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Paramaribo, el corazón multicultural de Surinam

Dejaba atrás la Guayana Francesa y ante mí se aparecía el país numero 14 en tener la suerte de conocer: la Republica de Surinam. Previo a cruzar el río que separa ambos países hice mi trámite de visa en el consulado surinamés y así luego pagué los últimos euros que utilizaría en este viaje en la canoa que me dejó en la inmigración de Albina, donde sellé mi pasaporte y confirmé mi entrada a la ex colonia holandesa.

Pronto descubriría que Surinam traería consigo muchos elementos que viviría por primera vez en mi vida y que en definitiva lo harían un destino muy particular. La primera impresión fue tomado cariño al francés en mis 3 semanas en la Guayana y ahora me ponían en frente estos garabatos ilegibles. La segunda fue verme casi atropellado dos veces en mi camino al terminal de tbuses al no reparar que en este país se conduce por la izquierda y el volante de los autos esta a la derecha. Surinam fue alguna vez colonia inglesa y hoy por hoy lo único que queda de aquello es esta tradición que me confundía a mares.

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Habiendo llegado a la estación de buses de Albina conocería algo a lo que yo denominé «la manera surinamesa». Existen minibuses estatales que te trasladan a la capital Paramaribo por un precio ridículamente barato (1,5 USD), pero para reservar asiento dentro debes llegar 2 a 3 horas antes, y no puedes salir o ir a comer porque el bus llega a cualquier hora y mientras llene su capacidad va a irse sin importar si reservaste o no, un despelote gigante. Si no alcanzas cupo en esos, existen también minibuses privados que hacen el viaje por 4 USD y tardan unas tres horas. Como recomendación, poco antes de cruzar el puente que te hace arribar a Paramaribo, el bus hace una parada donde es perfecto cambiar dinero ya que te dan una tasa muy buena.

Lo poco que transité a mi llegada a la capital me hizo percatar de una gran cantidad de templos religiosos y además de que por cada blanco caminando en sus calles, comúnmente holandeses, encuentras al menos 20 de piel negra o asiáticos, cosa que creo solo habia vivido antes en Salvador de Bahia. En Paramaribo me recibió por casi 10 días la indescifrable Rachel, una mujer con un humor tan negro como el color de su piel. Pocas veces me sentí tan cómodo en un lugar, a pesar del millón y medio de reglas que no había que romper (y que por supuesto no cumplí).

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Paramaribo tiene mucho para ver y amerita de bastantes días para hacerlo, es un lugar para tomarnos un tiempo y disfrutar la variedad. En principio localicé los templos religiosos más importantes que había divisado la jornada anterior y me fui en su fortuita caza. A pocos kilómetros de camino me topé con la la primera sorpresa, un enorme templo hinduista que apodé como ‘el pastel de cumpleaños’ por su interesante forma de castillo con la arquitectura propia de este exótico país asiático. Un placer observar sus cientos de detalles, símbolos pintados en los muros y hasta en los techos. A una cuadra de este lugar encontré el Shri Vishnu Mandir, otra versión hinduista mucho más aterrizada para mi estructurada cabeza de ingeniero.

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Luego fue el turno de las mezquitas. Siendo sincero, creo que, fuera de la mezquita de Coquimbo en Chile, era la primera vez que observaba templos musulmanes de esta magnitud y con este nivel de detalles. A ratos te hacía sentir en Medio Oriente. ¿Lo mejor de todo? Al lado de una de ellas encontrábamos una sinagoga judía. Si, así como leen. Los mismos que al otro lado del mundo se revientan a bombas y violencia, acá conviven en paz uno al lado del otro, respetándose como la ciudad multicultural que Paramaribo comenzaba a mostrar. Un pequeño ejemplo para apreciar y compartir. Finalizaba la visita religiosa en la fantástica Catedral católica de San Pedro y San Pablo, construida íntegramente en madera, como si fuese una de las iglesias de Chiloé, al sur de mi país.

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A propósito de madera: Paramaribo es un monumento a este material. Dar una vuelta por el centro es admirar balcones antiguos, gigantes portones de entrada, altos ventanales de cada uno de estos caserones antiguos, muchos que fueron convertidos en edificios públicos y embajadas. Cuesta encontrar una edificación igual a otra, todo fue personalizado hasta en los barrios habitacionales. Los pocos edificios albergan bancos y shoppings.

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El transporte público en la ciudad consta de pequeñas van coloridas y llenas de pegatinas que por el módico valor de 1,85 srd (menos de 0,25 dólar) te desplazan a placer. No tienen horarios, sólo paradas especificas en el centro para cada recorrido, el cual dejan recién al llenarse el vehículo por completo. Me acostumbré a ser siempre la única persona de piel blanca en estas van, los niños siempre de me quedaban observando atónitos. En sus poco más de 40 años de vida independiente, Surinam aprendió a respetar la gran mistura de colores que su país acoge, desde el blanco europeo al negro descendiente de esclavos, desde el brasilero trabajador al javanés (indonesio) que atiende su restaurante de comida típica.

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El próximo punto del centro es el Onafhankelijkheidsplein. Si, no es error del autocorrector del teclado, esa palabra significa Plaza de la Independencia en holandés. ¿Ven por que no tenía ninguna intención de aprenderlo? En esta plaza se encuentra el palacio presidencial, el bosque de banderas que alberga a todas las naciones de América, el Caribe y algunas otras menciones especiales.

Del otro lado del parque (no lo escribiré de nuevo) se puede encontrar otro bosque, pero esta vez de palmeras, el Palmentiun, así como el famoso símbolo de I LOVE SU y el Fuerte Zelandia, fortificación militar con más de 300 años que cuenta con una triste historia: en 1982, en plena dictadura del que hoy es presidente electo y reelecto (yo tampoco lo comprendo) fueron realizadas en este sitio ejecuciones que hasta el presente son evidenciadas por los agujeros de bala en su interior. Hoy, el 8 de diciembre, fecha en que ocurrió, alberga una fecha de respeto y recogimiento para los surinameses.

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Visitar la capital no es sólo recorrer el centro, hay numerosas atracciones alrededor, pero que no son de fácil acceso para cualquier turista. Cómo Couchsurfing no es sólo una aplicación para encontrar hospedaje, sino también una para unir a compañeros de viaje o gente local que quiera pasear orgulloso por su ciudad, fue una herramienta para conocer a Tanya, Shilton y las filipinas Abbz y Juliet.

Con Shilton, descendiente de indonesios, fuimos a Domburg y caímos de improviso en el Marina Waterland Resort, un proyecto de lujo de un holandés que en su mayoría atiende a dueños de yates que navegan el río Surinam. En este sitio apreciamos flora traída desde el Congo, tomamos un descanso a orillas del rio y realicé Stand Up Paddle por la primera vez, ganando la competencia de caídas por paliza.

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A Tanya no sabría como describirla. Ella ha vivido en innumerables puntos del globo, ha realizado las más diversas actividades, escribe en un diario, hace arte con materiales reciclados, es voluntaria para la limpieza del río y fomentar el turismo con delfines, completa maratones y aún tiene energía para sacarnos a mi y a Lisa, una chica alemana, a pasear por los alrededores de Commewijne, región aledaña a Paramaribo.

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Fuimos llevados al Fuerte Nieuw Amsterdam a aprender un poco de la época de la esclavitud (visita imperdible), de las prisiones, de las guerras, probablemente de la parte de la historia que muchos en este lugar no quieren recordar. La visita continuó con una ida a Marienburg para caminar a través de las ruinas de la antigua fábrica de caña de azúcar, emblema del trabajo de muchos de los inmigrantes que llegaron tras la abolición de la esclavitud. Finalmente pasamos por Peperpot, una antigua plantación de cacao que también muestra las ruinas de la producción de café de la época, los barrios donde vivían sus trabajadores y el inmenso sector de las plantaciones, que hoy son una reserva protegida con flora y fauna típica de Surinam. Otra visita imperdible.

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Con Abbz, mi querida amiga aventurera de las Filipinas, y con Juliet fue el turno de la parte gastronómica. En realidad mi completa estancia en Paramaribo fue un deleite para el paladar. No hay una mejor forma de expresar la multiculturalidad de este país que con los sabores diferentes que lo componen. Experimente tantas cosas que tenía que apuntar los nombres cada vez. En la foto que les adjunto hay algunos ejemplos, de izquierda a derecha y de arriba a abajo: adobo, nasi, dawet, peanut soup, roti, sate, schaaf ifs, bami y bitter ball. Filipinas, China, Indonesia, Holanda, India, todo junto y revuelto en este estupendo licuado llamado Surinam.

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Con una invitación cordial a visitar el interior de la mezquita musulmana y de la sinagoga judía mencionadas al principio, cosa no muy común en turistas, levante mi brazo e hice la señal de adiós a Surinam. Desde la terminal de buses y con mucha ayuda de los locales encontré mi bus hacia Nickerie frontera con Guyana, porque la ‘manera surinamesa’ de la que escribí al principio no es sólo el desorden o la ineficiencia de un país, es también la cordialidad de una población que me hizo sentir en casa y nunca me dejó pasar un día en soledad. Mientras pagaba el ferry de 15 USD a Guyana miraba hacia atrás y recordaba lo difícil que fue llegar hasta aquí y cuánto mucho había válido la pena. ¡Gracias Surinam!

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