Quizás un golpe de suerte, quizás una alineación planetaria, o quizás sólo producto de aprovechar las oportunidades que te da la vida, quién sabe. Lo único concreto era que debía partir fugazmente desde Cuenca para cumplir un sueño que hace unos meses estaba dentro de mis posibilidades, pero que veía muy, pero muy lejano. Y bueno, se necesitó de muchos eventos afortunados para sacar esta idea adelante y poder decir definitivamente «¡ME VOY A LAS GALÁPAGOS!».
Sería por ocho días. Ocho maravillosos días. No podía creerlo. La ida al archipiélago coincidió a un reencuentro con una gran amiga, Ester, a quién había conocido hace más de 3 meses atrás en la isla de Chiloé, otra isla con tradiciones muy particulares dentro de un mismo país. Bendita coincidencia; así que estaría en Galápagos, con una buena amiga, y pasaría mi cumpleaños ahí. En el papel no podía sonar mejor.
A Guayaquil llegué con Brian, el chef canadiense que había conocido en Cuenca, dónde hicimos noche en el aeropuerto. Ambos teníamos vuelo a la mañana siguiente: él a Bogotá y yo a las islas. No podía dormir, sólo pensaba en tortugas gigantes, tanto que terminé prendiendo la compu y viendo la película de las tortugas ninjas. Una previa ad-hoc, imaginaba.
Desperté, hice check-in, abracé a Ester y me preparé para abordar. Es sabido que el tiempo es relativo, pero esas dos horas sobre el aire fueron tan eternas que me hicieron querer darle una paliza a Einstein. Al fin, tras 3 años y 6 meses de vuelo (así fue en mi mente) veía tierra firme, habíamos llegado al Puerto Baquerizo Moreno.
Rápidamente buscamos hospedaje (Hostal San Francisco por 15 dólares) y fuimos al encuentro de Jimbo, un amigo de Ester que vivía acá y que resultó ser el mejor instructor de buceo de San Cristóbal. Jimbo nos presentó a un chico amigo de él quién nos llevaría a nuestro primer tour por la isla. Este tour se realiza en taxi (en Galápagos eso significa camionetas 4×4) y en él recorreríamos algunos lugares símbolos de la isla: la Galapaguera de Cerro Colorado, Puerto Chino, la laguna El Junco y la casa del Ceibo.
San Cristóbal resultó ser una gran sorpresa. Para ser franco, antes de iniciar al viaje sólo conocí a una persona que había visitado Galápagos con anterioridad, así que la mayoría de las referencias que tenía del archipiélago eran basados en libros e internet. Esto construyó en mí una visión de que era el paraíso de aguas turquesas, verdes bosques y tortugas casi caminando en plena calle, pero San Cristóbal está lejos de ser eso. La expectativa chocó con la realidad y me encontré con una isla de pequeños bosques secos (a veces desérticos) e incluso una mina explotando recursos que veía desde el aeropuerto.
Volviendo al tour, la primera parada en la galapaguera era para ver la máxima atracción del archipiélago, las enormes tortugas terrestres. Dentro del mismo hay un laboratorio de reproducción, por tanto es posible ver a las tortugas desde que salen del huevo y se mantienen en cautiverio hasta aproximadamente los 7 años, hasta finalmente ser liberadas en la galapaguera dónde viven el resto de su vida.
A pocos kilómetros hacia el oeste desde las tortugas se encuentra Puerto Chino, una pequeña playa que hacía recordar un poco el paraíso que había visto en mis sueños. Los lobos marinos y algunas tortugas marinas que se divisaban cada tanto adornaban este pequeño rincón al que muchos surfistas dedicaban horas para saborear sus aguas turquesas.
Ya de regreso correspondía visitar la laguna El Junco, la cual se encuentra en altura y dónde para nuestra desgracia la neblina se hizo presente para bloquear toda la visibilidad. Era imposible hacer el pequeño trekking para ir a la laguna, por lo que tuvimos que pasar.
Finalmente, en el pequeño pueblo de El Progreso, ubicada al centro de la isla, admiramos la casa del Ceibo, una quinta dónde se encuentra este enorme árbol de más de 300 años con una casita en su copa. El lugar tiene zona de camping, un pequeño café e incluso puedes pasar una noche en la casa del árbol pagando unos cuantos dólares. El dueño cuenta que se necesitaron 20 adultos tomados de la mano para rodear esta joya de la naturaleza. Fascinante y nada mal para un primer día en la isla.
El segundo día comenzó con nuestro ya común desayuno ecuatoriano (bolón de verde, batido de frutas tropicales y huevos revueltos) y una ida caminando a las loberías, otra gran atracción de la isla, situada al costado del aeropuerto. Las loberías son llamadas así a un pedazo de borde costero caracterizado por tener gran cantidad de lobos marinos e iguanas en sus roqueríos. Posee una pequeña playa para nadar o hacer snorkeling y también es posible hacer un trekking señalizado que finaliza en unos ventosos acantilados. Un verdadero imperdible de San Cristóbal. La mejor noticia para Ester y para mí fue que acá vimos nuestro primer piquero de patas azules, una delicia.
La tarde la reservaríamos para caminar en dirección al Cerro Tijeretas, al norte del puerto Baquerizo Moreno. En el trayecto notamos que a pesar de que las tortugas son las reinas al interior de las islas, en las costas son los lobos, las iguanas y los cangrejos las especies dominantes. Y se llevan increíblemente bien entre ellas.
Pasamos la playa Mann, rodeamos el cerro (no se podía subir) y caminamos hacia la costa dónde está la famosa estatua de Charles Darwin, el llamado padre de la evolución y quién basó muchos de sus descubrimientos en este archipiélago al sur del mundo.
El día culminó con Ester y yo en el faro de Puerto Baquerizo Moreno, sentados sobre las rocas, observando la ciudad, los surfers que hacían de las suyas y al Leon Dormido, la famosa roca gigante en medio del mar, lugar ideal para hacer buceo. Mañana debía partir a Santa Cruz, la segunda isla de nuestro recorrido y que me vería pasar mi cumpleaños número 26.
2 Comentarios
jasonspafford
Hi mate,
Went there in 2005 was one of my favourite places,.
Jason
Robert
Desde hace un mes vivo en San Cristóbal, es el lugar más maravilloso en el que he estado y sigo descubriéndolo. Tal vez puedas volver un día.