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Islas Mujeres y Holbox: la revolución del color

Era un día especial. Saliendo de Playa del Carmén junto a la compañía de Eric y Manuel y en un camión de colchones realicé mi viaje a dedo (aventón) número 400 en dirección a Cancún. Suena tan ilógico, mochileando por Cancún, el destino de vacaciones chileno por excelencia, sinónimo de hoteles ostentosos y tours costosos. Es por eso que mis horas en la gran ciudad de Quintana Roo serían breves. Bajando del camión de mis nuevos amigos me dirigí inmediatamente a Puerto Juarez, lugar desde donde zarpan los ferrys a Isla Mujeres, mi próximo destino. La empresa que realiza el viaje se llama Ultramar y cobra 160 pesos mexicanos (9 dólares) por la ida o 300 pesos mexicanos (17 dólares) el viaje redondo que se debe tardar unos 40 minutos en realizar.

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Así como Cancún, Isla Mujeres es un destino paradisíaco entre quienes visitan la península de Yucatán, ahora último aún más solicitado debido a la plaga de la alga sargazo que domina parte de esta región de México. En Isla Mujeres puedes pagar desde un camping hasta un hotel de lujo y bañarte en playas gratuitas como pagar catamaranes lujosos y nadar con tiburones ballenas, para todos los bolsillos y gustos del turista. Al llegar a la isla y traspasar la linea de taxistas que te ofrecen viajes donde desees, caminé hacia casa de Bere, una buena amiga que conocí en Playa del Carmen. En el trayecto ví que la isla cuenta con un colectivo feminista importante y que los muros hablan de tanto en tanto sobre el tema, nada mejor para un sitio llamado Isla Mujeres.

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El turismo en Isla Mujeres se concentra en la punta norte de la isla, con la playa principal y la mayoría de la infraestructura hotelera. Para ir a la punta sur, que es algo alejado considerando el fuerte sol que azotaba cada día, las formas de ir eran en taxi, bicicleta o alquilando un carro de golf, el transporte principal de la zona. En el extremo poniente si era posible encontrar el odiado sargazo, pero era en playas donde practicamente nadie aparecía. Esta es una advertencia para quienes habitan este lugar para tomar las medidas necesarias desde ya para combatir esta plaga y no esperar a que llegue en masa y sea demasiado tarde. El mar es de todos los seres de la tierra, pero nosotros somos los únicos que lo estamos contaminando.

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Mi recorrido a la punta sur de la isla estuvo marcada por varios detalles que involucraban a los mayas, porque también llegaron hasta este recondito lugar. El más importante considera a Ixchel, diosa maya de la fertilidad, que mantiene hasta nuestros días ruinas de su templo que alguna vez fue utilizado para rituales antiguos que la glorificaban. Los mayas eran perfectos a la hora de escoger ubicaciones para sus sitios arqueológicos. Y puedo decirles con seguridad que hoy muchos mexicanos aún vienen secretamente a pedirle favores relacionados con su poder ancestral.

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Debía llegar al final de la isla para cumplir con tocar el punto más oriente de México y el primero que observa los rayos del sol por la mañana. La sorpresa vino en este preciso instante. Mientras recordaba a un buen amigo chileno que se «castigaba» en las playas de Maldivas en Asia, una fotografía mental se hizo realidad en frente de mis ojos y eran colores que en mi vida había visto en el mar. Era el color del caribe, ese que veías en fotos de paquetes turísticos o que simplemente pensabas que se encontraban cruelmente editadas, una tonalidad turquesa que rememoro sólo haber visto hace unos meses en Venezuela. Para mejorar esta alucinante situación, mi amiga Bere habíame recomendado una playa escondida sólo para locales que se encuentra no muy lejos de punta sur y donde pasé notables horas posteriores a mi caminata al sur de la isla. Sólo les diré que se llama «la joya» y no puede tener un nombre más ad-hoc.

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Isla Mujeres fue una breve estadía que culminó de la mejor forma: con buenos amigos. Gastón, un hermano de la vida con quién realicé el Monte Roraima hace unos meses, y su primo Javier vinieron a gozar de dos días de relajo en este paraíso, y reencontrarlos fue la mejor despedida. Aquellos colores vistos en ese atardecer en la famosa playa de punta norte y lo bien que me trataron en mis días en la Riviera Maya no serán olvidadas, los extrañaré amigos. Para mi anfitriona Bere, también, el cielo. Diría el paraíso, pero ya vive ahí.

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Los alucinantes colores cambiaron por un negro intenso al verme de pronto viajando en el congelador oscuro y varío de un camión en dirección a la isla Holbox, próxima parada en mi ruta. No les miento, a ratos me dio miedo pensar que podían desviar la ruta y de pronto abrir la puerta del congelador apuntándome con un arma, cosas que uno se imagina en momentos tensos, pero afortunadamente todo salió perfecto. Arribé al pueblo de Chiquilá y de ahí tomé el ferry (otros 300 pesos mexicanos ida y vuelta) para la siguiente isla. Las cómodas hamacas sobre esas aguas turquesas me saludaban e invitaban a pasar.

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En Holbox la fiesta es desatada, cada día en los alrededores de la ‘hot corner’ se bebe en la calle y es posible oir flirteos fácilmente en 5 o 6 idiomas diferentes. Además, para ser un lugar tan turístico los precios para comer no son tan altos, teniendo así la posibilidad de degustar las populares marquesitas o llenarte de tacos sin desangrar nuestros bolsillos. Un alivio después de pagar 4 pasajes de ferry en menos de una semana. Aquí, afortunadamente, quedé en casa de Edwin durmiendo en hamaca mientras hospedaba a nada menos que otros 5 viajeros. Cuando la generosidad de Couchsurfing se te sale de las manos.

La playa principal se encuentra al norte de la isla, con los colores antes mencionados y varios de los mismos tours que eran ofrecidos en isla Mujeres. Si no pagabas a los hostales o restaurantes de la costa por comodidad, buscar una mínima sombra era prioridad o el sol te achicharraba en minutos. Probablemente serían mis últimos días de playa en mucho tiempo así que era un deber absoluto pedir permiso a la arena para un constante y merecido descanso frente al mar.

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Para lo único que Holbox no parece ser adecuado es si te gusta el surf, porque las olas no son lo suficientemente fuertes, pero hay un área destinada al kitesurf al este de la isla porque viento si sopla. En cambio una pacífica y solitaria playa espera por nosotros en la costa oeste, llamada Punta Cocos. Aquí con mis colegas australianos viajeros hicimos fechorías al ritmo de un diminuto dron y el balancearnos en las hamacas sobre el agua fue el deporte del día. Esperábamos ansiosos la noche para la conclusión a esta etapa del viaje que sería de una forma que nunca imaginaría antes..

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Holbox es conocido particularmente porque es el mejor lugar de la península de Yucatán para admirar la bioluminiscencia acuática producida por el contacto con el plancton que se encuentra sobre el mar. Tours para navegar por la noche y verlo hay por montones, pero lo que mucha gente desconoce es que es posible vivirlo desde la misma playa que por el día recibe cientos de visitantes; el único requisito es que debe estar completamente oscuro, y en nuestro caso eso significaba esperar hasta las 2 Am para que la luna creciente se escondiese. Tras unas cervezas en la ‘hot corner’ nos reunimos todos los amigos de casa para una experiencia que marcaría nuestras vidas. No hay fotos que demuestren como es estar dentro del agua, pero la sensación de que todo tu cuerpo brilla dentro del agua es algo brutal, una estela de luz y color que ojalá todos pudiesen vivir al menos una vez en la vida. Una despedida sorprendente y que recordaré por los siglos de los siglos. Amen, así, sin tilde.

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