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Breve Aventura en el Parque Nacional Siete Tazas

Llevaba tiempo sin escribir. Desde que partí esta web dónde compartiría mis aventuras, jamás había estado tanto tiempo ausente, pero era necesario. Viajé en este lapso, visité Neuquén (Argentina) y me devolví en una travesía de dos días haciendo autostop cruzando la frontera a punta del pulgar, pero no me animé a escribirlo; luego, cuando me vino un segundo aire en las letras, los viajes escasearon. Al final, para mí, cualquier excusa de unos días fuera de casa era válida para volver a redactar, y así fue como terminé pasando un increíble fin de semana en el Parque Nacional Radal Siete Tazas.

¿La excusa respectiva? Una salida pendiente con mi padrino, y a esta se sumaron dos personas más: mi hermana y Claudia, una amiga de mi compañero. El lugar estaba decidido hace un tiempo, sólo quedaba ponerle fecha y armar maletas.

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El Parque Nacional Radal Siete Tazas está ubicado en la zona central de Chile, en la provincia de Curicó, región del Maule. Se encuentra a 55 kilómetros a la cordillera desde la ciudad de Molina. El recorrido hacia el parque bordea y cruza varias veces el cauce del Río Claro, principal unidad hidrográfica del lugar. El asfalto da lugar al ripio y el frío cordillerano comienza a hacerse presente. Una parada obligada es la entrada al Parque Nacional, dónde se encuentra el retén de Carabineros, lugar para dar aviso del ingreso (sobretodo si harán Trekking).

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A medida que nos acercabamos al Parque Inglés (lugar dónde se encuentra el campamento) el camino se hace un poco dificultoso para vehículos pequeños, pero nada que no pueda ser solucionado con un poco de paciencia y empuje. Tras avanzar unos minutos, se divisa la primera atracción del parque, el Velo de la Novia, un salto de más de 40 metros que cuenta con un mirador al costado del camino para la fotografía perfecta. La altura de la caída de agua hace que presente una neblina constante, un maravilloso efecto.

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El sonido de la cascada era el mejor aperitivo para lo que vendría. Un pequeño desayuno en el lugar, subimos a la camioneta y avanzamos un par de kilómetros hasta alcanzar una amplia zona de estacionamiento y la entrada al plato principal del parque, las Siete Tazas. En la entrada se cancela un ticket de $2.000 pesos y se hace ingreso a la zona de senderos, un recinto abierto con miradores en dirección al Salto de la Leona y a las Siete Tazas, que además cuenta con 300 metros de pasarelas para discapacitados y que se encuentra bajo un bosque de árboles nativos.

El primer lugar visible son las Siete Tazas, prodigios formados gracias a la acción del agua que en complicidad al tiempo nos brinda una obra milenaria. Desde el mirador es posible observar numerosas de estas cavidades, pero no la totalidad de ellas, ya que las paredes rocosas ocultaban algunas. Debo decir en este punto que, habiendo visto mil veces imágenes de las Siete Tazas, me sorprendió su gran tamaño, y también que el sonido del río corriendo a través de ellas la hacen una postal maravillosa.

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Continuando el sendero, nos aproximamos a dos miradores que apuntan al Salto de la Leona, la otra gran cascada del circuito. Esta tiene una altura de unos 25 metros y su gran cualidad es mostrar a su alrededor el claro desgaste de la roca basáltica por la acción milenaria del agua. Bajamos el sendero que te permite llegar al nivel del Río Claro pensando en acercarnos a la cascada, pero aún estábamos bastante lejos. Eso si, no sería la última vez que la veríamos, más adelante esta joya de la naturaleza nos daría una sorpresa mayor.

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Tras pasar un largo rato acá, empinamos hacia Parque Inglés para armar el campamento. No habíamos avanzado ni un kilómetro y encontramos un cruce que además de nuestro destino, cruzaba el río Claro señalando al Valle de las Catas, por lo que bajamos a mirar. Este es un sector privado que cuenta con un camping, pero que además permite a los visitantes por $2.000 pesos recorrer la ribera sur del río (el parque bordea sólo la ribera norte).

¿El resultado? Dos hermosos miradores sobre las Siete Tazas, dónde en ambos era posible ver la totalidad de ellas, y también otro mirador en altura en dirección al valle por el cual veníamos rodando.

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Para finalizar, te encuentras un largo sendero con descenso a la base del Salto de la Leona. Osea, lo que hace una hora veíamos a distancia ahora lo teníamos a la altura de nuestros pies. Magnífico. No podíamos pedir más, paramos por intuición en este lugar y luego no queríamos dejarlo.

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No importó que fuese una fría noche en nuestro camping en el Parque Inglés, porque la compañía de un café con malicia, una buena fogata y la remembranza del día que habíamos vivido bastaba para hacerla más acogedora. Quedaba aún la segunda parte del viaje, recorrer los numerosos senderos que componen este Parque Nacional.

A la mañana siguiente, tras desarmar el campamento, salimos en búsqueda de aquello, encontrándonos que varios de los caminos estaban cerrados por la temporada. Así que encaminamos hacia Los Chiquillanes, un recorrido de unos 7 kilómetros que alcanzaba los 1600 metros de altura en su parte más alta.

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A medida que avanzábamos la inclinación se hacía mayor, y la advertencia de lluvia se hacía presente. Había que andar rápido. Tras cerca de 90 minutos sólo subiendo, salimos del bosque y llegamos a un plano que nos dejó a los cuatro caminantes sin palabras. Es de esos lugares y momentos que una cámara (grabando o fotografiando) simplemente no puede capturar. Había que tomar asiento, comer un snack, y disfrutar de una vista sin igual.

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De ahí en más, apareció nuestra amiga lluvia. La caminata se hizo más silenciosa y lenta, la ropa se hizo más pesada y el cansancio se sumó a la ecuación. Como aún era temprano y la lluvia tenue, aprovechamos de agregar un pequeño sendero adicional a la caminata (llamado Mala Cara), que realmente valió la pena porque vimos el que probablemente es el tramo más hermoso del Río Claro. De vuelta paramos en un mirador techado para terminar nuestras provisiones y para la foto final de la que sería una aventura para enmarcar, un verdadero fin de semana redondo.

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