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El paraíso submarino de Isla Isabela

Esta sería mi última etapa por el archipiélago de los sueños. En las Galápagos había tenido la oportunidad de vivir esta naturaleza puro y de una forma única, pero aún me quedaba un anhelo pendiente, las maravillas del fondo del mar. Nuestra visita con Ester a Isla Isabela era para eso mismo, para descubrir el mundo submarino en el lugar más paradisíaco al que podíamos ir sin necesidad de tomar un crucero.

Isabela es llamada así en honor a la Reina Isabel I de Castilla, quién patrocinó la travesía de Cristóbal Colón casi 600 años atrás. Es la isla más grande de las 19 que conforman el archipiélago y cuenta con 6 volcanes en su superficie. Su ciudad base, Puerto Villamil nos recibió por un breve pero inolvidable tiempo.

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Debido al extenso rato que pasé en San Cristóbal y Santa Cruz, el tiempo que tendría en Isabela era acotadísimo, por tanto había que andar rápido. Buscamos un alojamiento barato y bien ubicado (25 USD por ambos en pieza compartida) y organizamos las actividades. Primero nos correspondería una pincelada del mundo marino en Concha y Perla, una pacífica y transparente bahía ubicada a un costado de Puerto Villamil en que puedes hacer un tranquilo snorkeling (para inexpertos como uno) y si tienes suerte nadar con pinguinos, tortugas e incluso manta rayas.

Cómo no todo siempre es color de rosa, nos encontramos con que el sendero a Concha y Perla estaba clausurado por daños y se encontraba en reparación, y que la única forma de acceder al lugar era a través del mar. Ester (que es una experta buceadora) hizo el intento de llegar y le fue bastante complicado, por lo tanto decidimos desistir a ir y continuar con el resto de las actividades. (Adjunto un video de Concha y Perla para que al menos puedan visualizar lo increíble que era).

Luego tocó hacer mi actividad favorita mientras uno viaja, caminar. Crucé a través del hostel y llegué a la plaza de Puerto Villamil, dónde predominaban los puestos de comida y las agencias de turismo (la mayoría ofreciendo actividades de buceo).

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Creo haberlo dicho mil veces en estos últimos tres posts, mi obsesión en Galápagos eran las tortugas, así que encaminé mi rumbo hacia el Centro de Crianza de Tortugas Terrestres «Arnaldo Tupiza Chamaidan», mientras Ester se quedó en el puerto haciendo snorkeling, su propia obsesión. Tras unos 30 minutos caminando a todo sol llegas al lugar de alimentación, una pequeña laguna dónde puedes ver flamencos, y a un costado de ella se encontraba el centro de crianza. Un tour venía recién saliendo así que me encontraba con la buena noticia de que el lugar estaba desolado, sólo estarían las tortugas y yo.

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Cuando me dije que realmente estaríamos las tortugas y yo nunca pensé que sería tan literal, ni gente trabajando había. El centro de crianza se ve muy descuidado, casi abandonado. Las tortugas se notan mal alimentadas, con sed y muy restringidas en cuanto al espacio; nada comparado con los lugares que visité en las islas de San Cristobal y Santa Cruz. Los imaginé como prisioneros en su propia isla (hay que reconocerlo, ellos estaban acá primero) y me dio mucha pena todo. No estuve mucho tiempo antes de querer retirarme de ahí y volver a la costa.

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De vuelta en Puerto Villamil sentía que había perdido el día. Me quedaba una sola jornada más para disfrutar y me tocaba partir de las Galápagos y debía ser memorable. Las opciones que nos quedaban a Ester y a mi en Isabela era hacer snorkeling y visitar las tintoreras, o pagar un tour a los Túneles de Cabo Rosa (el recorrido marítimo estrella de la isla). No podíamos quedarnos con esa sensación amarga, así que desembolsamos 70 USD cada uno para al día siguiente tomar rumbo a los túneles. Esa noche cenamos unos ricos shawarmas y recuerdo haber dormido muy poco, sentía que algo grande estaba por venir.

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Bien temprano a las 8 AM nos presentamos en la agencia para el comienzo del tour. En total seríamos 12 las personas en la embarcación: una pareja brasileña, una pareja israelí, una familia ecuatoriana compuesta por 4 integrantes, una pareja chilena, Ester y yo. Todos embarcamos y la lancha zarpó, todo esto mientras el guía daba la correspondiente explicación del recorrido. La primera parada era Roca Unión, un santuario de aves en medio del océano, pero la marea estaba fuertísima, tanto así que el brasileño y yo terminamos empapados en el recorrido de ida. Debido a este contratiempo el guía decidió pasar primero a los túneles y de vuelta si era posible ver Roca Unión.

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Navegamos otros 15 minutos y arribamos a los Túneles de Cabo Rosa. Estas son formaciones rocosas de origen volcánico que al solidificar en el mar forman laberintos cerca de la costa. Hicimos ingreso al mar de rocas y la lancha bajó la velocidad ya que la marea había desaparecido. Nunca en mi vida había visto el océano tan cristalino. Estacionamos la lancha en el borde de una gran roca y nos trepamos para un pequeño trekking sobre los arcos de lava en el que vimos tortugas marinas nadando entre las rocas, bancos de peces de todos los colores y dónde vimos un pequeño nido de piqueros de patas azules con sus crías. Del paisaje ni hablar, un mundo surrealista de cactus y vegetación sobre estos restos de milenarias erupciones volcánicas, un verdadero privilegio estar acá.

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Ahora había llegado el momento del primer descenso. Nos pusimos los trajes de neopreno, nos colocamos los snorkels y bajamos a vivir una de las mejores experiencias de mi vida. Los puentes de lava sólida sobre la mar daban paso bajo el agua a cavernas y laberintos que la fauna marina hace de hogar. Había toda clase de peces de colores, caballitos de mar, erizos (que sentimos caminar sobre nuestras palmas), langostas, tortugas marinas, pinguinos, todo en este pequeño lugar del océano. En pocas palabras, era como hacer snorkeling en un acuario.

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Inolvidable. Y era sólo el comienzo, ya que aun quedaba hacer el segundo descenso en otro magnífico lugar llamado El Finado, además de volver a intentar visitar Roca Unión. Esta nueva visita a las profundidades era en una zona plagada de tortugas, lobos marinos y tiburones tintoreras, o llamados también tiburones de punta blanca. Esta vez el cansancio era mayor y el frío comenzaba a atravesar el neopreno, pero nada comparado con la primera oportunidad de nadar con estas especies en este alucinante lugar.

Descendimos y nuestro guía nos dirigió a algunas rocas sobresalientes del agua. Estas rocas escondían cavernas submarinas, dónde en ella habitaban las tintoreras durante el día para evitar el sol. Ya había visto un par de tiburones hace unos días en Tortuga Bay por tanto imaginé que sería similar. Grave error, estos especímenes eran bastante más grandes y al sumergirnos se asustaban saliendo disparados en nuestra dirección. Debo admitir que me costó en un principio hacerme la idea de que estaba ¡nadando con malditos tiburones!. Era algo que jamás imaginé que haría.

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Luego, en la libertad de cada uno para nadar y admirar las maravillas de este mundo, se nos sumó un lobito de mar que demostró que en el agua es un animal digno de ser aplaudido, muy distinto al mismo lobo en tierra dónde sólo se dedica a tomar sol. El lobo este danzó a nuestro lado, se dejó fotografiar, revoloteó entre todos y cada uno de nosotros. Yo lo tomé como su forma de decirme adiós. Un adiós a esta experiencia del snorkeling, un adiós a esta isla paradisíaca, un adiós a este archipiélago de ensueño.

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A esa altura visitar Roca Unión daba lo mismo. Volvimos a Puerto Villamil justo a tiempo para que yo pudiese embarcar a Santa Cruz y darle fin a esta aventura. Lamentaba sólo una cosa, no haber podido ver en vivo y en directo una manta raya en su estado natural. Ester me dejó en el embarcadero y me tomó una foto del recuerdo. Mientras la tomaba, miramos algo que chapoteaba bajo nosotros y adivinen qué: una manta raya pasó a saludarnos, o a despedirnos, quién sabe. Después de eso ya no había más vueltas que darle. Galápagos fuiste la perfección absoluta. Muchas muchas gracias y hasta siempre.

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