Recorrer Chile ha sido un duro desafío. Más de 3500 kilómetros recorridos en unos 3 meses aproximadamente que me han entregado una infinidad de paisajes, climas y lugares. Ha sido todo un desafío, pero también ha sido muy gratificante. Dentro de las situaciones que han caracterizado este viaje, cabe mencionar de que las distancias recorridas entre un lugar y otro han sido cortas. Y al salir de Santiago eso cambiaría.
Tomé desde la capital chilena un bus (y el único que tomaría en todo el norte) hasta la ciudad de La Serena. Una pasada breve para visitar a un buen amigo y para conocer una zona tan variada como tantos otros lugares en Chile. Esta vez no habría tiempo suficiente para ver los pinguinos de Punta de Choros o la inmensidad del Valle del Elqui. Sólo sería un paseo simple por Coquimbo, Serena y sus alrededores.
Por otro lado, se me habló mucho sobre la diferencia en la calidez de los conductores entre el norte y el sur de Chile. Toda la amabilidad del sur va desapareciendo a medida que te alejas de ese lugar y la gente se vuelve más egoísta. Se me dijo que hacer dedo (autostop) en dirección a Perú iba a ser infructífero y que terminaría pagando buses por doquier. Suerte que no los escuché y probé suerte, porque siempre hubo alguien dispuesto a levantarme a mis diferentes destinos.
A la salida de La Serena me llevó un camionero en dirección a Antofagasta, en lo que sería un viaje de 18 horas (el más largo trayecto en un sólo vehículo que he hecho). Es desde este punto que la naturaleza comienza a desaparecer, para dar paso a rocas, arena, y el desierto más árido del mundo, el Atacama. A ratos me recordaba mis días rodando en la Ruta 40 argentina, pero esta vez la sequedad del aire se sentía con fuerza.
Entre La Serena y mi próximo destino es posible ver hacia la cordillera algunos observatorios, entre ellos La Silla o el Paranal. Esta ubicación es privilegiada para ellos debido a la limpieza de los cielos, dónde no llueve al menos 300 noches al año, lo que permite una excelente observación estelar.
Otra cosa a destacar es la gran cantidad de monolitos representativos al costado de la carretera, muchos de ellos simbolizan gente que falleció recorriendo estas áridas tierras. Una zona de muchos accidentes, y dónde los camioneros, en su mayoría, conducen con cierto grado de cansancio y sueño. Estos monolitos te recuerdan que, a pesar de ser rutas no muy transitadas y bastante rectas, debes tener cuidado.
Eso si, sucedería algo con lo que no contaba. La infinidad del Atacama me entregaría una enorme sorpresa, que me pararía los pelos de punta y me haría agradecer el estar acá, haciendo esto. A medida que avanzábamos divisaba unas pequeñas tonalidades moradas a mi alrededor, cosa que me dejó atónito por un momento. Y el buen conductor me explico: En invierno llueve aproximadamente 2 veces en el año en el desierto más árido del mundo, lo que produce un fenómeno en que brotan pequeñas flores de entre la tierra, algo totalmente inimaginable para cualquiera que cruza estos caminos. El llamado «desierto florido» estaba a mis pies. No podía creer lo que veía. Me decía que había escogido la fecha ideal para verlo y que, aunque no era tan impresionante como el año pasado, si estaba muy hermoso.
Son esas coincidencias que uno disfruta a concho. Para suerte mía, tuvimos que parar por más de 2 horas para auxiliar a un conductor que había quedado botado en medio de la carretera (paró para sacar fotos del fenómeno y el camión le no partió más). Yo sólo agradecí esta situación y disfruté de este desierto florido, con la compañía del viento y de una que otra lagartija.
La gran extensión de este desierto me hizo pasar una noche durmiendo en el asiento del copiloto del camión, con un frío que no recordaba haber pasado en mucho tiempo. Pero es parte de esto. Mas encima, a la mañana siguiente ya habría de estar en Antofagasta, capital de la segunda región de Chile, por lo que una noche de sacrificio no era nada.
Antofagasta fue otra breve estadía. Ahí, mi buen amigo Tanquecito y su vehiculo me llevaron a dos de las mas importantes símbolos de la ciudad (e irónicamente ambas en las afueras de ella), la Mano del Desierto y la Portada.
Para mi, siendo una persona del sur de Chile, de ese sur lluvioso y húmedo, cruzar el desierto en estos días ha sido tremendamente especial. Más aún conocer distintos tipos y elementos de ese desierto árido del que siempre oí hablar en la televisión. La Mano del desierto, por ejemplo me hizo ver el desierto que yo esperaba, con ese sol en la cara permanentemente y la casi nula sombra a tus pies, mientras que el desierto florido me sorprendió y me hizo sentir que, aún tan increíble cómo parece, en cualquier lugar hay lugar para la flora y la fauna, en cualquier lugar hay lugar para la vida.
Un comentario
JImena
Hola!!! Mi autobús de vuelta no pasó por Antofagasta (por lo que el trayecto fue un poco más rápido) pero no hubo desierto florido!!! Moría de ganas por ver las fotos! Un abrazo desde México!