Mientras transitaba los caminos venezolanos en estos dos meses y medio siempre intentaba preguntar a los locales cuales creían que eran las playas más bonitas o paradisíacas del país. Obviando las islas de Tortuga y del archipiélago de los Roques, y esperando que me nombrarán a Isla Margarita o Choroní, la respuesta siempre era la misma: las playas del estado Falcón. Visitar cualquiera de las playas que contemplan el Parque Nacional de Morrocoy, decían, era lo máximo.
A unos 350 kilómetros de Caracas encontramos la pequeña ciudad turística de Chichiriviche, una de las que conforma parte de este extenso parque nacional. Para llegar se debe llegar al Terminal La Bandera de Caracas y tomar un autobus hacia Valencia (0,15 USD), para luego desde ahí tomar otro en dirección Chichiriviche (0,20 USD). Después de haber visitado algunas de las mejores playas de Tobago unas semanas atrás, tenía dudas sobre continuar repitiendo panoramas, pero la verdad es que mi ignorancia enceguecía lo que tenía por delante en este recóndito paraíso.
Chichiriviche, a pesar de contar con variada infraestructura y comodidades para todo tipo de viajeros, tiene un mágico lugar del cual mucho me habían comentado y que era un placer poder conocerlo al fin en persona: el Club de la Luna. Este refugio mochilero a orillas del mar fue construido hace años por su dueña, Zulay, una luchadora viajera con una vida de mochilera empedernida, y ofrece albergue a todo aquel viajero que venga con recomendación de alguien más que antes haya pasado por este lugar. Es una comunidad de amigos. Y Zulay tiene memoria de todos y cada uno de ellos, su libro de visitas lo atestigua. Una biblioteca, mapas, muros llenos de color y una sonrisa siempre te recibirán en este singular hogar.
Damos un pie fuera del club de la Luna y encontramos la arena y más adelante el mar, literalmente nuestro patio trasero era el Caribe. La ciudad es pequeña y colapsa los fines de semanas de turistas, pero por la semana es un alivio caminar por sus acotadas callecitas, ver a los pescadores realizar su diaria misión de capturar lo que el mar les provea y admirar a las fragatas y pelícanos esperar por su posible botín. No hay problema de andar con el teléfono en la calle, tanto así que la Plaza Bolívar de la ciudad posee internet gratuito y la gente va hasta muy tarde a utilizar el servicio con sus laptop y otros aparatos. En cuanto al arte, emociona lo colorida de sus calles, varios con tributos a personajes importantes de la zona.
Venezuela en estos 3 meses no ha sido peligroso, ni siquiera tenso, pero si ha sido muy estresante en el día a día, por lo cual estos momentos de tranquilidad al viento, del movimiento de las hamacas, de ojear un viejo libro o de una inusual siesta iban a aprovecharse al máximo. ¡Y todas estas actividades son gratis!
Tal cual mencioné anteriormente, Chichiriviche se encuentra dentro de la región de 32 mil hectáreas del Parque Nacional Morrocoy, al noroeste del Golfo Triste. Conocido por sus maravillosos cayos, ensenadas, manglares, cuevas y playas, tiene numerosos atractivos que ya les mencionaré.
Frente al Club de la Luna es posible divisar dos pequeños islotes, uno más grande que el otro, que durante el día poco a poco se van nutriendo de vida hasta vaciarse nuevamente tras el atardecer. Son el Cayo Sal y el Cayo Muerto. Visitarlos significa alquilar una lancha por el viaje, lo que amerita buscar un grupo para llenar la lancha y así compartir los gastos. La otra alternativa es madrugar para buscar las lanchas que llevan a los trabajadores de los cayos, se les paga en efectivo, pero el ahorro es muy evidente.
Nuestra primera parada fue el Cayo Muerto, el más pequeño de los dos islotes. Era sábado, por lo cual esperábamos un agobiante lleno, pero siempre hay un rincón donde es posible aislarse del ruido y encontrar un poco de paz, aunque no sea por mucho tiempo. Sus aguas cristalinas son toda una realidad y sus manglares esconden arrecifes de coral con toda clase de formas y colores, ideal para un poco de snorkeling o de darle la vuelta a su perímetro. Existen algunas desventajas como la falta de baños, lo costoso de sus servicios de comida y la elevada cantidad de basura en todo el cayo, a ratos muy anti-higiénico para todos nosotros.
La mayor de las dos islas es Cayo Sal, justo enfrente de nuestro hogar caribeño. En este lugar las mejores playas miran de vuelta al pueblo de Chichiriviche, no así Cayo Muerto que sus mejores playas miran hacia el sur, a otro sector del parque nacional. Para este lugar se recomienda llevar zapatillas y así caminarla por todo su contorno, porque hay zonas pesadas para pies delicados. No se divisa tanto arrecife por lo cual hay menos diversidad de especies marítimas para observar, así que esta jornada sólo sería para tomar las precauciones necesarias y acostarse bajo el sol la tarde completa.
Los días en Chichiriviche son rutinarios. Preparar desayuno, ir a la playa, leer, comprar trufas o helados en el local de la esquina, almorzar, dormir la siesta, leer otro poco y cenar fuera, generalmente torta de chocolate o cachapa, esa especial «tortilla» de maiz con burda de queso que hace meses me enamora cada vez que lo saboreo. Mi lectura correspondía a Papillón, un placer pendiente de hace meses que cuenta la vida de Henri Carriere y sus días (y meses y años) como preso en la Guayana Francesa junto a sus múltiples intentos de fuga.
Zulay se prepara para un mochileo por Sudamérica junto a su hijo Blas porque ella nos demuestra a todos que el sueño de viajar no tiene edad, género ni clase social. Busca a alguien que se encargue del Club de la Luna porque cree que espacios como este no pueden perderse, todos los mochileros necesitan un lugar para desenvolverse y aportar con su experiencia al club. Espero el universo le provea de alguien que busque hacerse cargo por unos meses de este proyecto tan sensacional, sólo con el fin de continuar el legado de generosidad de Zulay y descansar indefinidamente mientras ella explora el continente.
El último viaje turístico debía ser a Cayo Sombrero, considerado uno de los mejores cayos del parque (al menos de los posibles de visitar) y a ese paseo en lancha le adicionamos visitar otros puntos interesantes de los alrededores: Bajo las Estrellas, Bajo Caimán y Los Juanes. El primero es conocido por ser parada para la observación de estrellas de mar, aunque los guías y lancheros suelen sumergirse, tocan a las estrellas y algunas veces hasta las traen a la superficie. No imagino por qué encontraban raro con esas practicas el motivo por el cual han disminuido en número en aquel lugar.
Bajo Caimanes y Los Juanes son dos piscinas naturales que se encuentran dentro de las aguas del parque. Equivalen a zonas de baja profundidad que permiten descender de las embarcaciones, estar de pie sobre la arena bebiendo y comiendo platos que llegan a más de 5 USD (lo cual en Venezuela es un dineral). Aquí reafirmas esa expresión que dice que la crisis actual eliminó a la clase media de este país. Hoy o eres muy pobre o muy rico, y aquí, en este oasis en medio de Morrocoy, sólo habían de estos últimos.
Nunca he sido fanático de playas o cosas similares, nunca he sentido envidia de amigos en playas de Cancún o de República Dominicana, pero si debo contarles que soñaba con nadar en aguas así de turquesas, de arena tan blanca que el sol reflejara ese inolvidable color. Que buena recomendación fue venir a Chichiriviche con equipo de snorkeling para explorar el mundo oculto bajo nosotros.
Finalmente aterrizamos en Cayo Sombrero, sorprendente desde antes de poner un pie en sus arenas. La de colores más hermosos, la de más corales y peces de todos los matices, la de sesiones de fotos y comerciales de TV, el tipo de playa que siempre soñé conocer. Venezuela, lo hiciste realidad. Las expectativas que este parque cumplió son mayores a las inimaginables, las fotos no muestran ni el 20% de lo que realmente sientes al estar ahí y si sumamos esto a los momentos vividos en el Club de la Luna nos dieron días de armonía y también de descanso para un cuerpo que me lo pedía hace mucho.
Durante nuestros días en Chichiriviche llegaron 6 otras personas además de Eli y yo al Club de la Luna, una chica venezolana y cinco colombianos. Con todos hubo momentos de distensión y de compartir todas nuestras historias, oportunidad sólo dada gracias a Zulay y este inusual y desinteresado proyecto viajero. Y ni hablar de oscuras historias que viví al conocer a un ex terrorista ETA español que vive en la ciudad (espero algún día poder escribir en detalle sobre aquello). La confianza es la base de lo que el Club de la Luna trata y esperamos haber correspondido el honor que nos dieron de abrirnos las puertas y recibirnos. Las páginas de Papillon me mantenían constantemente encerrado en aquella prisión, pero al abrir los ojos y ver hacia mi propio frente no encontraba nada más que la absoluta libertad. Hasta la próxima Chichi.