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Vale do Capao. Al fin en la Chapada Diamantina!

Cuando planifiqué este viaje a Brasil habían tres lugares naturales que me quitaban profundamente el sueño. Uno de ellos eran las extraordinarias Cataratas del Iguazú, maravillas naturales sin comparación. Otro lugar eran los Lençois Maranhenses, objetivo a perseguir en unos meses más. ¿El tercero? Un parque en el medio del estado de Bahía, desconocido por muchos e idolatrado por unos pocos. No hace falta ver muchas imágenes para quedar pasmado ante aquellos paisajes. Y desde Porto Seguro me encontraba a sólo 750 kilómetros de alcanzarlo. Me refería a la Chapada Diamantina.

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Tres días imaginé que tardaría en llegar, por la gran cantidad de pequeños pueblos en el camino y por la presencia de muchos caminos de tierra. Cuando avancé más de la mitad en la primera jornada, ya me veía ahí; a eso se sumó 150 kilómetros el segundo día en que ya entraba a territorio de la Chapada. Aquí es donde tuve la posibilidad de conocer a Livia, de esas personas que inesperadamente dan un grano de arena a que todo esto funcione, a que toda la ruta y el cansancio valga la pena. En un pequeño poblado llamado Iramaia, se ofreció a conseguirme una noche de posada gratis con desayuno incluido, sin considerar la enorme conversación que tuvimos por la noche.  Momentos inolvidables.

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La tercera y, por suerte, última jornada me llevó al corazón de la Chapada, Mucugé, lugar que atesora al cementerio de Santa Izabel y sus blancas tumbas, perfectamente alineadas y esculpidas con torres que se asemejan a los techos elevados de las iglesias de la época. Tras pegar unas últimas caronas, por caminos ya casi intransitables, bordeas al monstruo de roca y te aproximas a la segunda de las ciudades bases de la Chapada, la villa de Vale do Capao.

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Vale do Capao es sinónimo de aventura. Sólo de pensar que llegue a dedo en una moto a la villa, con mochila y todo, es un ejemplo de lo que me esperaba aquí. No tenía mucha información de este sitio, la verdad lo consideré visitar a última hora y me encontré con una grata sorpresa: una comunidad orgánica, algo hippie, pero muy trabajadora, donde todos son parte de ese pequeño engranaje que hace todo funcionar, pero de una forma muy alternativa. Y el engranaje que tendría la oportunidad de contactar en esta ciudad sería Ninha, profesora de circo de la villa. ¿Quieren algo mejor? Estaban en plena época del festival anual de cine de Vale do Capao, gratuito y con obras verdaderamente excepcionales.

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Era hora de salir a «curtir» esos paisajes. A bañarme en esos ríos, aperegrinar por esos senderos, a admirar esas laderas y degustar el sol que brillaba por la mañana. El Río Preto fue la primera elección, a poco menos de una hora de caminata de la villa. Cuando el sudor ya comenzaba a mojar mi camiseta, comencé a oir el sonido del agua caer sobre el cauce del río: era la cascada que lleva su mismo nombre. ¿Pero, además, qué era esto? O estaba volviéndome daltónico, o estaban contaminadas, pero lo que veía era que las aguas del río estaban completamente ennegrecidas. Lo singular ya comenzaba a dominar la panorámica.

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El color del agua es debido a la materia orgánica encontrada en el fondo de estas improvisadas lagunas naturales que va formando. Pero el agua era limpia, de hecho la Chapada Diamantina abastece de agua a cerca del 75% del estado de Bahía. Te sumerges en el río y la visibilidad es mínima, a pesar de lo transparente de sus aguas. Llama la atención la cantidad de personas que pagan tour por un sendero que se encuentra tan cerca de la villa, imaginé que podía ser porque venían desde algún otro de los poblados.

La segunda parada fue en el Río Rodas. Llego a la ribera y tiro rápidamente una foto con toda la extensión de la cámara, cuando noto algo extraño en el resultado: la gente que tomaba baño en las diminutas cascadas no llevaba ropa. ¿Dónde estoy? ¿Qué lugar es este? Lo cierto es que bajo esas negras aguas, ese energizante sol, esa geografía indomable y esa vista privilegiada que Rodas entrega, se respiran aires de libertad, aires de Chapada.

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Definitivamente la salida más importante desde Vale do Capao es para visitar la Cachoeira de Fumaça, la segunda cascada más alta de Brasil. Turistas vienen desde todo el país para apreciar su particular caída de agua, que es posible ver tanto desde arriba como desde el fondo de sus 370 metros. La caminata, con unos 400 metros de desnivel, tarda entre 1:30 y 2 horas, con hora límite 1 PM para comenzar a ascender. Las escalas naturales de piedra son un desafío interesante, pero antes de que uno comience a quejarse ya se van terminando. De ahí en más es sólo bordear la cima de la Chapada, observando la villa hacia el fondo en un extraordinario mirador. En ese lugar tuve la posibilidad de conocer a dos viajeras, Isabel y Camila, quiénes venían desde Salvador para relajarse ante el yugo de la naturaleza. Fueron mi compañia en esta tarde soleada de otoño brasilero.

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Normalmente la Cachoeira de Fumaça se encuentraría atestada de gente por la gran atracción que significa para Brasil, Bahía y la Chapada misma. ¿Por qué cuando llegamos estaba completamente vacía? No tengo la menor idea, pero fue lo mejor de todo. No había un sonido que perturbara el momento, el sonido de los pájaros se mezclaba con las mordidas de nuestros snacks de ruta.

Fumaça significa humo, y la cascada lleva ese nombre porque es tan alta que el cuando el viento sopla, el agua simplemente se esfuma, desparramando en todas direcciones y formando, en muchos casos, decenas de arcoiris. Normalmente ni siquiera es posible ver el cauce del agua llegar hasta el fondo, donde es atajada por una mínima laguna. Como andábamos de suerte, la caída efectuaba el viaje óptimo y arremetía sobre las piedras, a casi 400 metros de profundidad. Mientras tanto, boquiabiertos y estupefactos, admirábamos como la Chapada Diamantina y sus cañones se abrían ante nuestros ojos.

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Como en este lugar nunca te cansas de ver y nadar en alguna de sus innumerables cascadas, la tercera jornada caminé en dirección al Riachinho, a unos 5 kilómetros hacia la salida de la villa. Acá, pasando por vistas extraordinarias del Morrao y del Morro de Pai Inacio, algunos de los alucinantes pedazos de roca que adornan el paisaje, se arriba a esta cachoeira de 12 metros de altura, un hidromasaje natural que quita el estrés al mayor de los trabajólicos.

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Con su respectivo pozo en medio de las rocas para tomar baño y capear el enorme calor de ese día, el Riachinho fue el lugar ideal para descansar de las caminatas diarias y aprovechar mi soledad junto a la cachoeirinha, poco común para atracciones turísticas de la Chapada. ¿Como era posible que, hasta hace unos 10 días, no tenía ni siquiera pensado venir a este valle? No lo sé, la verdad es que sólo estaba considerado visitar la ciudad mayor de Lençois, al otro lado del parque. Por eso gusto de andar a dedo y quedar en casas de personas de la zona, porque las recomendaciones vienen desde dentro mismo. Y nunca están erradas.

A pesar de que Riachinho pertenece a una propiedad privada y tiene un costo de 6 reales, el parque Chapada Diamantina no tiene costo para realizar ninguno de los paseos o tours disponibles. Guias hay por montones y recomiendo contratar uno si haces una actividad de más de un día, pero para los paseos diarios, tranquilamente se pueden hacer por nuestra cuenta. La cascada era todo un espectáculo y las aguas rojizas del torrente del río fueron mi paz, reflejando su caudal sobre las rocas.

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En fin, la vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida. En las calles del Vale do Capao hice amigos, comí alimentos que nunca en toda mi vida había experimentado, reí y lloré asistiendo a las noches de cinema en el festival de la villa, acampé en el patio de una casa gracias a la generosidad de la gente y recorrí paisajes del parque que siempre soñé con conocer. Creo que podía ir en paz con este lugar y dejar que esta singular comunidad continúe, a su manera, de hacer un mundo mejor lejos de la tensión de la ciudad.

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