Amazonas,  Brasil,  Slider,  Sudamérica

Un sábado cualquiera: El día que crucé el río Amazonas

Querer salir de Belem en dirección al norte o al oeste tiene un significado muy particular por estos lados: era hora de embarcarnos, querámoslo o no. Los destinos son variados en precio, duración y tipo de embarcación, tanto como para recorrer la cercana Isla se Marajó (y apreciar sus famosos búfalos domesticados) o para hacer la gigante travesía a Manaos de varios días de viaje. En nuestro caso nos esperaban 24 horas de viaje, atravesar el río Amazonas y continuar nuestra aventura en Macapá, estado más al norte de Brasil. Desde el puerto de embarque de la ciudad y tal como nos habían recomendado negociamos el pasaje en 350 reales para los tres, bajando en 100 reales del precio tradicional de 450. Agarramos nuestras mochilas, nuestras ilusiones y embarcamos el Ana Beatriz III para el próximo capítulo en esta historia.

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Nuestra primera misión era encontrar sitio alguno en el barco. Fuimos unos de los últimos en subir y las hamacas de todos ya estaban colgadas, mientras algunos ya se mecían en ellas. El barco cuenta con dos pisos de hamacas, el inferior cerrado y el superior al aire libre, por lo cual corrimos a la cubierta del barco a intentar reclamar nuestro lugar. Por suerte y gracias a la gestión de una buena señora fue posible colgar juntos nuestras tres hamacas en el poco espacio disponible y habiendo reubicado a varios de nuestros ‘vecinos’ al costado. Aquí nadie se complica, lo importante es que tu cama mecedora esté a la altura precisa y cómoda para aguantar el peso tuyo o de la pareja, porque las hay para dos personas

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Que emoción mas grande, ya estábamos completamente instalados. Nos sentíamos como Jack y Fabrizio del filme Titanic al entrar a última hora al monumental navío. Dejamos las mochilas de lado de nuestras hamacas y salimos a recorrer los diferentes rincones del barco. Éste cuenta con una bodega inferior donde trasladan los autos y equipajes mayores, varios baños con duchas, una cocina para las refeiçoes (comidas) del día, un pequeño bar con sillas y música a todo volumen, las dos áreas comunes de hamacas y otra zona de recreación en el tope del barco que nadie ocupaba debido al incesante sol. Eramos niños corriendo alrededor de nuestro nuevo parque de diversiones.

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Embarcamos a las 3 pm de un sábado y debiésemos llegar a la misma hora del domingo, pero nos informaban que era normal retrasos en el trayecto. Sentía que vivía un sueño en este preciso instante, me encumbraba hasta la proa y observaba al navío avanzar entre la mata amazónica, pasando por pequeños poblados que aún cuentan con transporte vía terrestre, que todavía se encuentran conectados a Belem por carreteras y que no viven del aislamiento y la dependencia del río. Varias preguntas que esperaban encontrar respuesta en el camino, como por ejemplo la forma de transporte de los containers de productos de un punto a otro, fueron respondidas bien a la brevedad.

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Cansados de caminar por el barco nos acostamos por primera vez en aquel océano de hamacas de todos los tamaños, colores y tipos. Eran más cómodas de lo que pensamos en un inicio, dando espacio para leer, escribir y dormir sin molestia alguna. A nuestro lado, una pareja con su bebé aparentemente recién nacido se movían de izquierda a derecha para intentar hacerlo descansar. De pronto, un motor comenzó a escucharse fuertemente, era una lancha menor que se encostaba de lado y quedaba amarrada al navío para hacer la entrada de un nuevo pasajero, todo esto sin detener todo el movimiento acuático. Ahora entendí como lo hacen cuando el barco no hace paradas.

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Todo había salido perfecto hasta ahora. La noche se aproximaba, el ferry avanzaba, nosotros descansábamos. Creímos que para coronar esta jornada pagaríamos la cena (no incluida en el precio) y así ir a dormir con el estómago satisfecho. Aunque, con estas condiciones, debo decir que no necesitaba tener ‘guatita llena’ para mostrar mi corazón contento al mundo. Mañana vamos a cruzar el río Amazonas por primera vez en nuestra vida, ni el hecho de vivir un atardecer cerrado y feo empañó nuestro ánimo. Buenas noches.

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Desperté primero que los chicos y me fui directo a la cubierta, estaba amaneciendo. Voy a sacar de su sueño a Santiago y lo llevo a admirar el increíble amanecer que teníamos en frente, muy diferente a la noche anterior. Como si fuéramos dominós cayendo, él repitió el movimiento con Lucía y nos quedamos los tres haciendo fotos en la parte más alta del barco, no había mucha gente a esta hora. A pesar de nuestras expectativas, fue una fría noche que hacía a Santiago estornudar constantemente.

‘Miren las canoas por la mañana’ fue otra recomendación que recibí antes de embarcar. Se referían a las pequeñas comunidades amazónicas sin otra comunicación que los barcos que pasan por esta autopista líquida. Sentados en sus canoas, esperan por recados, bolsas con presentes, o cualquier cosa que el continente les traiga. La mayoría son mujeres o sólo niños, se observa mucha pobreza económica, pero adoraría pasar un tiempo con ellos, la selva les provee lo que necesitan y si se acaba, se mudan a otro sitio y comienzan de nuevo.

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El desayuno de la mañana corre por cuenta de la empresa y está incluido en el precio. Mingao de milho es lo que desconocen mis amigos, a los que les doy a degustar. Había tenido la oportunidad de experimentarlo en Sergipe un par de veces, viajando a dedo con un camionero. Las horas avanzaban rápido: Santi escribía para su blog, Lucía dormía horas y yo leía «Atrapa tu sueño», libro de dos argentinos que hace casi 20 años salieron en un auto de 1928 a recorrer desde Argentina a Alaska. Me encontraba en el capítulo que navegaban a través del Amazonas, a ratos era como si relataran nuestra historia.

Cercana a la hora 20 de viaje desperté a Santi y a Lucía, estábamos por llegar por primera vez al río Amazonas. Es cierto, navegábamos en los brazos del gigante, pero nunca habíamos transitado su ancho cuerpo ni sentido su imponente corriente. Corrimos a la proa y esperamos el momento. Escuchar la palabra Amazonas es algo muy grande, como decir Patagonia o Alaska. Acá en Brasil es día de los padres y nos aprestamos a grabar un vídeo para ellos en el instante que nuestro canal desemboque en el río. La verdad es que creo que para ellos es más importante tener noticias nuestras que vernos en el Amazonas, pero bueno.. somos felices todos.

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En definitiva el navío atrasó una hora y fueron 25 en total. Puedo decir que con lo bien que la pasé en el trayecto podría haber viajado un día más y no me complicaba absolutamente nada. Mis compañeros de viaje también aguantaron sin problemas, Lucía cada vez se acostumbra más al ritmo del viaje y a los sacrificios que moverse constantemente trae. Arribamos a Macapá un domingo a las 4 PM, descolgamos nuestras hamacas dejando ese arcoiris de genero completamente vacío y tocando tierra firma nuevamente. Geane, una chica de Couchsurfing, y su primo nos esperaban para recibirnos en su casa. Vinos gauchos coronaron la jornada.

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Macapá es la capital del estado de Amapá, último en esta travesía cruzando Brasil. Es la única que no tiene conexión vía terrestre con otra capital estadual del país y se encuentra bañada por las aguas marrones del río Amazonas. Tuvimos tiempo suficiente para recorrer sólo los dos puntos más turísticos de la ciudad, ambos que me trajeron recuerdos de otros alucinantes sitios ya visitados. La Fortaleza de Sao Jose, testigo de innumerables batallas, abandonado y luego restaurado por el gobierno federal me recordó mucho a la Fortaleza de Santa Teresa de Uruguay en tamaño y  tipo de construcción. La otra gran atracción es el Marco Zero, monumento símbolo que representa la Linea del Ecuador y que nos informaba que dejábamos de estar en invierno (uno muy caloruso, por lo demás) y pasábamos al verano del hemisferio norte, más acorde a los actuales días.

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Mientras Lucía y Santiago dejaban Macapá en bus, yo me aventuré en mis últimos 600 kilómetros a dedo antes de llegar a la frontera. Soportando a duras penas el sol del ahora verano y cambiando de vehículo cada hora y media, fui capaz de avanzar gran parte de la travesía en el primer día, durmiendo y admirando mi último atardecer en un último posto de gasolina. Los kilómetros finales me tuvieron sufriendo un malgastado camino de tierra y un virus estomacal que me destruía en cada bache del camino. Antes del mediodía del segundo día alcancé la ciudad de Oiapoque, la más norte de Brasil. Muchas canciones de la cultura popular brasilera cantan «de Oiapoque al Chuy» simbolizando los extremos norte y sur del país, y yo en 209 días los crucé de punta a punta. Dirigiéndome a la policía para sellar mi salida del país, aproveché para rendir mis respetos y despedirme del gigante sudamericano. Que ahora vengan las Guyanas.

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