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Sacramento Kings: porque 17 años no son nada

Siempre he creído que este mundo avanza gracias a la existencia de gente apasionada. Ellos hacen girar las manecillas del reloj, ellos crean, ellos hacen que muchas de las cosas que nos rodean tengan sentido alguno. Si miramos un diccionario y buscamos la palabra «Pasión» encontraremos: Sentimiento vehemente, capaz de dominar la voluntad y perturbar la razón. Es eso, es actuar con el corazón, y bien sabemos que a veces el corazón tiene razones que la razón nunca entenderá.

Hoy por hoy, he intentado que cada una de las motivaciones de mi vida sea activada por este sentimiento, y que sumado a una chispa de acción, se conviertan en realidades. Si no, la verdad es que no estaría en el lugar que me encontraba en este momento. Pero, ¿dónde estaba? Pues bien, camino a Sacramento, California, en el inicio de una experiencia que se venía gestando hace 17 años.

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Quienes me conocen saben que respiro y sudo basketball, sobretodo si se trata de la NBA. Y dentro de aquello, hay un equipo que me quita el sueño, y esos son los Sacramento Kings. Los sigo desde 1999, desde el mítico equipo que peleó cosas importantes por 5 años y rompió todos los records de franquicia. De ahí en mas, fracaso tras fracaso, han sido 12 años de frustraciones que nunca disminuyeron el amor por tal club. Al final del día, una pasión es una pasión. Ha sido un largo viaje de 17 años en que había tenido la posibilidad de conocer gente local a través del internet y que esperaba al fin conocer en persona cuando visite la ciudad.

Arribé a Modesto, California, a casa de Mary, una amiga que aceptó recibirme algunos días en su hogar. Los 9800 kilómetros que hay desde mi Chile a Sacramento súbitamente se habían transformado en menos de 120, y estábamos a sólo 24 horas de un partido. El espacio y el tiempo parecían confabular a mi favor. Antes de dormir marqué en mi calendario el 27 de Marzo, día en que la espera finalmente daría termino.

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Sleep Train Arena. Ese es el nombre del Arena donde juegan los Sacramento Kings, o donde lo harían los últimos seis partidos, porque se iba a cerrar después de 28 años de uso. Ya hacía un mes, en Miami, había tenido la oportunidad de asistir a un partido NBA, con el condimento de ver a Stephen Curry y Dwyane Wade, dos de los mejores basquetbolistas del mundo, pero este mal equipo de esta pequeña ciudad me cautivaba más el poder asistir. Así son las pasiones. Ingresamos a la Arena y mi mente comenzó a divagar.

Tantos lugares comunes, personas comunes que sólo había podido ver a través de una pantalla, hoy eran cotidianos personajes de los alrededores del estadio. Antes de llegar a mi asiento ya había podido conocer a relatores oficiales de radio, al equipo de redes sociales y digital media, a la capitana del Dance Team y mucha otra gente que coreaba mi nombre sin yo saber por qué. Era raro que, tras un largo viaje queriendo pasar desapercibido, acá llegue como toda una celebridad. La sorpresa sería mayor cuando Angela Walters, quién trabaja para el área de tickets, me obsequiara 4 entradas de primera fila para mi y tres acompañantes, así nada más. Estaríamos ubicados detrás de la banca local. Me quería morir.

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Nuestras ubicaciones eran lo más irreal que podía haberle pasado a un fanático que por primera vez visitaba a su equipo. Podías ver hasta el sudor corriendo por las cabezas de los jugadores. Demarcus Cousins, Rajon Rondo, Rudy Gay, todos ahí sentados a 1 metro, escuchando la charla técnica del coach George Karl. No era un rival fácil, los Dallas Mavericks del gran Dirk Nowitzki nunca lo han sido.

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Pero no era un partido para perder y el equipo estaba inspirado. Por mi parte, la fantasía era constante, con gente trayéndome presentes y artículos de parte de la organización a cada momento. Que lindo fue que reconocieran el esfuerzo que resultó viajar del otro lado del mundo a verlos en vivo. Se siente muy bien. Y además, tres personas más pudieron disfrutar de este sueño sentados a mi lado. Victoria por 22 puntos y una experiencia menos por vivir en esta extensa lista que llamo vida.

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Pero hubo una última sorpresa: Andrew Nicholson, hoy director del área digital de los Kings me preguntó si gustaba tomarme una fotografía en la cancha con mis amigos, a lo que accedí. Mientras nos tomaba la foto, me preguntaba quién era mi jugador favorito de la historia del club, respondiendo que el serbio Peja Stojakovic lo era. A lo sucesivo, me piden que gire hacia mi izquierda y ahí estaba aquel ex jugador, hoy asesor de la franquicia. Listo, esto no podía ser cierto. Estas cosas son las que suceden en los programas de TV donde reúnen a padres e hijos y esas cosas, acá había una cámara indiscreta. Pero no, estas cosas pasan, y pasan cuando una serie de actos apasionados confluyen entre si. Todo, desde viajar a Sacramento hasta la foto final con Stojakovic no hubieran sido posible sin un toque de pasión.

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La realidad sobrepasó cualquier expectativa. Volviendo a Modesto, mi mente estaba en otro planeta, y me recordaría este día por el resto de mi vida. Un amigo chileno dejó un mensaje en mi teléfono con una foto tomada desde la transmisión oficial, y era primera vez que entre esos multitudinarios públicos, reconozco a alguien, y ese alguien era precisamente yo. La hoja de papel imaginaria que marcaba los 17 años soñando este día podía al fin ser incinerada.

Pero esto no quedó acá: Tres días después los Kings enfrentaban a Washington y nuevamente hicimos acto de presencia en el Sleep Train Arena. Esta vez sería especial, porque Eduardo, otro chileno fanático y buen amigo que viajó desde Valparaíso, también estaría en el estadio, cosa que hizo que el trato preferencial mejorara aún más. ¿Un botón? En el calentamiento del equipo nos presentaron al dueño del club, Vivek Ranadive y nos fotografiaron junto a él y a la estrella del equipo, Demarcus Cousins. Segunda victoria consecutiva y otra velada inolvidable en Sac-Town, esta vez compartida con mi compatriota. ¡Que gusto me daba volver a hablar español!.

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Con el contar de los partidos y al ser una cara frecuente en la arena, fui dejando de ser una celebridad. Y era positivo, ya que volvía a lo que disfrutaba, pasar desapercibido a mi alrededor. Gracias a eso, hubo tiempo suficiente para recorrer la ciudad de Sacramento y ver el Golden1Center, el nuevo estadio que cobijará a los Kings desde el 2017 en adelante, y también de disfrutar los partidos de otra forma, alejado de la cancha, como un fanático común y corriente. Y así, rápidamente transcurrieron tres derrotas ante Miami, Portland y Minnesota.

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Pero lo más emotivo se viviría en la última noche de temporada NBA en Sacramento, porque era la despedida del Sleep Train Arena tras 28 años. La franquicia organizó un enorme evento con ex jugadores de todas las épocas y ante un gran rival como lo era Oklahoma City Thunder de Kevin Durant y Russell Westbrook, en el papel un reto difícil. Utilizando el parquet de los comienzos, con pirotecnia, homenajes y una entrada conmemorativa metálica de recuerdo, los Sacramento Kings vencieron a OKC para despedir la arena con un triunfo, estadística que engalanó la velada.

Hoy, desde mi habitación en Chile, veo aquella entrada metálica y viajo en el tiempo automáticamente. No creo vivir una experiencia relacionada con el basketball así en mi vida otra vez, por tanto atesoro este recuerdo como uno de los más profundos. Sé que volveré algún día a Sacramento a conocer el nuevo estadio, pero ciertamente no será lo mismo. Go Kings!

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