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Mérida y un año nuevo de vuelta en los Andes

Once meses. Largos once meses tuvieron que pasar para que volviera a divisar las altas montañas de los Andes, cosa que para alguien que ha vivido toda su vida a 100 kilómetros de aquellos montes es una larga, larga espera. Después de aquella fría noche de enero que pasé durmiendo en la frontera de Chile con Argentina, no la volví a ver más. Paraguay, Brasil, las Guayanas, y el Caribe no cuentan con un centímetro de aquella famosa montaña y fue preciso volver en diciembre de este mismo año a Mérida, Venezuela para nuestro reencuentro. Las noticias serían aún mejores al poder agendar un reencuentro con viejos amigos mochileros en estas latitudes. Ale y Maca, con quienes había hecho Roraima y luego conocido el Caribe venezolano, y también estaba Eli, con quién 10 meses atrás habíamos deambulado por el húmedo noreste argentino y tierras guaraníes.

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Era 30 de diciembre. Venía hace menos de una semana de volver de Trinidad y cargaba más dólares de los que había llevado. Mis primeros dos meses en Venezuela fueron con el expreso objetivo de intentar vivir como lo haría un local, de apretar y ajustar el bolsillo y los presupuestos para hacer lo que un venezolano hace a diario, sobrevivir. Esta segunda parte sería de más relajo y derroche, no por nada estamos en el país más barato del mundo para extranjeros.

Primero lo primero, año nuevo: Teníamos el contacto de una casa en el pueblo de La Azulita, a unos 70 kilómetros dentro de los páramos merideños, y pensábamos pasarlo allí, rodeado de naturaleza, buenas energías y mucho amor. Yo venía preparado con mi único regalo de navidad, ese fernet Branca que encontré abandonado en la estantería de una licorería en Guiria, Venezuela. Vaciamos nuestras mochilas de los artículos de viaje y la rellenamos de hortalizas, vegetales y cualquier cosa que sacie nuestra hambre en aquel aislado lugar. El 31 de diciembre por la mañana nos dirigíamos en autobús y a dedo a Ciudad Fresita, asentamiento hippie de la zona.

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Frío. Volver a sentir ese frío que me teletransportó inmediatamente al sur de Brasil o a nuestras noches acampando en el Monte Roraima es impagable. A eso le sumamos la altura de unos 2800 metros, similar a Quito en Ecuador. Que placer volver a hacer dedo en tierras sudamericanas, en grupo y hacia un mismo objetivo común, finalizar el 2017 como correspondía. En mi caso ha sido un largo año todo el camino desde mi hogar en Talcahuano hasta Mérida con un total de 181 vehículos a dedo. Una locura.

En Ciudad Fresita nos recibieron con las mejores comodidades: tuvimos nuestra propia cabaña en medio de la naturaleza, espacio suficiente para cocinar, leer, charlar, y la casa de nuestros amigos anfitriones a menos de 500 metros de distancia. Esto se ponía cada vez mejor. ¿La cena? Acá se vive en comunidad, por lo tanto cada invitado llevaría su aporte y así compartiríamos la mejor de las veladas en paz y armonía a la luz de las estrellas. ¿La palabra clave de este comienzo de 2018? Abundancia. Y fue lo que encontramos en cada uno de nuestros platos.

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Michelle y Oscar,  los anfitriones, nos recibieron como si nos conocieran de toda la vida. Habiendo mochileado por Sudamérica y sin intenciones de dejar el país de forma permanente se retiraron del estrés de la capital Caracas y terminaron en esta pequeña parcela de los andes merideños. En este lugar el trueque es ley, el yoga una costumbre y la permacultura junto a la bioconstrucción pilares de la vida en estas latitudes. Un rico chocolate caliente traído directamente desde Chuao (la capital del cacao en Venezuela) fue nuestro primer desayuno del 2018, no podíamos pedir más.

Como mis amigos debían desviarse a la frontera con Colombia a hacer trámites burocráticos, fue mi pequeña oportunidad de volver a Mérida a dedo y reencontrarmelos allá. Julio Verne, ese hombre que te hace soñar despierto con sus relatos de aventuras, era mi copiloto en esta travesía. Fue un día duro, en Venezuela el dedo no es una costumbre y de no ser por el enorme corazón de Alexander y Moraida, quizás no habría logrado llegar a mi objetivo. Ustedes me daban un inicio de año digno de recordar y una bofetada en el rostro por creer a ratos que la crisis les había succionado el alma caritativa a todos los venezolanos. Ustedes me demostraron que no.

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De vuelta en Mérida nos encontramos con una ciudad situada en medio del Páramo la Culata y la Sierra Nevada. Tiene la característica de ser (a mi juicio) la ciudad más turística de Venezuela, aunque la gran mayoría de su atractivo no sea precisamente en la región urbana sino en los alrededores montañosos. Juvenil debido a la repartición de las escuelas universitarias a lo largo de la ciudad y sin perder su carácter colonial, cuenta con una gastronomía única en el país (visitar el mercado principal) y una oferta hotelera y de restaurant muy variada y económica.

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El mayor atractivo turístico de la ciudad es definitivamente el teleférico, que conecta Mérida con la Sierra Nevada en 12,5 kilómetros de extensión. Es el segundo más largo por sólo 500 metros de diferencia, pero si es el más alto del mundo, llegando a una elevación de 4760 metros en el Pico Espejo, a sólo 220 metros de la cima más alta de todo Venezuela, el pico Bolivar. Desde la cima del teleférico puedes contratar el equipo para poder alcanzar este objetivo. El punto negativo es el precio, ya que mientras los venezolanos pagan 20 mil bolivares (menos de 0,1 USD) los turistas extranjeros deben pagar la ridícula y cuantiosa suma de 50 USD. Otros atractivos de la ciudad son la Heladería Coromoto, record Guinness  por contener ofrecer el mayor número de sabores del planeta, con más de 800 variedades, y también el Jardín Botánico de la ciudad.

Otros destinos a lo largo del Valle de Chama son los pueblos que componen la Sierra Nevada o el Páramo la Culata, los diferentes parques temáticos que la zona ofrece, cascadas y aguas termales por montones, la Laguna de Mucubaji, el Pico el Aguila, etc.

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Mérida fue también el primer lugar donde nos dejamos llevar por los precios convenientes que Venezuela tiene para los turistas. El teleférico es un robo, claro está, pero pagando en bolivares es posible pagar una habitación de hotel, comer las tres comidas diarias fuera y gastar entre 2-3 dólares diarios, una locura mayúscula para cualquier viajero y aún más para nuestros presupuestos mochileros. Estos 16 meses de viaje han traído consigo muchos sacrificios, dejar de lado placeres de todo tipo y Mérida vino a compensar muchos de ellos poniéndonos finísimos a la hora de gastar. El restaurante italiano Gaetano fue nuestro casero durante varias de aquellas tardes, incluso para celebrar el cumple de mi pana chileno Alejandro.

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Entre las actividades primordiales que Mérida nos consumía y la planificación de nuestra visita al relámpago del Catatumbo, no fueron muchos los panoramas que pudimos escoger para el goce en la zona. Aún con mucho tiempo creo que Mérida siempre te deja pendientes porque sus atractivos son innumerables. Encontrar la paz bajo la niebla del Bosque de Pinos (de camino al Páramo la Culata) fue un lugar al que los cuatro pudimos acceder una fría tarde de domingo.

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Eso si, mi favorita y que esperaba con ansias era una escapada merecida a las aguas termales de la Musui, a unos 30 kilómetros al este de Mérida. Levantarse a las 5:45 AM para coger el transporte público económico, descender antes de llegar al pueblo de Mucuchies, caminar más de la cuenta por interminables colinas, hacer dedo a camiones destartalados y senderear por caminos ya olvidados hacen que, como muchas veces, el destino no sea más que una extensión del trayecto, porque se disfrutan por igual. Aguantar en las aguas termales en soledad hasta que los dedos te digan basta de tan arrugados es algo que soñaba hacer en Mérida, una despedida ideal para quizás el más singular sitio en este tan variado y caluroso país. Sepan desde ya que me verán volver, tarde o temprano, porque podamos arrancar de los Andes, pero no por mucho tiempo.

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Así le damos comienzo a nuestro 2018. Ale y Maca ya cruzan a Colombia mientras que Eli se va conmigo al interior del país para conocer parte del caribe venezolano. ¿Hacia donde? Hacia donde el universo nos dirija!

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