Chile era historia. Era mi primera vez visitando el Perú y mi ansiedad por aprender lo mayor posible de este hermoso país estaba por explotar. Había estudiado y me había fascinado con su arquitectura colonial, sus paisajes naturales surrealistas, su respeto por las clases indígenas y su elevado patriotismo, entre otras cosas, que no daba más por recorrer sus calles y observar todo lo que esté a mi alcance.
Mi primera parada (eso sí, bastante breve) fue en Tacna, pero sólo para beneficios de cruzar la frontera ya que Tacna y Arica, en Chile, tienen mucho tránsito de personas y las grandes diferencias entre ambos países no se logran admirar. Por lo cual tras una tarde de planificación, tomé mi mochila y me fui directamente a Arequipa, la ciudad blanca.
El viaje nocturno no fue del todo tranquilo. Viajaba en un bus muy lento y la gente (la mayoría comerciantes que iban a Lima) golpeaba las ventanas y se quejaba cada vez que el bus se detenía para apurar el movimiento. Luego descubriría que viajaban deprisa para cruzar los controles policiales de noche y evitar el requise de sus mercancías de contrabando.
En fin, llegaba a Arequipa de madrugada y me instalaba en un Hostal cerca del centro para relajarme del largo viaje. En él conocería a Janika, de Alemania, y a Carlos, de la madre patria España. Fue Janika quién me guio en mis primeros pasos por Arequipa, dándome aviso de un “Free Walking Tour” que se realiza a diario por las calles de la ciudad y al que ella iría aquella mañana, por lo cual decidí acompañarla y aprender de manos de un experto las maravillas de la ciudad blanca.
Mientras caminaba hacia el punto de reunión del tour gratuito, comencé a encontrar esas pequeñas diferencias entre Chile y Perú: Las farmacias pasaban a ser boticas, los negocios ahora eran almacenes y habían desaparecido casi por completo los semáforos, lo que ocasionaba un caos vehicular que sólo se solucionaba haciendo sonar la bocina. Y así mismito, entre un mar de bocinas, llegue a la Iglesia San Francisco.
El guía, haciendo todo el tour en inglés, nos llevó por diversos barrios que forman parte del casco histórico de la ciudad, el cual es Patrimonio de la Humanidad de la UNESCO. Visitamos el barrio de San Lázaro, en el sector norte de la ciudad, caracterizado por esos infinitos muros de roca volcánica blanca (llamada piedra sillar) que hacen que a Arequipa se le otorgue el nombre de ciudad blanca. Luego visitaríamos el parque Selva Alegre dónde habían algunas especies animales (pavo real, patos, guacamayo, monos) en no muy buen estado.
El siguiente paso fue “Mundo Alpaca”, una empresa especialista en trabajar la tela de este camélido y dónde observamos todo el proceso desde la extracción de la lana hasta la comercialización de sus prendas.
Arequipa es la segunda ciudad más grande del Perú, con casi 900 mil habitantes y está rodeada por tres volcanes: el Misti, el Chachani y el Pichu Pichu. Para admirar estos volcanes, nos llevaron a un mirador ubicado cerca del Monumento a Grau, en el puente sobre el Río Chili y luego empinamos rumbo a una de las más grandes atracciones de la ciudad, la Iglesia Santa Catalina.
La segunda parte del tour que consistió en una prueba gastronómica de la que ni Janika ni yo teníamos conocimiento, así que nos tomó completamente por sorpresa a ambos. En ella, degustamos té y chocolate a base de cacao, papas rellenas y pisco sour, entre otras delicias.
Un lugar que no estaba en el tour y que fue nuestro final de día era la Plaza de Armas, a la que fuimos por nuestra cuenta y que justo coincidía con ser la hora en que la Catedral de Arequipa está abierta a todo público. Si imaginaba esa mañana cuando llegué que iba a terminar haciendo esa completísima salida por todo Arequipa no lo habría creído. Era hora de dormir para visitar el Cañón de Colca al otro día.
Y bueno, como decía que no había investigado mucho sobre Arequipa, si lo había hecho sobre su atracción natural predilecta, el Cañón de Colca. Hay variadas alternativas para hacerlo y de distinta duración. Nosotros (ya que Janika se convirtió en mi compañera en esta parte del viaje) decidimos hacerlo por nuestra cuenta, Esto significa sin agencia de por medio y por dos días.
La salida fue a las 3:30 de la mañana en dirección a Chivay, a unas 3 horas al norte de Arequipa, dónde tomaríamos desayuno y luego nos dirigiríamos a la Cruz del Condor, a una hora desde ahí. Al llegar a ese lugar, a un costado del cañón, notamos lo plagadísimo que estaba de turistas esperando la aparición del rey de los cielos, por lo que buscamos un lugar algo alejado para aguardar su llegada y para tomar las mejores panorámicas del lugar. Al cabo de una media hora se hicieron presentes 3 cóndores, magnánimos, como sabiendo que la gran mayoría perdía ya las esperanzas de verlos y poder satisfacer su ansiedad. Me recordó el día que los vi por primera vez en Torres del Paine, cuando llegamos a tener 17 especímenes volando sobre nuestras cabezas. Tras este hermoso espectáculo arribamos a San Miguel, lugar de partida del Trekking por el Cañón de Colca.
Los primeros 5 kilómetros son sólo de bajada, bordeando la ladera del cañón y que tuvo su inicio desde las 9:30 hrs aproximadamente, por lo que en menos de 1 hora de caminata ya se tiene el sol acechando y preparando un asado con tu piel. Para mi esta fue la parte más difícil de todo el trekking debido a eso mismo, al intenso calor que hizo toda la mañana.
Frente a nuestros ojos se lograban divisar los pueblos de Coshñirhua y de Malata, con sus terrazas construidas hacia abajo y emulando lo que sería un paisaje digno de China o esos confines. Pero no, era Perú, y era inspirador pensar que tras unas horas de caminata estaríamos en ese otro costado del cañón. Y desde un poco más adelante podríamos ver el Oasis de Sangalle, el que sería nuestro destino final de este largo día.
Fueron largos 5 kilómetros de sólo descenso para llegar hasta el nivel del río. Estábamos aliviados de tener sombra sobre nosotros pero faltaba mucho aún. En estos últimos momentos de bajada nos cruzamos con un joven profesor peruano que bajaba al pueblo de San Juan cada domingo para enseñar a dos estudiantes en la escuela durante la semana y regresar el viernes al tope del cañón. Eso, amigos y amigas, eso es vocación. Esos actos del ser humano te dan energía para seguir, son actos de entrega y amor por lo que uno realiza.
Cruzamos el puente sobre el río junto a Janika y comenzamos lo que pensamos sería lo peor del viaje: el ascenso. Por suerte no fue lo terrible que creíamos porque la sombra y el agua que corría por pequeños canales a un costado ofrecía un apoyo constante y refrescante a la hora de necesitar hacer una detención.
Teníamos toda la parte del cañón que habíamos descendido a nuestra izquierda y a la derecha todo el resto que restaba por subir. Este marca un punto de inflexión entre haber tomado el tour pagado o hacerlo por nuestra cuenta, porque nosotros decidimos hacer una ruta un poco más larga atravesando los pueblos que vimos en un inicio del trekking, mientras que el tour se va bordeando el río para suavizar la caminata.
Y mira que valió la pena. Una charla con unos chicos pequeños estudiantes en Malata fueron la recompensa perfecta para haber tomado el camino más largo. Y físicamente sentir la satisfacción de estar después de unas 5 horas en las terrazas que en la mañana estaban tan lejos de nuestra humanidad. Sólo felicidad y cansancio recorrían nuestros cuerpos.
Finalmente sólo quedaba el descenso al Oasis de Sangalle. Divisábamos a lo lejos algunas refrescantes piscinas por lo que a esta altura las piernas bajaban solas. Era el termino a un trekking de 18 kilómetros de sólo subida y bajada, probablemente de lo más pesado que he hecho en mi vida. Llegando al primer hospedaje, sólo me desplomé en la cama y dormí. Debía descansar para lo que sería el próximo día.
Todavía mis piernas temblaban en la madrugada cuando comenzamos la subida a Cabanaconde. Iban a ser unas 4 horas en que ascenderíamos más de 1000 metros bajo un eterno zigzag natural de roca y tierra. Personalmente creo que 3 días es el ideal para realizar el Cañón de Colca, así el primer día y el tercero los caminas y el día del medio sólo lo disfrutas en el Oasis.
Pero lo logramos. Fueron dos intensos días que personalmente no vivía desde mis días en El Chalten, unos largos meses atrás. El sentimiento de realización tras actividades como estas es enorme. Sólo nos sentamos en Plaza de Armas de Cabanaconde a esperar el bus de vuelta a Arequipa, con una panorámica de ensueño del lugar. Un nuevo lugar para conocer antes de morir de seguro, hasta pronto!