Cumplíamos algo más de 10 días en suelo brasileño y nos aproximábamos a gran velocidad a la primera gran atracción del país para nosotros, Cambará do Sul y sus dos parques nacionales, Serra Geral y Aparados da Serra. Estremecedores y profundos cañones nos esperaban en este pequeño y remoto lugar del norte de Rio Grande do Sul, apodado lógicamente «terra dos canions» (tierra de los cañones). Eso si, no era una buena fecha para visitarlos, ya que requerían de buen clima para sus avistamientos y se pronosticaba al menos una semana en condiciones muy malas.
Tenía una mezcla de emoción y nervios, debo decir. Aún fresco en mi memoria estaba el recuerdo de hace unos 7 meses atrás, cuando un viaje de 24 horas a Buffalo desde New York para vivir las Cataratas del Niágara terminó convirtiéndose en una travesía de esas que prefieres olvidar. El frío, la niebla y la lluvia de aquel invierno en Estados Unidos y Canadá no hicieron más que jugar con mis intenciones, pudiendo oir la cascada a kilómetros de distancia, pero sin ninguna recompensa visual de aquello. No se veía absolutamente nada. Me quería morir. Y de verdad que no quería que esto se volviese a repetir en tierras gaúchas.
Eso si, había una gran diferencia con aquella ocasión, y esa era que esta vez no disponiamos de ningún pasaje de regreso ni fecha alguna para dejar Cambará do Sul. Si había que quedarse un mes en la zona lo íbamos a hacer, decíamos, sin pensar que en algún caso eso podría realmente llegar a suceder. El primer destino era Serra Geral, hogar del imponente Cañón Fortaleza.
Acampar en Cambará estaba fuera de nuestro presupuesto y hacerlo dentro de los parques nacionales estaba prohibido, por tanto decidimos buscar un sitio entre la ciudad y el parque donde pasar la noche, lugar que encontramos gracias a la ayuda de un amable lugareño. No terminamos en un terreno baldío abandonado o en el césped de una propiedad, sino dentro de una pequeña cabaña a la que sus dueños arribarían el fin de semana, y estábamos recién a lunes. No podía ser mejor. No poseía muebles ni comodidades, pero contaba con un techo, electricidad y agua, suficientes para sobrevivir el tiempo que estimásemos conveniente. Esa noche la cena fue prometedora, pensando que al alba del siguiente día estaríamos desayunando al borde del cañón.
Pero por la mañana de aquel martes los fantasmas se hicieron presentes. Despertamos y la neblina estaba a todo nuestro alrededor, no pudiendo siquiera ver las cercas que separaban nuestra cabaña del terreno contiguo. La salida del sol la disipará, nos repetíamos, pero pasaron las horas y eso nunca ocurrió. Fue un día de descanso, reflexión, lectura, escritura y mucha, pero mucha paciencia. La famosa frase «tan cerca, pero a la vez tan lejos» nos caía de cajón.
Durante los siguientes días, cada momento en que la neblina disipaba era una oportunidad de avanzar los pocos kilómetros restantes y probar suerte, pero el resultado era siempre el mismo: una orilla completamente cubierta y una mediocre visibilidad. Y así, con el rabo entre las piernas, volvíamos cada vez a nuestro improvisado hogar para continuar la eterna vigilia, la cual se extendió por largas 4 noches.
Viajando uno está tan acostumbrado a estar en constante movimiento que no se toma el tiempo de disfrutar estos pocos momentos de armonía y paz que se van presentando. La espera nos transformaba, nos hacía sacar a relucir pasiones escondidas: Wlady, como amante de la geología y la naturaleza, recorría los alrededores en busca de cristales de rocas, especímenes salvajes o tesoros que el cañón contenía, mientras que yo intentaba alcanzar el nirvana (?) meditando o consumiendo películas como el cinéfilo que siempre he creído ser.
La mañana del quinto día fue la vencida. Era viernes, jornada que nos entregó una evidente mejora en la panorámica gracias a unas horas de luz al filo del cañón, pudiendo así admirar su extensión con casi totalidad. Nos sentamos al borde del abismo para sentir y respirar ese aire frío de las alturas y para jugar a buscar cascadas escondidas, porque habían tantas que podías hacer de aquello una entretención. Era mi séptimo cañón en visualizar y el primero con tal cantidad de vegetación, y si bien no estaba del todo despejado, hizo esfumarse los constantes recuerdos de las Cataratas del Niágara y también nos hizo sentir agradecidos de esa enorme virtud llamada paciencia, que no nos dejó rendirnos ante la rutina del silencio y la soledad. Podíamos regresar a Cambará do Sul para buscar un camping, darnos una merecida ducha caliente, comunicarnos con nuestros seres queridos y esperar por la segunda parte de esta loca aventura.
Sábado. El fin de semana había llegado y con él hizo su aparición el esquivo sol que tanto anhelábamos. La noche anterior habíamos bebido en el camping junto a Wlady y Felipe, un amigo gaúcho que cruzamos en aquel sitio. Moraba (vivía) y viajaba en su auto en busca de la libertad, tal como nosotros, así que enganchar con él fue un mero trámite. Nos hizo conocer una cascada como ninguna otra que hubiésemos visto y a medianoche arrancaron con Wlady caminando en busca del amanecer perfecto a Fortaleza. ¿Yo? Una noche tranquila de carpa, una mañana de resaca y la sombra de la araucaria más alta esperaban por mi. Había que aprovechar, debíamos ir al Itaimbezinho.
La segunda mitad de la visita a Cambará do Sul correspondía al Parque Nacional Aparados da Serra, en el límite del estado de Rio Grande do Sul con el de Santa Catarina. Al igual que Serra Geral, este lugar se encuentra a 20 kilómetros de distancia del pueblo, pero debido a su gran infraestructura y facilidad para hallar locomoción es mucho más visitado que el primero. Su gran atracción es el Cañón Itaimbezinho, otro enorme accidente geográfico provocado por acción del río do Boi, que no es el mismo que dibuja al Cañón Fortaleza.
Aparados da Serra cuenta con numerosos senderos, incontables miradores y vistas que dejan boquiabierto a todo aquel que ose fotografiarlo. Y para alguien que ya ha visitado sitios como el Valle de Yosemite o el Gran Cañón no es fácil quedar sin palabras. A diferencia de Serra Geral que es gratuito, acceder a este parque tiene un costo de 8 reales (3 dólares) para brasileños y 18 reales (7 dólares) para extranjeros, pero les aseguro que vale cada centavo.
En Cambará hay miles de agencias de viaje que te cobran cantidades estratosféricas por un tour en cualquiera de los dos parques, pero lo cierto es que son completamente realizables de forma autónoma. Para lo único que es obligatorio contratar un guía es para las excursiones que se adentran en las profundidades del cañón, aquellas que rozan las aguas del río y que no comienzan precisamente desde el pueblo (lo hacen desde Praia Grande, en Santa Catarina). Así que ponte tus zapatillas de trekking favoritas y vive el Itaimbezinho, que entre altos muros, extraordinarias cascadas y majestuosas araucarias, hasta un cóndor es posible que logres encontrar.
Así dábamos término al primer estado de este enorme pedazo de tierra llamado Brasil. Santa Catarina era nuestro futuro y las señales del tránsito bendecían nuestra actuar.
Un comentario
juanita
que ligares mas maravillosos y hermosos es como un sueño