El impacto inicial había sido mejor a lo imaginado en las tierras del rey Hotu Matua. Mi primera impresión de convivir dentro una cultura diferente a la «sudaca» era tremendamente satisfactoria y le continuaría sacando el máximo provecho. En momentos como este es que agradecía el poder hospedarme en casa de un genuino Rapa Nui, porque de la cotidiana conversación obtenía lecciones que quedarían en mí para siempre.
Les hablaré un poco sobre Mataika, mi anfitrión. Un hombre de temple y ánimo interminable. Su edad rondaría los 60 años, aunque una copia de su carnet de identidad sobre el comedor de la casa decía que tenía unos 450, y por la cantidad de historias que nos relataba podrías pensar sin problemas que él perteneció a los antiguos conquistadores de la isla. Un verdadero artista: tallador en madera, escultor, pintor, cocinero, pero su mayor pasión y sus más importantes logros venían del mundo de la música. Diariamente escuchábamos algunos de sus cientos de canciones con las que recorrió el mundo, guitarra y ukelele bajo el brazo. Su casa era un cuartel que tras el atardecer se llenaba de amigos y aprendices de las diferentes disciplinas que él enseñaba. Era ahí dónde el espectáculo daba comienzo.
El idioma no estaba en discusión. Entre isleños sólo se habla Rapa Nui, por ende hablar con dos de ellos es bastante desconcertante por momentos. Los primeros días sólo manejábamos el «iorana» (hola y adiós) o el «maururu (gracias). Con el tiempo y las visitas a los distintos lugares arqueológicos podríamos ir formando un pequeño vocabulario con palabras como «ahu» (plataforma), «ma’unga» (cerro), «hanga» (bahía), «kai» (comida), «ana» (cueva), «motu» (isla), «ariki» (rey) o «rano» (cráter). Es exactamente este último término el que coincide con la siguiente visita en la isla: a sólo unos cuantos kilómetros al sur de Hanga Roa se encuentra Rano Kau, uno de los tres volcanes inactivos que dan forma a la isla.
Para llegar a Rano Kau tienes diferentes alternativas: vehicular (taxi, auto, bicicleta) por un camino que bordea el volcán, o caminar un sendero demarcado que sube directamente a la cima. Obviamente decidí caminar el trayecto que no tomó más de una hora en realizarse. ¿El resultado final? A mi espalda una vista privilegiada de toda la costa oeste de Hanga Roa, y en frente una de las maravillas naturales más asombrosas de la isla, un cráter de más de un kilómetro, producto de una erupción hace más de dos millones de años.
Hoy en el interior del cráter existe una laguna de aguas lluvias con un micro clima que permite el crecimiento de importantes elementos para artesanía como la totora (la misma que se encuentra en el Titicaca o en Huanchaco) y el mahute, una fibra obtenida desde una planta que antiguamente era utilizada como vestimenta ceremonial Rapa Nui.
El Tangata Manu o la ceremonia del Hombre Pájaro
Caminando por el perímetro del cráter hacia el oeste se encuentra la aldea de Orongo, un lugar con una importancia cultural e histórica mayor, ya que fue la sede del Tangata Manu. Esta ceremonia honraba al dios creador Make-Make y consistía en una competencia durante la época de estación del manutara – también llamado gaviotín pascuense – dónde los participantes, representantes de las diferentes tribus Rapa Nui, debían bajar por el pequeño hueco al sur del cráter llamado Kari Kari e ir en búsqueda del primer huevo al islote Motu Nui, el más grande de los islotes visibles desde Orongo. Quién volviese a la aldea con el objetivo, sería escogido Tangata Manu u Hombre Pájaro, y ejercería la jefatura militar y política de la isla.
Gracias a las reconstrucciones realizadas a mediados de la década de 1970, hoy en día aún es posible observar vestigios de la ceremonia en los terrenos pertenecientes a Orongo. No sólo las construcciones antiguas de piedra laja con la forma de casas-bote, sino también algunos petroglifos que muestran al hombre pájaro, símbolo que también ha sido esculpido en la parte trasera de algunas esculturas de moais, para simbolizar la transición entre la época de los moais y la del tangata manu.
El extremo oeste de Orongo tiene otro mirador al Rano Kau, un recordatorio final de este majestuoso cráter. Estando sentado a su orilla recordaba que aún quedaban dos volcanes principales por subir, el ma’unga Tere Vaka y el Poike. Esto estaba recién comenzando. ¡Aún ni siquiera salía de los alrededores del pueblo!
Ya habiendo caminado el sendero de vuelta, antes de llegar al sector de Hanga Roa llamado Mataveri, puedes pasar a visitar la Ana Kai Tangata. Llamada también «la cueva de los canibales» por la traducción textual del significado a español (cueva-comer-hombre), en ella nunca se encontró ninguna prueba que demuestre de que existiese canibalismo.
Esta cueva cuenta con una pared de pinturas tribales que me recordó mucho a la Cueva de las Manos, en la Patagonia Argentina. Así como en el sur se describían rituales de cacería y se visualizaban miles de manos, en este aislado lugar del planeta la cueva mostraba dibujos de aves en su mayoría, en unos colores anaranjados. Me senté a escuchar el oleaje sobre la entrada de la cueva, dando término a mi segunda aventura pascuense.