio pensé que sería más grande (para mi mientras más pequeña mejor). Michel vive en un barrio moderno al oeste de la ciudad, así que caminar hacia la zona céntrica es un verdadero viaje en el tiempo. Paso a paso eramos transportados en alma al año 1600, con las fachadas blancas de las casas, los techos rojizos de tejas y las iglesias cada dos cuadras. Me recordó profundamente a mis días en Arequipa, Perú.

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Paramos para una panorámica en el parque Abdón Calderón (la plaza principal de la ciudad) e hice ingreso a su enorme catedral nueva, alucinante desde fuera y muy decepcionante desde dentro. Algo que me llamó profundamente la atención de la ciudad fue la gran cantidad de turistas de todas partes del mundo en ella, a lo que Michel me explicó que muchos de ellos eran residentes, ya que Cuenca es considerada una de las ciudades más agradables para el retiro de jubilados extranjeros. Eso quizás también explicaba la enorme variedad en la gastronomía. Muchos restaurantes españoles, árabes, chinos, peruanos, mexicanos, etc. Una ciudad antigua y muy globalizada, pasado y presente en un mismo pedazo de tierra, interesante combinación.

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El segundo día no hubo mucho que organizar, porque Michel me tenía preparada una invitación a cenar en su casa junto a otros Couchsurfers de la ciudad. Tomé un pequeño descanso en la mañana y en la tarde nos juntamos en la feria a preparar todos los detalles. Los invitados a la cena eran Tiago, joven ecuatoriano que hospedaba a Brian, un chef canadiense de visita por Cuenca. Además nos acompañaría esa noche Sara y su amiga Alexa, también venezolana. Una cena de 5 nacionalidades diferentes en una mesa. Prometía mucho.

El menú incluyó aperitivo de Cola de Mono (trago típico de chile), unos tomates rellenos de atún para la entrada, Roastbeef de Goa (de la India) de plato principal, una degustación de quesos y finalmente un panqueque relleno de frutas, todo esto acompañado de un rico vino tinto. Sabores de todo el planeta en una afortunada mesa cuencana. De no haber salido un día a recorrer el planeta no habría vivido esta singular noche.

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Al culminar la noche y como ritual de despedida con mi gran anfitrión Michel, pasamos unas horas de juegos de mesa franceses compartiendo las últimas gotas del cola de mono restante. Juegos como el 421, los petit cochons (pequeños puercos), petanque y las quilles finlandaises se irán conmigo de vuelta a Chile. Mi legado fue dejarle las reglas del «cacho» chileno esperando que algún día se interese por aquel entretenido juego.

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Y digo despedida porque a la mañana siguiente tomé mi mochila desde Cuenca en dirección a Guayaquil. Era hora de una grata, pero grata sorpresa tanto para mi cómo para ustedes que me leen. Un abrazo!

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