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Mérida y el inesperado adiós a Yucatán

Con Chichen Itzá daba fin a los sitios arqueológicos por la península de Yucatán. Me quedaban varios pendientes como Uxmal, Ek Balam o Calakmul, pero los planes de llegar a Ciudad de México a dedo debieron modificarse ya que la postulación a Australia que me encuentro tramitando me exigió realizarme exámenes médicos urgentes y eso debía hacerse en la capital del país, por tanto ahora la ruta sería en avión desde Mérida para luego volver por tierra a la península. Tendría sólo algunos días para visitar la zona de Mérida y los atractivos de sus alrededores, al menos por ahora.

Desde Pisté a Mérida la distancia era bastante corta, poco más de 110 kilómetros de un viaje que es muy fácil de conseguir, por lo que aproveché de hacer una pequeña parada en el último de los pueblos mágicos de Yucatán, el pueblo amarillo de Izamal.

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Es colosal ir entrando a pie desde la carretera y comenzar a observar como todo a mi alrededor comenzaba a volverse amarillo. Se dice que fue en homenaje al Vaticano por la visita de Juan Pablo II a este pueblo en 1993, exactamente 25 años antes de mi caminata por estas calles. Hasta una estatua tiene el ex santo padre en el convento Santo Antonio de Padua de Izamal, pero antes de este tamaño evento Izamal era conocido por su historia precolombina y las pirámides que alberga en el interior de su casco histórico. Son cinco, siendo la más grande Kinich Kak Moo la más representativa. Considerada como una de las edificaciones más imponentes de Mesoamérica, tiene una altura de 35 metros y no es fácil de escalar debido a la gran magnitud de rocas utilizadas en su construcción. Antiguamente se encontraba cubierta por vegetación por lo que era considerada simplemente un cerro, pero tras su descubrimiento se encontró que la pirámide era un lugar de culto maya para dar ofrendas a los dioses, hoy en cambio es simplemente el mejor mirador del pueblo, y gratis.

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Como mi vuelo salía desde Mérida decidí dejar la gran ciudad para el final, por lo que arremetí camino hacia la costa norte del estado, llegando a la ciudad de Puerto Progreso. Aquí sorprende que siendo un puerto de carga (tiene un gigantesco muelle para la importación y exportación) posea playas con aguas turquesas. Según me comentaban no es un fenómeno común, esta playa popular no es conocida por aquellos colores y estas condiciones han hecho que el turismo en la zona explotara de forma exponencial. Siendo Yucatán evidentemente más barato que Cancún o Playa del Carmen, es una opción excelente para quien sueña con playas de este nivel sin tener que salir del propio estado. Esta sería mi última tarde de playa en bastante tiempo.

Para llegar a Progreso desde Mérida el pasaje vale 38 pesos mexicanos (2 usd) ida y vuelta saliendo desde una terminal ubicada a dos cuadras del parque central.

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Ahora vamos con Mérida. La capital del estado de Yucatán era una parada obligatoria para mi viaje sabiendo que aquí cuento con mi gran amigo Julius, un chilango creador del movimiento «Viajeros por Yucatán» donde promueve los atractivos turísticos de la península. Hablábamos hace meses y al fin tendríamos la posibilidad de conocernos y así marchar a través de los lugares que tanto le apasionan de esta ciudad. Y Mérida es exactamente un lugar perfecto para caminar, parando en sus plazas, templos e infinidad de bares y puestos de comida para así llenarnos a destajo, muy mexicano todo.

En la plaza central de Mérida solamente encontramos la Catedral de San Ildefonso, el Palacio de Gobierno (mi edificio favorito en la ciudad), el Pasaje de la Revolución y el Museo Casa Montejo, entre otros, además que los domingos se cierra por completa al igual que las principales arterias de la ciudad para ubicar un centenar de puestos de comida y venta de artículos típicos junto a danzas tradicionales de la zona.

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Ya sea de día o de noche, Mérida es una maravilla de ciudad, muy segura a diferencia de lo que se escucha de México y en donde los vecinos se agrupan y organizan de manera eficaz para evitar que la delincuencia y el tráfico de drogas se tome la ciudad como ha ocurrido en lugares como Cancún u otras playas de Quintana Roo. Las frescas noches merideñas están repletas de visitantes que buscan una marquesita o un café para olvidar un poco el calor sofocante que ataca las 24 horas del día. El monumento a la patria, un emblema de Mérida, es un imperdible nocturno que en sus muros relata varios de los momentos más importantes de la historia mexicana, y para seguir formando parte del día a día es el lugar escogido por protestas para dar a conocer los problemas de la ciudadanía, en mi caso fue hallar una manifestación contra el femicidio, una situación crítica que alberga a toda latinoamérica.

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Punto aparte para mi buen amigo Julius, anfitrión de primera y fiel representante del mexicano, amante de la comida y por sobretodo, del picante. Junto a él dimos un viaje gastronómico por todo lo que Yucatán tiene para ofrecer y que ya venía degustando desde que había entrado al país, desde el pozol frío que refresca cada mañana, pasando por los tacos de cochinita pibil obligatorios de desayunar cada domingo o el ceviche característico de la costa, y ni hablar del sinfín de antojitos como los sopes, las quesadillas, los panuchos, las marquesitas, los salbutes, la torta de lechón o los tamales yucatecos, siempre con pepita (la semilla de la calabaza) y el mortal ají habanero.

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Como Julius es un maestro en encontrar lugares desconocidos para compartir con todos sus seguidores en «Viajeros en Yucatán», fue que se nos ocurrió realizar un pequeño viaje en su día libre a un lugar que hasta él desconocía. Tomamos un bus a Puerto Progreso y de ahí otro que bordea la costa oriental hasta el kilómetro 37, casi llegando a Telchac Puerto. Desde aquí inicia una caminata corta que trae consigo un último (ahora si que es el último) sitio arqueológico maya llamado Xcambó y también unas salineras rosas

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Xcambo es un yacimiento arqueológico muy poco visitado por turistas, imagino por su pequeño tamaño comparada con otros sitios más conocidos, o quizás también por su lejanía con cualquier otra ciudad grande. Lo cierto es que dentro de los recintos costeros es uno de los de mayor extensión, se puede recorrer rapidamente en 45 minutos y tiene un costo de 70 pesos mexicanos (4,5 USD) lo cual a mí juicio es caro considerando que otros sitios monumentales como Tulum tienen el mismo valor. El punto a favor es la soledad con que recorrerás todos sus rincones y que debe ser una de las poca ruinas mayas con una capilla construida posteriormente para celebrar festividades cristianas. Por la cercanía a la costa y a las salinas es claro que se dedicaban a la pesca y a la producción del preciado mineral.

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Cuando tratábamos de volver antes que la oscura tormenta de las fotos nos atrapará alcanzamos a visitar las salineras. Es increíble como tantos viajeros hemos malgastado horas y dinero en intentar ir a Las Coloradas al norte de Valladolid teniendo estas desconocidas salinas al alcance de nuestra mano. Todo merideño debiese conocerlas o al menos saber que existen, cosa que en la práctica no sucede. Aquellos colores rosas que más que nunca se oponían al negro de la lluvia que se aproximaba, me volaban rotundamente la cabeza. Como es usual que ocurra en este tipo de superficies saladas, los flamencos estaban ahí en grandes cantidades y a lo lejos un par de humildes viviendas se hacían notar, lo que dice que aún una pizca de gente vive de producir la sal aquí en la costa de Yucatán.

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Con Xcambó y las salinas retomamos junto a Julius la sana tradición de hacer dedo y nuestro regreso fue en la cabina trasera de una camioneta de trabajadores de la construcción, cruzando Dzemul, Baca y otros pueblos que ni en el radar suelen estar de un viajero que recorra estos rincones. Como luego sabría, mi vuelo de vuelta a Chile saldrá dentro de tres meses y medio desde Cancún, por lo cual seguramente Mérida y la península me verá regresar para más sitios arqueológicos, cenotes y playas paradisíacas. Ya vuelvo amigo Julius!

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