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¡Valparaiso de mi amor!

Llegando hacia la zona central de Chile, las ciudades más grandes en que había estado eran Punta Arenas y Ushuaia, siendo sólo en esta última en que estuve por un número considerable de días. La ruta me hacía llegar desde Sewell y previo paso por Santiago (que relataré en la siguiente entrada) a la joya del pacífico chilena, y que sería por mucho la ciudad más grande en la que he estado en esta travesía. Era hora de recorrer las calles del inmenso puerto de Valparaíso.

Para dirigirse a Valparaíso desde la capital, Santiago, se debe rodar por la Ruta 68, en dirección desde Los Andes hacia el Océano Pacífico. El trayecto por esta transitada carretera es corto, de unos 90 minutos, en que bordeas y cruzas la Cordillera de la Costa, para en el final de ella contemplar la aparición del puerto y de ese arcoiris de múltiples colores sobre la infinidad de cerros. En menos de cinco minutos te sientes encantado por esta particular ciudad.

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Valparaíso, fuente de algunas de mis mayores alegrías en la vida y también de heridas que no se borrarán jamás. Esta era una oportunidad especial de caminar por sus calles con una mirada diferente, una mirada viajera, mostrando las bondades de este místico lugar y todo lo que la hacen única en el mundo.

A pesar de haber llegado en soledad al puerto, mi visita fue todo menos eso. Eduardo, un buen amigo que me alojó en su hogar, fue un gran apoyo en mi estadía en la zona, además de Dalí, Mariana y Tania, quiénes fueron las encargadas de acompañarme en mi ruta por las calles porteñas. Muchas, pero muchas gracias a todos ustedes.

El principal atractivo es su casco histórico, nombrado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 2003, como reconocimiento por sus bienes culturales y por ser testimonio único de una tradición cultural en los abruptos cerros y escasa planicie que posee. Imperdible registro.

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Las poblaciones de la ciudad te ofrecen una variedad infinita de colores, murales, graffitis y mensajes literarios en sus paredes. Dónde sea que vayas, el arte te persigue, cómo insinuando que las calles tienen vida propia. Al subir al Cerro Artillería llegas al famoso mirador que da al puerto industrial y la bahía de Valparaiso y Viña del Mar.

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Mientras buscaba La Sebastiana, hogar de Pablo Neruda (premio nóbel de literatura chileno) pasé por fuera del Congreso Nacional chileno, lugar imponente dentro de la arquitectura de Valparaiso. Al llegar a la casa del poeta, y observando la maravillosa vista desde su balcón, realmente sientes que las palabras entran en tu cuerpo. Pasas inmediatamente a entender a Pablo y su maravillosa escritura con tamaña fuente de inspiración.

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Para terminar, una visita al Estadio Elias Figueroa, conocido también como «Playa Ancha», y concluir mis momentos en esta mística ciudad con una panorámica de todo. Con los cerros como protagonistas de esta historia y yo como fiel acompañante de su historia. Nuevamente me enamoré en estas calles, esta vez de tí, Valparaíso.

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Un comentario

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