Estoy al borde de los 21 meses de viaje entrando a mi país número 16 de este largo camino de Chile hacia México. Es el turno de Guatemala, obra maestra de la naturaleza y con una historia tan enriquecedora como su accidentada geografía. A medida que me voy adentrando en sus tierras estas frases cobrarían un sentido mucho mayor, aprendiendo de su propia gente sobre esta tierra que no deja de lado sus raíces y que hoy me recibía sin problemas por la frontera de Valle Nuevo que limita con El Salvador.
Tras hacer mis trámites migratorios de forma gratuita y cruzar de manera tranquila y sin nada que reportar, caminé algunos metros para hacer dedo, lo que en Guatemala es tan fácil como en los anteriores países centroamericanos, sobretodo gracias a que sigue siendo legal y perfectamente posible viajar en la pickup de las camionetas, cosa que se agradece. No fue difícil recorrer mis primeros 120 kilómetros y alcanzar la capital Ciudad de Guatemala.
Intento recordar en mi recorrido países en los que la capital haya sido mi primera apreciación y no recuerdo muchos ejemplos: Trinidad y Tobago, Panamá, Ecuador, entre otros. Es llegar de golpe a, probablemente, el ritmo más frenético del país. Lo cierto es que Ciudad de Guatemala me recibía con tráfico vehicular por todos los rincones, autobuses atestados de gente y un colapso de tarde que ya imagino debe haber de vuelta en Santiago de Chile. Por suerte mi querida anfitriona en la ciudad, Jessica, vivía bien a las afueras, lo que me dio tiempo suficiente para llegar a su casa tras una larga caminata y que me permita rescatar lo máximo posible de la capital chapín.
Ciudad de Guatemala y todos sus servicios fueron un alivio para mi comienzo algo dubitativo en el país. Debía arreglar mi teléfono completamente roto, planificar la ruta que aún no lograba definir y comprar lo máximo de prendas de ropa en las tiendas conocidas como «pacas» que son quiénes venden la ropa americana a gran escala, porque las mías no daban para más. Jessica fue mis ojos en la ciudad, guiándome para solucionar cada uno de mis problemas de forma rápida y así tener tiempo suficiente para conocer el centro de Guate, como le suelen llamar. Ahí, entre el Palacio Nacional y la Catedral Metropolitana en plena zona 1 (aprendería que las grandes ciudades de Guatemala separan sus barrios por zonas enumeradas), reencontré a mis colegas argentinos Segu y Titi, quiénes me invitaron a tocar unas músicas en la casa en que estaban en el mismo centro y así pasar una tarde agradable de ritmos, cervezas y numerosos problemas solucionados.
Como siempre destaco, no hay mayor forma de entrar a entender una respectiva cultura que probando comidas, hincándole al diente a las costumbres chapines. Intercambiamos con Jess mi archiconocida tortilla española por las primeras mixtas artesanales cortesía de ella, así como también el atol de elote, los rellenitos, las dobladas y las tostadas. Ya saliendo de la tradición guatemalteca, pero aún regaloneando al estómago nos mandamos un viaje de domingo con Jess y los dos argentinos hacia las alturas de Antigua Guatemala para visitar «Antigua Boreal» un restaurant que sirve como especialidad una pizza de queso de doble grosor (si gustan buscan fotos en google porque es una barbaridad). Una buena excusa para comer como reyes, pasar una tarde de lo mejor y aprovechar el jalón para nuestra segunda parada en el país: la Antigua. A la capital volvería más temprano que tarde.
La ida a Antigua Boreal tuvo una consecuencia maravillosa en mis días siguientes por la zona, porque en el camino hacia allá divisé ciertos anuncios que presentaban la villa de Hobbitenango, una atracción turística del país que sabía que existía, pero que desconocía su ubicación. Cuan grande sería mi sorpresa cuando vi que estábamos casi al lado de la entrada al recinto. Mi primera mañana con mis nuevos anfitriones, Neri y su familia, en Antigua (Santa Lucía Milpas Altas para ser exacto) nos largamos en bicicleta a alcanzar este objetivo que me había propuesto visitar. Lo que nadie me contó era que algunas de las vistas del camino serían tan asombrosas como el final del viaje. Por primera vez mis ojos observaban el volcán de Agua, el gigante Acatenango y a su izquierda el volcán de Fuego, que hace unas semanas había hecho una destructiva erupción que afectó mucho la zona y dejó centenares de muertos.
Ya arriba y con las rodillas al borde del fallecimiento tocamos con la villa de Hobbitenango, una imitación tremendamente bien hecha de la comarca hobbit del Señor de los Anillos y que a ratos te hace sentir como si estuvieses en Matamata, Nueva Zelanda o aún mejor, en plena tierra media del universo de Tolkien. Claro que me atrevo a apostar que la panorámica de las originales no es tan alucinante como la que yo tenía en frente. Es un proyecto de hotel/restaurant que te permite dormir dentro de una de estas viviendas o simplemente ir por el día de forma gratuita a caminar por el bosque o relajarte a placer.
En la bajada hacia la Antigua tocas con la aldea El Hato y posteriormente con el mirador La Cruz, punto que normalmente la gente camina en subida a su encuentro desde la ciudad. Se encuentra a poca altura, pero permite una notable visual del lugar que los días siguientes me comería caminando. El origen colonial de la Antigua me traía gratos recuerdos de algunas otras ciudades de este tipo que venía antecediendo, como Ouro Preto o Diamantina en Brasil, Arequipa en Perú o el casco histórico de Ciudad de Panamá. Era hora de bajar de la bicicleta y comenzar a caminar por esas infinitas calles de adoquines que junto a la particular arquitectura colonial le dieron el título de Patrimonio de la Humanidad de la UNESCO.
La Antigua es un lugar en que hacer ciertos ruidos como el de la bocina de un vehículo están prohibidos o que si eres propietario debes construir sólo en el estilo colonial ya definido. La diferencia con la capital es enorme, habiendo en esta pequeña ciudad cientos de hospedajes, restaurantes y agencias de viajes para la actividad más solicitada de la zona: escalar los 4000 metros del Acatenango y acampar en su cima para observar al volcán de Fuego desatar toda su furia, pero por el lamentable evento reciente, durante mi estadía y ante la negativa de las diferentes agencias, estaba prohibido realizar esta actividad debido a que el volcán aún emitía gases que podrían ser tóxicos para los humanos. Lo cierto es que Antigua brilla por si misma con sus coloridas construcciones, sus innumerables iglesias y las primeras muestras de nativos indígenas que Guatemala me daba a conocer (recordar que el país es 60% indígena).
Fundada el 10 de marzo de 1543 con el nombre original de Santiago de los Caballeros de Guatemala, ha sido devastada por decenas de terremotos y erupciones a lo largo de su historia. En 1773 el presidente de la Audiencia de Guatemala, Martín de Mayorga, decidió que era pertinente la reconstrucción de la ciudad en un lugar más seguro. La nueva ciudad se llamó Nueva Guatemala de la Asunción, lo que hoy es la Ciudad de Guatemala. En 1776 la ciudad, gravemente dañada, fue abandonada, pero no todos se fueron. Antigua es un verdadero museo a cielo abierto, conservando edificios del siglo XVI, ruinas de iglesias y esos balcones y techos de teja rojiza tan tradicionales del periodo colonial. La postal en el Arco Catalina y su intenso amarillo es una obligación moral, más aún si la época te permite tener el volcán de Agua despejado a sus espaldas.
En la actualidad Antigua es reconocida por sus celebraciones religiosas muy elaboradas para la Semana Santa, que precede a la Pascua de Resurrección. Según me contaban los locales, para esa fecha disponen las calles de unas alfombras hechas de aserrín con colorante y realizan procesiones por las calles vestidos de unas túnicas moradas mientras cargan una pesada estructura que simboliza los diferentes eventos de la fecha cristiana. Habiendo llegado con dos meses de atraso a aquel festejo, mi época resultó ser la de lluvias en la zona, lo que da un grado de melancolía a esa lenta caminata por los adoquines y multiplicaba coloridos espejos que reflejaban todos aquellos colores que Antigua tiene para enamorarnos. Durante años vi como los viajeros gozaban de estas esquinas con una sensación de envidia y hoy me encontraba protegiéndome de la lluvia bajo el alero de alguna de ellas. Habiendo sido la primera parada en tierras guatemaltecas debo decir que la realidad cumplió con todas las expectativas.
Nota: Para viajar desde Ciudad de Guatemala a Antigua o viceversa el autobús tiene un costo de 10 quetzales, algo así como 1,5 USD y tarda alrededor de 1 hora.
Un comentario
Jess Ale
Que chilero