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Viajar para sobrevivir: Crónica de un haitiano

Su nombre era Guito. Su dominio único del idioma francés y la búsqueda de trabajo por estas latitudes hacía presagiar que era de Haití. ¿Su objetivo? Cruzar a Chile desde Argentina por alguno de los pasos fronterizos al sur del país. No lo logró. El conductor de un bus que se dirigía a alguna localidad del sur argentino se ofreció a devolverlo al pueblo más cercano, sentado en el único asiento que había disponible. Adivinen quién iba en el asiento del lado.

Siempre he dicho que todo viaje, por más insignificante que sea, es una aventura. Desde salir a comprar pan a la esquina de tu casa, hasta darle la vuelta al mundo entero. En todos y cada uno puedes cambiarle la vida a alguien, partiendo con algo tan básico como una sonrisa espontánea. Esta vez, me encontraba cruzando la frontera trasandina en camino a Cutral Co, para realizarme lo que sería un tratamiento a mi columna cervical y poder terminar con 20 meses de malestares. Y de pronto, las coincidencias antes mencionadas hicieron que Guito se sentara a mi lado.

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No hablaba una pizca de español, menos hablar inglés. Algo de portugués se le oía porque venía desde Brasil en la que era una travesía de 4 días en bus, razón por la cual emanaba un olor bastante fuerte de su cuerpo. Cualquiera lo hubiese ignorado, más habría pedido que se bajara del bus, pero no fue éste el caso. Tenía todos los papeles para ingresar a Chile, pero un último documento que presentó online necesitaba entregarlo escrito y original. Y para eso debía comunicarse con su contacto en Santiago de Chile, Willy. Eso fue todo lo que logré conseguir. Mi spanglish y su frantugues no eran suficientes para mantener una conversación.

Buscaba hotel, y ofrecí llamar a mi contacto en Neuquén, Ayelén, para que se quedase con nosotros. No lo conocía, tampoco ella, pero ambos accedimos. Había que hacer algo. Si no, para qué estamos en este mundo. En casa (y con Aye en el trabajo) hubo que apelar a mucha mímica, dibujos y la improvisación para comunicarnos, cosa que a ratos fue bastante ameno.

Tenía 27 años, venía desde Sao Paulo, donde había pasado los últimos 13 meses trabajando. El plan era continuar eso en Chile, lugar en que tenía amigos haitianos. Como dije, llevaba  4 días en un bus (yo viajé 18 horas y estaba destruido) y en su país dejó una novia y a su hijo, Dario, a quienes no veía hace año y medio.

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La plata que ganaba la enviaba a casa. Esa era su vida a esa edad. Darle la vuelta al globo a cambio de oportunidades para sobrevivir, porque en su país no era posible. Un mismo ser humano que todos nosotros, que ningún error cometió, sólo tuvo la mala suerte de nacer en un lugar en que las oportunidades y las condiciones no son dignas para vivir. Teníamos la misma edad y nuestras realidades no podían distar más. Yo viajaba por placer y él lo tenía que hacer por necesidad.

A falta de internet, a ratos, oía audios de su novia. Comía poco y dormía harto. Me enseñaba algo de francés, pero las lecciones más grandes las tomaba cuando hablaba de su vida, de su historia. Se tomaba selfies como cualquier individuo a nuestra edad, pero se notaba en su vista la responsabilidad con la que cargaba, la de sacar adelante a una familia a 6000 km de ahí.

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En mi cabeza no había nada que discutir. Estaba decidido. No importaba si esto me traía problemas, iba a ayudarlo en su cometido de llegar a Chile.

Pero no sería fácil.

El famoso documento faltante estaba en Santiago. Nosotros en Neuquén. Las firmas estaban, pero una fotocopia o un fax era insuficiente. Había que conseguirlo. Es graciosa la imagen mental de Guito y yo fuera de una tienda de electrónica por horas, aguantando un frío y una lluvia que comenzaba a acechar, para utilizar señal Wi-fi y así coordinar los contactos y el tiempo en dos países, con toda la burocracia que eso conlleva.

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Finalmente, tras un largo esfuerzo, el documento fue enviado a destino. Ahora quedaba armarse de paciencia y preparar el contraataque con que aduanas intentaría no dejar ingresar a una persona que no habla una gota de español, y en que los habitantes del país ya sentían cierta antipatía por el inmigrante de color. Como si nosotros no viviéramos eso en países del primer mundo. No aprendemos.

[ACTUALIZACIÓN]

Hoy, 30 de Julio, 17 días después de conocer a Guito, recibo la noticia de que tuvo éxito en su ingreso a Chile. Eso si, no fue sencillo. El documento con la invitación desde Santiago tardó una semana más de lo esperado en arribar y hubo que ayudar a encontrar un hospedaje a Guito en Argentina, cosa que, gracias a unos inmigrantes de Senegal en Neuquén, pudo conseguir.

Mucha satisfacción por lo hecho. Para mi fueron un par de días de esfuerzo y estrés en un viaje que suponía ser de salud y placer, pero esta noticia dio todo un nuevo sentido a aquella aventura. Un pequeño granito para lo que puede ser una vida mejor para Guito y su familia en la lejana Haití. Un abrazo amigo, y gracias por todo.

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