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El envidiable estado de Chiapas

Cerca de un mes tardé en liberarme del atrapante estado de Oaxaca, perdido entre sus playas, sus montes y viviendo día de muertos en la capital. Me montaba en la caja de una camioneta para lo que serían dos días de viaje a dedo a través de campos adornados con palenques de mezcal artesanal y elevándonos hacia parajes que sólo agradan a dueños de mineras que buscan alguna ganancia al comprar terrenos en la zona. Serían 600 kilómetros que tardé dos días en recorrer, teniendo que dormir una noche en el terminal de buses de Juchitán, en el istmo de Tehuantepec. Al final mi promedio de ride en México era siempre el mismo, 300 kms por día. El segundo día crucé la zona conocida como «la ventosa» que cuenta con la mayor concentración de molinos de viento que he visto en mi vida para llegar a Tuxtla, sin antes vivir mi primer corte de carretera en la entrada de la ciudad, algo que con el tiempo aprendería que suele ser común en Chiapas.

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En Tuxtla me recibió Susana, itinerante cíclica, una chica argentina que unos meses antes me había contactado a través de mi página de Facebook «Apuesta por la Ruta / Blog de viaje», un ser de luz que después de recorrer Latinoamérica encontró en las alturas de la capital de Chiapas un hogar donde desarrollar su pasión y crecer como persona. Mis días en Tuxtla se iban entre infusiones naturales, películas, descanso y comida vegetariana. Es gracioso ver como entre viajeros nos cuidamos, porque sabemos lo que significa llevar años en la carretera sin un tiempo para nosotros mismos. Susana me ofreció aquello y yo lo tomé con mucho gusto.

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Eso si, hubo una salida imperdible en Tuxtla que hicimos junto a Susana y esa fue al Parque Nacional Cañón del Sumidero. Debo decir que tuvimos la suerte de que una amiga de ella nos llevó a ambos porque no es un lugar sencillo para visitar por tu cuenta al no tener transporte público a través de sus diferentes miradores. La única opción es tomar la combi N° 69 que nos deja en la entrada del parque donde se paga la entrada de sólo 34 pesos mexicanos (menos de 2 USD). Ya desde la entrada las opciones son limitadas a prácticamente una: hacer dedo y esperar que quién te levante haga paradas en los cinco miradores, o en el peor de los casos llegas directamente hasta el último, que posee una plataforma con artesanos e infraestructura.

Parar uno por uno a través de los miradores es extraordinario, porque vas evidenciando como el cañón termina para dar paso a la zona urbana de Tuxtla y la fuerza que ha tenido el río Grijalva por millones de años para dar forma a este accidente geográfico. Se dice que los indígenas chiapas de la zona ante la invasión española prefirieron lanzarse desde lo alto del cañón (que llega a más de 250 metros de altura) que ser sometidos por los colonizadores, por lo cual el cañón es un lugar memorable. Su acceso es tan difícil que después de decenas de expediciones que intentaron cruzar el cañón, con numerosas muertes de por medio, recién en 1960 fue explorado en sus 25 kilómetros de extensión, una fecha relativamente nueva.

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Desde arriba se logran visibilizar varios puntos oscuros sobre el lecho del río Grijalva, los cuales corresponden a restos de basura que los turistas dejan en el camino y que también el río arrastra desde su inicio. Lamentablemente las empresas turísticas que recorren el río no se hacen responsables por esto, razón principal por la cual sólo decidí recorrer el cañón desde los miradores de arriba. Los fanáticos de la fauna silvestre podrán ver desde abajo caimanes, monos, aves y otros animales, por tanto si están en la zona recomiendo que realicen la navegación, ojalá con una empresa que se preocupe del cuidado del medio ambiente sobre el que trabaja. En fin, era uno de mis objetivos más grandes dentro del estado de Chiapas y, sin realmente saber lo cerca que quedaba de Tuxtla, aproveché mi primera parada para cumplir con uno de los pendientes del viaje.

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Mis días en Tuxtla fueron un tesoro que me permitió bajar las revoluciones de todo lo vivido en Oaxaca y además interactuar con Susana que historias tenía de sobra. Agradecido de su compañía y hospitalidad armé ruta hacia San Cristóbal de las Casas, no sin antes hacer una pequeña parada en el pueblo de Chiapa de Corzo, pueblo mágico ubicado a sólo 15 kilómetros de la capital chiapaneca. Es desde aquí que las lanchas zarpan hacia el cañón, actividad que como dije anteriormente no estaba dentro de mis planes. Volver a Chiapas significaba encontrar algo de la gastronomía de la península de Yucatán (aunque formalmente no estaba ahí) como el resfrescante pozol para capear el calor. Tras algunas horas retomé mi camino hacia San Cristóbal, comenzando un ascenso que hizo que desde la caja del camión en el que me trasladaba tuviese que usar algunas de las capas de ropa que cargaba, porque el cambio  de temperatura fue intenso.

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San Cristóbal de las Casas es conocido por ser un destino turístico notable dentro del circuito chiapaneco, ya sea que vengas desde Yucatán como desde Guatemala. Sorprende recordar que hace unos meses me encontraba a 4 kilómetros de la frontera chapín con Chiapas y ahora, tras mucho recorrido, he vuelto a esta zona de Latinoamérica. Mi primera sensación de «San Cris» fue su parecido con Antigua Guatemala, aunque sin exagerar. Recorrer sus estrechas y coloridas calles o escalar a algunos de los miradores católicos (o iglesias de altura) nos quita el frío de inmediato. Si eso no funciona, de seguro una copa de vino en la peatonal Real de Guadalupe lo soluciona. Una ciudad con una infinita oferta de actividades para realizar y con una vida nocturna única en la zona. Es tan alucinante que caminando por sus calles encontré a un amigo japonés que no veía hace casi nueve años desde que estuvo en mi ciudad en Chile cooperando con los afectados del terremoto de 2010. Una de esas coincidencias que te alegran el corazón.

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Como buen destino turístico, San Cris cuenta con opciones a pocos kilómetros de distancia, una de ellas es San Juan Chamula y su popular iglesia. La magia ocurre dentro, donde está prohibido fotografiar, pero la mezcla entre las raíces indígenas chiapas y la influencia colonizadora han creado un templo único en el mundo y que me recordó a algunas de las iglesias católicas a las que los mayas asisten en ciertos lugares de Guatemala. También una de las recomendaciones en los alrededores es la Caverna del Mamut, a la que no fui debido al clima (me agarró un temporal de frío en la ciudad que no vivía probablemente hacía 10 o 12 meses y que me hizo desenfundar ropa de abrigo que pensé no volvería a usar), pero todo bien, gracias a eso pasé más tiempo con mi anfitrión en la ciudad, mi cuate Julio, un hermano de la vida que espero poder cruzar algún día en el futuro. El calor humano es el mejor enemigo de los fríos intensos.

Ahora comprendo de primera mano por qué San Cristóbal de las Casas es un sitio tan visitado, porque no le niega la entrada a nadie. Te sientas en la plaza principal y ves como conviven turistas, artesanos e indígenas sin problema alguno, buscando cada uno sacar lo mejor del otro. Un lugar ejemplar.

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Otra de las características que representan al estado de Chiapas es su relación estrecha con el Zapatismo, movimiento político social que en 1994 tomó esta zona por la fuerza y que hasta el día de hoy controla ciertas comunidades donde el gobierno mexicano no entra. El principal caracol zapatista al que se puede acceder se llama Oventic y se encuentra a unos 40 kilómetros al norte de San Cristóbal de las Casas. Previa inscripción en la entrada y teniendo sumo cuidado de respetar las costumbres del sitio, es posible evidenciar como es la autonomía de un sitio controlado por el EZLN (ejercito zapatista de liberación nacional). Misma situación viví cuando buscaba las cascadas de Roberto Barrios, ya camino hacia Palenque, donde encontré otro caracol de las mismas características. Lamentablemente para un porcentaje de la población el zapatismo es hoy simplemente una excusa para realizar actos vandálicos en la región aprovechando que tapan sus rostros con pasamontañas y cargan armas de alto calibre. Sería interesante saber que opinaría Emiliano Zapata de lo que hoy es el resultado de aquella revolución.

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Para culminar este recorrido por el estado, creo que muchos coincidirán en que no has estado en Chiapas si no has ido a alguna de las cientos de cascadas que adornan su paisaje. De preferencia hay dos lugares donde se concentran las más conocidas: los alrededores de Comitán, cerca de la frontera con Guatemala donde es posible visitar el conjunto de Cascadas El Chiflón, y la ruta entre Ocosingo y Palenque, en dirección a la península de Yucatán. Es esta última la que se encontraba dentro de mi ruta, por tanto logré acercarme a las Cascadas de Agua Azul, pasar por fuera de la enorme Misol-Ha y adentrarme en los senderos que contienen las Cascadas de Roberto Barrios en toda su magnitud. Aguas celestes en medio en medio de la selva y lugar para infinidad de chapuzones en una cadena de saltos que no dejan a nadie inadvertido. Que envidia vivir en un lugar así! Hasta la próxima Chiapas, es hora de volver al mundo maya!

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