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El final es en donde partí, fuente de Buenos Aires

La vida siempre te entrega segundas oportunidades. No importa que pase. Lejano recuerdo ese penoso día de finales de noviembre de 2014 cuando mi sueño de recorrer Sudamérica se quebraba tal cual un trozo de vidrio se rompe al caer en el concreto, de golpe. Desde ese momento la salud pasaba a ser una prioridad, y de mochileros y carpas pase repentinamente a médicos y camillas de consultas.

Esta segunda ocasión no volvería a ser a través de Ecuador, ni las playas de Montañita. Esta vez, para darle la completa vuelta a la situación, comenzaría dando la vuelta al continente desde el lado contrario: Partiría en Buenos Aires, Argentina.

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La capital del país trasandino sería el inicio de esta aventura que esperaba llevarme al norte de esta enorme masa de tierra, y sin pasaje de vuelta. ¿Mi acompañante esta vez? Wlady, un compañero de universidad que, tras titularse, siempre quiso hacer de su vida una travesía. Y pues, quién era yo para negarla.

El vuelo sería algo especial. Wlady jamás había salido de Chile hasta este día. Un amante de la Cordillera de los Andes que por primera vez la podía observar desde los aires. Todo esto, mientras yo me preparaba mentalmente para este gran desafío.

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Buenos Aires, además, me reencontraria con viejas amigas de experiencias pasadas. ¿Recuerdan a Sabina de Trujillo? Ella me hospedó varias noches hace cerca de dos años en la costa peruana, lugar donde pase momentos extraordinarios. Tal parece que voló del nido y ahora volvería a ser mi ángel salvador en tierras de Maradona y Perón.

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No soy un gran fan de recorrer ciudades enormes, pero Buenos Aires, más allá de su famoso obelisco, de tener la avenida más ancha del mundo o de su pintoresco barrio de Caminito, esconde una calidez particular en su gente, esa que opina de todo y sobre todo, que milita y que te saluda al entrar a cualquier lugar. «Buen día, ¿todo bien?» se convertiría definitivamente en mi caballito de batalla por estos lados.

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Llegando al aeropuerto te recomiendo sacar de inmediato la tarjeta SUBE, indispensable para moverte a lo largo y ancho de la ciudad. Tiene un valor de 25 pesos argentinos y se puede cargar en muchos sitios. Si llegas a Ezeiza te queda un par de horas para llegar a microcentro, en cambio si arribas a Aeroparque el viaje tiende a ser mucho menor.

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Buenos Aires se convertiría en nuestro primer centro de operaciones viajero. Mientras planificabamos nuestras próximas semanas y llenábamos de provisiones nuestras mochilas, muchos kilómetros de caminata en la ciudad nos acercaban a las atracciones más importantes de la ciudad. Desde Casa Rosada al Congreso de la Nación, de San Telmo a Puerto Madero y desde el Ateneo Grand Splendid al barrio de La Boca, este lugar poco a poco te enamora. Y el corazón de ese amor lo representa el obelisco, símbolo máximo de la capital porteña.

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Y es precisamente en este sitio que visualizamos una de las situaciones insignes de la cultura argentina, la protesta por derechos sociales. Un 2 de Septiembre se realizó una masiva marcha federal en contra de reformas del actual gobierno y en donde decenas de miles de personas caminaron desde diferentes puntos a lo largo del país para culminar en Plaza de Mayo, frente a la casa de gobierno. Muchos colores e innovadoras formas de protesta caracterizan a este país, y está no fue la excepción.

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Para mi, Buenos Aires representa el comienzo de este viaje, pero también el final de un año y medio muy complicado. Acá me reencontré con amigos, volví a hacer las cosas que amaba y dejé la rutina en mi Chile querido, porque a pesar de que mi alma viaja todos los días, necesitaba que mi cuerpo hiciese exactamente lo mismo. Gracias a sus museos, barrios emblemáticos, parques y reservas, su tradición y sobretodo su gente, Buenos Aires se despide con un grato recuerdo.

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Sobre el final, otra importante recomendación. Hace dos años me vacune contra la Fiebre Amarilla en Chile a un precio muy alto (cerca de 60 dólares). Bueno, durante nuestra día en Buenos Aires, Wlady asistió a un lugar llamado Sanidad de Fronteras en que, sin necesidad de ser ciudadano del país, recibió el pinchazo de forma totalmente gratuita. Y para nuestro futuro en Brasil, sería muy necesaria.

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Dejaríamos la capital argentina en un tren en la estación de Retiro rumbo a Zárate, para así comenzar el dedo que nos llevaría eventualmente a Gualeguaychu y de ahí a Uruguay. Pero esa es otra historia.

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Un comentario

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