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La odisea de cruzar Guyana

Recuerdo cuando hace 5 meses, caminando con mi amiga Meli por el barrio de Lapa, en Río de Janeiro, vimos el mural gigante que representaba todos los países del globo y donde ella me preguntó cuál de ellos me gustaría visitar. No sé por qué lo escogí, pero en ese momento significaba un desafío, llegar a este punto norte tan aislado y desconocido del continente. Dirigí mi dedo a Guyana y asumí que algún día lo alcanzaría. Muchas cosas acontecerían en el trayecto, pero el objetivo se cumplió a mediados del mes de septiembre de 2017, entrando desde el ferry que une Surinam a esta ex colonia británica.

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Llegar a Georgetown

El ferry sale una vez por día, a las 10 am, y te pide llegar unas dos horas antes para el trámite fronterizo de salida. El costo de este ferry es de 15 USD imposibles de evadir y tarda cerca de 30 minutos en llegar al otro extremo. Recuerdo gastar mis últimos dólares surinamenses en comida china que me serviría de desayuno en el viaje y mientras engullía aquel plato observo el frontis de una motocicleta con un enorme símbolo mapuche en ella. Era Marcos, viajero austriaco que así como su servidor venía recorriendo todo el continente. Era especial poder compartir este cruce fronterizo con alguien se también sufría de esta enfermedad que es viajar y que valoraba tanto a una comunidad como la araucana.

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Llegando a Guyana me pidieron mi certificado contra la fiebre amarilla por primera vez en 3 años viajando con ella, me sellaron el pasaporte con mi país número 15 y al cruzar el umbral de la puerta hacia la salida fui abarcado por decenas de hombres ofreciendo llevarme a Georgetown por cantidades ridículas de plata. Al ritmo de «No money» les hice entender que quería llegar a dedo, a lo que pidieron hasta mis zapatillas a cambio del viaje. Peter fue el único dispuesto a acercarme a Corriverton de forma gratuita y no sólo eso, sino que después de escuchar mi historia se ofreció a conseguirme el viaje a la capital de Guyana. No tarde mucho en gritar Hola Georgetown!

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Georgetown

Por cortesía del Hostal y Guest House «Armoury Villa» quedé en un lugar alucinante y pacifico a pocos minutos del centro de la ciudad. Sus 4 pisos y la calidez de su personal me hicieron sentir como dueño de casa y fue útil para el trabajo pendiente que requería realizar. En este lugar me encontraría con Sttefany, una viajera peruana con 22 meses de ruta en sus hombros, aún más calidez para un hogar que ya lo desbordaba. Sin saberlo en ese momento, aprendería mucho de esta joven mochilera.

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Georgetown es una ciudad como ninguna otra que haya visitado anteriormente. Edificios antiguos de madera similares a los de Paramaribo, un caos de ruidos y movimientos sin descanso, todas las personas discutiendo con cualquier otro que se atraviese, sirenas de autos cada 2 segundos, de una cultura muy callejera donde claramente el regateo es ley. Se habla inglés, pero por más tiempo que hayas estudiado en el colegio y la universidad no conseguirás comprender a la perfección los sonidos de la calle, una mezcla entre hindú y jamaicano.

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La etnia más numerosa son los inmigrantes de la India, traída por los ingleses a partir de la abolición de la esclavitud en Guyana, por eso también el deporte principal del país es el cricket. Dentro de las atracciones a visitar en la ciudad podemos encontrar el faro de Georgetown, el antiguo edificio del ayuntamiento (City Hall) que bien parece la casa de los Locos Addams, la catedral de Saint George, el Parlamento del país, y el mercado Stabroek Market, punto de encuentro de la movilidad y la desorganización guyanense. Prueba de esto último es el poco respeto por el tiempo: nunca un guyanense llegará a la hora a cualquier cita o compromiso, el atraso pasó a ser parte de sus costumbres como país.

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Guyana es un país costoso que a ratos recuerda a los precios ridículos de Guayana Francesa. Su moneda es el dolar guyanense, con la equivalencia de 200 a un dólar USD. El transporte es una locura, sus conductores no bajan los 80 kms/h y pocas veces respetan el rojo de los semáforos. Subir a uno de ellos es una pelea constante de conductores por llevarte, con la facilidad de regatear al mejor postor.

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Salir de Georgetown

La frontera que conecta a Guyana con Brasil es un verdadero parto. Son largos 550 kilómetros del, probablemente, peor camino que recorrerás en América del Sur entre dos grandes ciudades. ¿El objetivo? Llegar a la frontera en Lethem, que conecta con el estado brasilero de Roraima. Pagar este trayecto es un abuso sin precedentes, ya que te cobran 50 USD (10000 guyanenses), dinero que claramente no tenía ni estaba dispuesto a desembolsar. Pagué un pasaje al aeropuerto y desde ahí hice dedo a Linden, primera ciudad importante hacia el interior y donde decimos adiós a la carretera asfaltada. De aquí en más sería sólo la áspera tierra roja de la selva de Guyana.

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Desde Linden fui llevado por Rocky y Navil en su camión naranja que cada 5 minutos parecía que se quebraba completo. Fueron 120 kilómetros hasta Mabura que tardamos 5 horas en recorrer, con varía paradas para enfriar el camión y asegurarse que todo esté bajo control. No sólo el camino era lo difícil de sobrellevar, sino también el intenso calor de la zona que obliga a cualquiera que imaginé hacer esta travesía cargar botellas de agua de no menos de 15 litros. Hicimos noche a pocos kilómetros en un paraíso de gasolinera observando como un diluvio lavaba nuestro merecidamente nuestro transporte, mientras una película en español (ya llegaba la señal ilegal desde Venezuela) entretenía nuestra parada.

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Mabura es el pueblo clave en la odisea de salir del país, porque es la última intersección posible para otra comunidad llamada Mahdia, conocida por ser el punto de partida al trekking de las Cataratas Kaieteur, mayor atracción natural del país. Si atravesamos Mabura es porque vamos hacia la frontera, cosa que ningún vehículo realizaba. Se informa a la policía que vas en esa dirección y comienza la larga jornada de paciencia que se extendió por nada más y nada menos que 15 horas. Recién a medianoche del segundo día encontré mi transporte para continuar.

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Fue una noche de aquellas. Nos despertaron a las 3 AM para ayudar a un transporte que estaba completamente enterrado en el lodo, producto de las fuertes lluvias de la jornada. Se necesitó del esfuerzo de más de 15 personas para ayudarlos a salir, proceso que nos dejó lo suficientemente cansados como para dormir hasta la próxima parada, el ferry de Kurupukari. Gracias a la velocidad de nuestro conductor (que sin importar lo terrible del camino no bajaba de 80 kms/h) llegamos a tiempo para cruzar en el primer ferry del día, navegando lentamente sobre las aguas del Essequibo al amanecer.

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Sin haber ido nunca al Chaco Paraguayo o a la carretera transamazonica, creo que está odisea es lo más parecido a estas dos icónicos caminos del continente, sólo que en vez de menonitas e indígenas amazónicos  tenemos amerindios y buscadores  ilegales de oro. Desde Kurupukari, ocupé mis últimos dólares guyanenses para pagar lo necesario para salir de ahí y llegar velozmente a Lethem, y así cruzar a Brasil por última vez. Cerca de las 4 pm del tercer día de viaje estaba arribando a Boa Vista, capital de Roraima, con el recordatorio que en este viaje no habrían más caminos manejando por el lado izquierdo, no escucharía ese destartalado inglés en las calles y que la población hindú y negra quedaría tras mi huella del pasado. La aventura de las ‘Guayanas’ llegaba a su fin tras 41 días, con experiencias que jamás habría imaginado ese día de Abril en Río de Janeiro cuando señalé la bandera de cuatro colores. Fue otro sueño hecho realidad.

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