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Rio Grande do Sul: La primera degustación del gran Brasil

Atrás quedaba Uruguay, fuente del reencuentro con el asfalto sudamericano y primordial para el convencimiento del proyecto de viaje que arrancábamos junto a Wlady. Cruzábamos caminando la frontera del Chuy, y ahí asimilé que nos encontrabamos bajo el mayor desafío que había tenido como mochilero, un país de proporciones geográficas y demográficas brutales, inestabilidad política y social, y en donde por primera vez no iba a dominar el idioma principal. Estábamos en territorio de Brasil. No les miento, me sentía algo inseguro, pero la ansiedad por lo que estaba por venir siempre fue mayor.

Ni un minuto pasó en suelo brasileño y la barrera del idioma ya fue un factor. Nuestra primera inquietud fue averiguar si el agua de la aduana era potable y nuestro intento de conversación con el funcionario de policia federal fue un completo desastre. ¿No que el español y el portugués eran similares? ¿No que en Rio Grande do Sul hablaban portuñol? Con nuestra primera derrota comunicacional, entramos al país con agua potable en nuestras manos y más dudas en nuestras cabezas, rumbo a la carretera para «pedir carona», el análogo de «hacer dedo» en esta parte del mundo.

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 El Camionero

Hasta este punto del viaje habíamos subido a 22 vehículos y ninguno de ellos había sido un camión. Eliseu fue el primero en confiar en nosotros, recogiéndonos en un posto (estación) de gasolina a la salida de Santa Victoria do Palmar, a unos 30 kilómetros de la frontera con Uruguay. Era nuestro segundo día en Brasil, habiendo hecho un avance mediocre la jornada anterior, y culminando montando barraca (acampando) a un costado de una compañía procesadora de arroz abandonada. Esperábamos llegar a la ciudad de Pelotas, lugar al que precisamente este hombre se dirigía.

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Eliseu fue nuestro primer nexo con Brasil. Un camionero alegre, que conducía a pie pelado, y que, al igual que haríamos nosotros, inició enseñándonos las malas palabras del idioma portugués. A ratos no entendíamos nada y sólo asentíamos para no ofender, mas cuando la conversación se tornaba seria, le pedíamos que hablara lento para ir desarrollando el oído y comprender lo máximo posible. Dándonos una pequeña introducción de los lugares turísticos que encontraríamos las primeras semanas de viaje y de la realidad sociopolítica del país, Eliseu pasó a un punto importante de la sociedad brasileña: la religión. Y después de oir nuestros puntos de vistas (muy diferentes al suyo), y tal cual orador en la iglesia evangélica a la que pertenecía, con biblia en mano comenzó su monólogo.

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En la ruta atravesamos la Estación Ecológica de Taim, lugar protegido que nos permitió ver a la distancia las primeras señales de fauna en Brasil: flamencos, capibaras, yacarés destacan entre más de 300 especies de animales, muchos de ellos en vía de extinción. Con Eliseu avanzamos la mayor distancia en un sólo vehículo en todo el viaje, y doy gracias a eso, porque fue muy fructífero para nosotros y espero para él también. Porque cuando perdíamos las esperanzas de pedir carona y ya estábamos cotizando omnibus, la bondad de su ser apareció para iluminarnos el camino. Esa fue la primera piedra que, en dos días, concluímos construyendo nuestra llegada a Porto Alegre, la gran urbe del estado Gaucho.

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Las Torcedoras

Una era hincha de Internacional de Porto Alegre, la ciudad donde vivían. La otra de Juventude de Caxias do Sul, su ciudad natal. Juliane y Fabricia nos recibieron en su hogar en la capital de Rio Grande do Sul gracias a CouchSurfing, la aplicación para encontrar alojamientos a cambio de compartir experiencias, sin dinero de por medio. La buena onda fluyó de inmediato al percatarnos de que el cuarteto disfrutaba de dos cosas en común: el fútbol y la cerveza. Con ellas recibimos la mirada juvenil del gigante sudamericano, la música, el sistema educacional que las cobijó y las innumerables comparaciones con nuestro Chile.

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La locura bohemia del sur de Brasil también la vivimos junto al par de chicas. Visitar bares, degustar maravillas como el tradicional Xis (una especie de sandwich) o el Cachorro Quente (el hot dog brasileño) fueron parte del tour. Todo finalizado con el masivo carnaval de la primavera que se tomó las calles de Porto Alegre un domingo por la tarde. Hombres y mujeres disfrazados, bailando y celebrando al alero de la llegada del florecimiento y la alegría.. como si les faltaran motivos para estar felices. El contraste con el pacífico y costoso Uruguay era notorio. Eso si, había una importante similitud, y esa era el amor por el mate amargo, acá llamado chimarrão.

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No podíamos dejar Porto Alegre sin conocer alguno de los dos enormes estadios que albergan. El Gigante de Beira Rio fue la elección, teniendo la fortuna de que los guardias de seguridad del lugar nos permitieron (a pesar de estar cerrado a visitas) ingresar al gramado del campo de juego. En una semana habrían 50 mil personas llenando este reducto, pero nosotros lo hicimos nuestro por 10 minutos. Don Elías Figueroa estaría feliz.

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La familia

Tras dejar Porto Alegre, nos encaminamos en la llamada «Ruta Romántica» rumbo a Canela, al norte del estado. Este trayecto nos teletransportó a otro Brasil, uno que a ratos se asemejaba más a ciudades germanas o italicas que a la sierra de un país sudamericano. Lugares como Picada Café, Nova Petrópolis, Gramado, donde el strudel y la pasta desplazaron al feijoada a un rincón distante y donde los morenos parecen ser minoría ante la gran cantidad de cabelleras rubias.

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Una noche, en las afueras de una de estas ciudades, acampamos a orillas de un río, lugar que nos ofreció uno de los amaneceres más agradables del viaje hasta ese momento. Sería la previa de lo que encontraríamos en Canela, hogar de Carolina y Caue, nuestros siguientes anfitriones. Contactados por CouchSurfing, esta pareja usualmente tiene huéspedes rondando los diferentes rincones de su casa. Esta vez, junto a nosotros, encontraríamos a Fabián, un bogotano trabajando en Paraná que también se sumaría a esta pequeña familia.

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Canela es un lugar de ensueño para vivir. Una ciudad pequeña en medio de la sierra con altos niveles de turismo en las épocas de verano debido a sus calles pintorescas, a su arquitectura europea y a sus majestuosos alrededores, todo coronado con su bellísima Catedral de Piedra en el centro, la iglesia católica del estilo gótico inglés que puede ser vista desde casi cualquier punto de la ciudad.

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Pero la gran atracción de Canela para nosotros era definitivamente el Parque Estadual do Caracol, a unos 8 kilómetros de distancia de la ciudad. En él es posible apreciar la Cascada de Caracol, una caída de 131 metros que es producida por un arroyo del mismo nombre. El lugar está completamente construido para el turismo, con miradores, un teleférico y un ascensor que permiten apreciar el parque desde las alturas, y además con 730 escalones que te trasladan a la base de la cascada para disfrutarla desde los abismos.

Para nosotros fue el parque de las sorpresas. Primero, gracias a un erizo cacheiro que se asomó para ser fotografiado sólo por nosotros, luego por la hermosa cascada que encontramos previo a la gran caída de agua, y finalmente por la gran cantidad de araucarias de la zona, el árbol sagrado de los indígenas mapuches en Chile. Y algunos daban piñones. ¡Fenomenal!

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El Poeta

Era domingo, día de elecciones de prefeitos y vereadores en Brasil, algo así como alcaldes y concejales en Chile. Nos encontrábamos haciendo dedo hacia Cambará do Sul, nuestro último rumbo en el estado de Rio Grande do Sul. Era tarde y no teníamos suerte, lo que incluso nos hizo mirar por un sitio para montar carpa, pero cuando las esperanzas nuevamente escaseaban, Sergio retrocedió su vehículo para prestarnos ayuda. No llegaba a Cambará, pero ofreció su fazenda (hacienda) para pasar la noche y al día siguiente movernos a destino. Hace 15 minutos eramos perfectos desconocidos y aún así confió en nosotros. Eso será siempre lo más lindo de viajar, la confianza.

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Pero eso no fue todo, al abrigo de su cálido hogar, también supo alimentar nuestros alicaídos estómagos con una cena que no saboreábamos hace bastante tiempo. En sus ratos libres, Sergio se dedicaba a la poesía, demostrándonos su pasión por aquello al regalarnos una pieza de su autoría dedicada a nosotros, y escrita mientras nosotros pernoctábamos en su morada. La comida satisfizo nuestros órganos, pero aquel texto llenó nuestras cansadas almas. Gracias de todo corazón por aquello, hasta el día de hoy lo leo y releo con mucha emoción. Aunque nunca volvamos a ver tu honesto rostro, espero sepas que nunca te olvidaremos, Don Sergio.

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La siguiente aventura nos llevaría a visitar Cambara do Sul, la tierra de los cañones en Brasil.

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