Las distancias en Centroamerica son una locura. Acostumbrado a viajes de 600 kilómetros por Brasil y Venezuela y aquí en Nicaragua solo 90 kilómetros separan a la capital Managua de la ciudad de León, mi próximo destino. Otra ventaja de este país es la posibilidad de viajar en las cajas de las camionetas siendo legal en ciudad y carretera, por lo cual mucha gente da rides (un aventón) sin problema alguno.
Aqueldía el sol acechaba fuerte y tarde un poco en encontrar aquel viaje, pero como todo lo bueno se hace esperar apareció Donald y su camión para llevarme directo a Leon y no sólo eso, también invitarme a su finca unas horas para disfrutar de sus animales, su río y la vista extraordinaria del volcán Momotombo.
De León me habían hablado muchas cosas: que lucho mucho tiempo con Granada por ser la capital del país (que al final se buscó un punto medio y quedó Managua), que poseía una ruta de iglesias católicas asombrosas, que hace un calor del demonio y que en ella también se suceden intensas protestas que buscan terminar con el gobierno de Daniel Ortega, pero había una información de León que no aparecía en las revistas y que sólo los mochileros se pasaban boca a boca, y esa era la existencia de la Casa de la Esperanza.
Un oasis en el desierto. Un descanso para el viajero que encuentra en esta casa su hogar. Manejado por Esperanza, su dueña, recibe viajeros a unos 15 minutos a pie del centro de León por la módica suma de 5 USD el día. ¿Costoso? Viene con nada menos que dos comidas por jornada. Mejor, imposible. Y eres recibido por el calor de Esperanza y su familia que están siempre dispuestos a cooperar en lo necesario para nuestro bienestar. Aquí, malabaristas, artesanos, ciclistas y toda clase de viajeros conviven en armonía y paz. Pocas veces recordaré un lugar con tanto cariño, mas considerando el enorme cansancio que arrastro hace meses.
Leon fue fundada en 1813 y es conocida como la «Ciudad Universitaria» del país. Cuenta con un patrimonio monumental co iglesias que datan de más de 400 años y que engalanan cada esquina con su alucinante arquitectura. En el centro colonial de la ciudad se encuentra la Catedral de León, la mayor de Centroamérica, con una blanca estructura que ha resistido erupciones, guerras y terremotos. En su interior se encuentran los restos del poeta Rubén Darío, figura icono de las letras nicaragüenses. Otras iglesias que se pueden observar son La Merced, la Recolección (mi favorita, en amarillo) y el Calvario. Son más de 10 iglesias que se pueden visitar una por una sin apartarse mucho del centro. Eso sí, en mi opinión y tal cual sucedía en Granada, la mayoría era bien simplonas por dentro.
A pesar de no haber nacido en la ciudad, Tu Ben Darío vivió parte de su vida y también murió en León, lugar que lo acogió. El príncipe de las letras castellanas es el mayor exponente del modernismo literario a principios de 1900 e influyó a muchos poetas iberoamericanos que lo sucedieron. Una de sus viviendas es hoy el museo Rubén Darío, que alberga bibliografía, documentos relacionados con política, literatura y que permite aprender un poco más de la cultura nicaragüense, todo envuelto en esta preciosa casa colonial.
León es considerada una de las ciudades más calurosas del país, de hecho compiten con Chinandega (la capital del departamento contiguo) cual es la de peor clima comparando la cantidad de muertos que cada año arrojan por las altas temperaturas. Para eso hay una solución y esa es visitar Las Peñitas, a 20 kilómetros hacia el pacífico. Hacía bastante tiempo que no me aparecía por una playa de este lado del continente y está fue perfecta. Junto a mis colegas artesanos de la Casa de la Esperanza nos fuimos a relajar, practicar unos pases con las clavas de malabarismo y disfrutar de la paz de un día sin mucho turismo. El bus a las Peñitas sale desde León por menos de 0,5 USD por lo que es visita obligada!
Otra ventaja que posee León es la cercanía con numerosos volcanes a todo su alrededor. Quienes desean hacer volcanoboarding en Cerro Negro lo hacen desde aquí, o hay otros que buscan la aventura en dirección al volcán Telica, uno en constante actividad.
Casualmente, mi buen amigo uruguayo Tabare Alonso se encontraba por la zona y me hizo saber si estaba interesado en una noche de campamento por las faldas del Telica, cosa que claramente acepté. Junto a nosotros, Kenia y Rolando, dos amigos de Managua se sumarian a la excursión.
La caminata comienza desde San Jacinto, una localidad a unos 20 kilómetros al norte de León, a la que se llega tomando un bus en la terminal en dirección Malpaisillo. Ahí, pagas la entrada de 10 córdobas para locales y 60 córdobas para extranjeros (2 USD) y haces ingreso a la zona llamada hiervederos, que no son más que agujeros que demuestran al visitante el poder calorífico del Telica, al punto de hervir el agua con facilidad. Si en la ciudad hacia calor, aquí estábamos en las puertas del infierno.
Conforme la caminata avanzaba se hacía cada vez más empinada. No es de una dificultad alta, pero a personas de poco entrenamiento le complicará. Son 650 metros de elevación en 10 kilómetros de sendero, nada fuera de lo común. A nuestra izquierda dejábamos el volcán Santa Lucía y nos adentrabamos al valle que sube hacia el Telica. A la distancia ya se lograba ver su imponente fumarola, lo que aumentaba la ansiedad de la llegada. Nunca había estado cerca de las fauces de un volcán activo y siento que era un sueño que estaba por realizarse.
Fueron cerca de 4 horas a un ritmo tranquilo las necesarias para alcanzar el campamento. Mi sorpresa fue ver que quedaba a pocos metros del cráter. ¿Era esto verdad? En aquel lugar se encontraban ya una pareja de holandeses con guía y una chica argentina que había subido, como nosotros, por su cuenta. Armamos carpa y recuperamos energías con una abundante cena, mientras esperábamos que la noche se aproximara alrededor de una fogata para hacer nuestra primera visita al cráter en búsqueda de rastros de lava.
Cuando las tinieblas estaban sobre nosotros hicimos el primer intento. A menos de 10 minutos de las carpas ya estás al borde del volcán. El oído se vuelve primordial al no tener visibilidad de humo ni de lava por los alrededores, cosa que según el guía se puede observar en un 25% de los casos aproximadamente. Hoy no lo era, mañana lo intentaríamos de nuevo.
A la mañana se fueron todos menos nuestro grupo, por lo que teníamos el Telica todo para nosotros. Las vistas panorámicas del camping y el volcán en la cima eran atómicas, creo que ni en mi sueño imaginaba una situación así. Cada uno se separó y fue a tener su propia experiencia con el volcán, así que volví al mismo punto que habíamos visitado la noche anterior.
Es increíble dimensionar la cantidad de erupciones y movimientos de tierra necesarios para generar esta cumbre, este agujero y aquella actividad recurrente. Es como si el volcán te estuviese diciendo algo. El olor a azufre cuando el viento estaba en contra era insoportable y ameritaba protegerme la nariz. Ahí pase algunas horas aguantando el incesante calor, observando las otras cimas que se divisaban a lo lejos e intentando captar el mayor detalle del enorme agujero que tenía a mi lado. En Chile hay muchos volcanes, pero no es fácil llegar al cráter de uno en completa actividad, por lo cual esto me generaba una felicidad única.
Con otro sueño dentro de la mochila y en medio de un cansancio gigante, volvimos aa León. La ciudad me recibió con una de las cientos de protestas de estudiantes en pro de derrocar al presidente de Nicaragua. De frente recordé que a pesar de la calidez del hogar en Casa de la Esperanza, del clima diario feroz en las calles de León o de la temperatura al interior del cráter del Telica, el verdadero calor estaba aquí, en el espiritu del nicaragüense que busca cambios sociales en su país.