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Isla Santa Cruz y el primer cumple en la ruta

Dentro de los cuestionamientos que tenía antes de comenzar el viaje, recuerdo haber pensado muchas veces con el momento y el lugar exacto dónde festejaría mi cumpleaños o las fiestas de navidad y año nuevo. Me imaginaba en una canoa en medio del amazonas, o pescando de madrugada en las costas del pacífico o dando cara al calor en medio de algún desierto del continente. Creo que nunca me puse una meta tan alta como la de pasar estas importantes fechas en las Islas Galápagos. Nunca. Y ahora era una realidad que mis 26 años serían celebrados acá.

Me remontaré al fin de mi estancia en el Puerto Baquerizo Moreno, dónde a las 7 AM se abordan las barcazas que hacen el cruce con la Isla Santa Cruz. Esta vez partía solo, ya que mi compañera Ester tenía proyectos de buceo pendientes con su amigo Jimbo y se quedaría un día más en San Cristobal. Llegaría justo al día siguiente para el oportuno abrazo de celebración.

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Luego de 2 horas en lancha (30 USD de costo), lugar dónde hice amistad con una pareja norteamericana-aleman, arribamos al Puerto Ayora, principal ciudad de la Isla Santa Cruz y la más grande de todo el archipiélago. Cada uno fue en busca de su alojamiento (ellos disponían de más presupuesto que yo) y nos reunimos en el malecón para acompañarlos a sacar dinero del cajero.

Mientras ellos estaban en lo suyo, me senté fuera del banco a revisar un mapa de la isla y ver a los coloridos cangrejos, cuando de pronto un grupo de iguanas marinas se acercó a unos centímetros de mi. Eran más pequeñas que las de San Cristóbal por lo que se veían inofensivas, como si fuesen gatos de algún hogar aledaño. En cualquier otro lugar del planeta quizás hubiese estallado del miedo o me habría alejado, pero no acá, en Galápagos era de lo más normal. Más adelante averiguaría que esta iguana marina está en peligro de extinción, que es una de las pocas especies de lagartos que deambulan cerca del mar y que sólo vive naturalmente en este pequeño rincón del planeta. Por un momento me sentí especial.

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Trámite hecho: era hora de recorrer Santa Cruz. Así que tal como hice con Ester en San Cristóbal, tomé junto a mis nuevos amigos un tour grupal en camioneta a diversos puntos turísticos de la isla, partiendo por Los Gemelos. Este lugar se encuentra en tierras altas, a mitad de camino conduciendo al norte de la isla (dirigiéndose hacia Isla Bartra, conocida por tener el otro aeropuerto internacional de las Galápagos).

Los Gemelos son dos enormes hundimientos de cráteres ubicados uno a cada costado de la carretera. Cada uno de ellos tiene senderos creados para su recorrido (el más grande puede rodearse completamente) y es el lugar ideal para observar al pájaro brujo, sobresaliente ave de las zonas altas del archipiélago. Para ser sincero no había oído hablar nada sobre este lugar, por lo que iba en la completa incertidumbre y me llevé una grata, pero grata sorpresa.

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Los Gemelos desde satélite

La segunda parada y la más esperada por todos era la Reserva El Chato, una finca privada dónde las tortugas gigantes de las Galápagos caminaban libres por los extensos y verdes campos. Nos habían recomendado este lugar como el mejor para ver tortugas en las islas y antes de llegar ya nos sorprendía con ejemplares enormes bloqueando el camino. Aprovechamos la lentitud de nuestro nuevo amigo para las primeras fotos de una visita que terminaría siendo inolvidable.

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Arribamos a la finca (que es gigante, necesitas un guía si quieres recorrerla completa) y no tardamos en hacernos trizas los pies caminando por todos sus senderos. Es verdaderamente un lugar de ensueño. No necesitas ser un fanático de los animales para enamorarte de estas enormes criaturas, y hasta tuve la oportunidad de fotografiarme dentro de un caparazón de una centenaria tortuga extinta. Muy difícil de describir, creo que las fotos hablarán por si solas.

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¿Ven a qué me refería?. Indescriptible. La Reserva en su parte final cuenta con un misterioso túnel de lava que me recordó a los descensos al Chiflón del Diablo en Lota en Chile. Eso si, mi cámara se quedó sin batería para poder mostrarlo en imágenes, la adicción por tortugas me la hicieron terminar.

Así terminaría el día previo a mi cumpleaños, un día que pensaba pasaría en soledad en Puerto Ayora y que terminó siendo una aventura de proporciones. Me esperaba un próspero mañana de guatita al sol en una de las playas más conocidas de las Galápagos y que sería la previa del reencuentro y celebración con mi compañera de viaje.

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Había llegado el día. Despertaba este martes en que celebraba mis 26 años de vida. Estaba solo, en una habitación de hotel y pronto a visitar Tortuga Bay, una paradisíaca playa a 3 kilómetros caminando de Puerto Ayora.

Tomé algunas frutas para comer y rápidamente puse marcha hacia la playa. En el trayecto (y gracias a mi GPS) me hice amigo de Josué, un joven estudiante mexicano de biología, y una pareja de amigos biólogos neozelandeses que se encontraban en la isla trabajando en un proyecto de sustentabilidad liderado por el hermano mayor de Josué. Los cuatro caminamos juntos por el sendero a la playa, sendero que se hizo eterno debido a que los oceánicos se detenían en cada especie distinta de árbol y ave que cruzábamos para prestarle atención. Si para un viajero como yo Galápagos era un lugar extraordinario, no quiero ni imaginar el júbilo que ellos debían de sentir. Finalmente tras una media hora de caminata comenzaba a entrar arena blanca a nuestros pies, señal de que habíamos llegado a Tortuga Bay.

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Tortuga Bay se divide en dos partes: Un extenso y agresivo borde costero llamado Playa Brava y una pequeña bahía a su costado llamada Playa Mansa, ambas separadas por una zona de manglares. Caminar sobre playa brava fue un verdadero placer, cerrando los ojos y escuchando el reventar de las olas como si fuese la mejor terapia. A lo lejos se divisaban numerosos puntos negros sobre la arena y la orilla del mar, y a medida que avanzábamos veíamos que esos puntos tenían ojos, escamas y una larga cola: nuevamente las amigas iguanas se hacían presente.

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Por otro lado playa mansa era una paz absoluta. No había mucha gente (era temprano) y con un sol que comenzaba a hacer de las suyas. Toalla al suelo y disfrutar este hermoso presente de celebrar mi cumpleaños en el paraíso mismo. Sólo atiné a sonreír y sentirme muy afortunado.

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Josué y yo nunca habíamos hecho snorkeling por lo que los neozelandeses se propusieron enseñarnos. Mientras estábamos en eso, divisamos que desde un extremo de la orilla se acercaba hacia nosotros un grupo de gente tomando fotos hacia el agua, porque algo llamaba su atención. Cuando oímos que decían «Hammerhead, hammerhead» supe que ese algo era un pequeño tiburón martillo que nadaba a 2 metros de nosotros. ¡UN MALDITO TIBURÓN MARTILLO!. En unos minutos a esa especie se le sumaría otro pequeño tiburón nodriza, y poco antes de dejar la playa tuve la oportunidad de captar un piquero de patas azules en pleno vuelo. Tiburones, tortugas, iguanas, piqueros, ni Discovery Channel ofrecía esta variedad. Gracias Galápagos, has sido el mejor regalo que pude tener.

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Ya de vuelta en Puerto Ayora, recibí a mi queridísima Ester que llegaba desde San Cristóbal, compartimos un merecido helado, unas refrescantes Pilsener y disfrutamos del paisaje que Santa Cruz dejaba en nuestra memoria. No fue un cumpleaños tradicional. Por primera vez no hubo familia, no hubo amigos, no hubo torta ni celebración. Esta vez hubo una variedad de fauna, hubo compañeros de ruta, hubo aprendizaje; en fin, hubo paz. Mañana correspondía visitar la última isla de nuestro viaje, Isabela.

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