Habiamos dejado el Parque Nacional Zion y rodábamos hacia la segunda parte de nuestra aventura por el sur del Estado de Utah. El sol acechaba a nuestro Toyota Corolla del 87, pero este respondía de forma fenomenal, aun considerando el peso que cargaba, y las ilusiones de los viajeros que en él viajaban.
De pronto, los largos kilómetros de planicies dieron paso a un escenario marciano. El rojo se apoderó del paisaje y algunas de las formaciones rocosas más extrañas que había visto aparecían en el horizonte. «¿Llegamos a Bryce?», preguntó Neven. «No», respondía yo, el hombre GPS. Era el preámbulo, lo que en la zona llamaban Red Canyon.
Estiramos piernas con la completa panorámica del inicio de la Black Mountain de fondo, y abordamos nuestra nave en busca de nuestro objetivo final, el Cañón Bryce, un lugar que era absoluta prioridad en mi viaje a los Estados Unidos. Mis compañeros de viaje no entendían mi emoción de estar a pocos kilómetros de llegar, si para mi era más espectacular que el Gran Cañón mismo.
Entramos al parque con nuestro pase gratuito para todos los parques nacionales del país (adquirido en Zion) y encaminamos hacia el Sunrise Point, primer mirador (de muchos) que el cañón ofrece. Las vistas hablan por si solas: una enorme meseta de roca sedimentaria al norte y parte del indescriptible anfiteatro natural al sur. Todo estaba dicho, no perdería un segundo sin recorrer estas tierras.
Mis amigos, eso si, no mostraban mi entusiasmo. Bueno, yo realizaría un trekking para reconocer el lugar y ellos podrían encontrarme en el punto de termino del sendero. Así se pensó y así se hizo. La caminata daría efecto desde el Sunrise Point al Sunset Point, en lo que serían 3,7 kilómetros de dificultad moderada, y de los cuales sólo el último kilómetro sería ascenso. Algo suave para comenzar.
El descenso era todo lo que había soñado, pero sumado a 2500 metros de altitud. El agua se convertiría en mi mejor amigo, y a pesar del día completamente despejado, el frío invernal era intenso. Pero nada de eso importaba, estaba en uno de los lugares que motivó todo este viaje, estaba solo, a mi propio ritmo y feliz. La sonrisa no me la quitaba nadie del rostro.
Los alrededores no presentaban todo el verde que si poseía el Parque Nacional Zion, pero esto se debe, entre otras cosas, a que las formaciones rocosas bloquean los rayos del sol en muchas direcciones y también a lo poco fértil del suelo. En este tramo crucé a través de túneles erosionados y divisé la famosa Queen Victoria (una roca con la forma de la ex mandataria del Reino Unido) y su jardín de chimeneas de hadas, nombre dado a los tipos de estructuras formadas.
Llegando al punto más bajo del sendero, un tercer color hacía mixtura con el naranjo y el verde del paisaje, y ese era el blanco de la nieve. Porque si, por más desértico que se vea este lugar, las temperaturas en invierno pueden llegar fácilmente bajo 0°C en las noches e incluso se dejan ver grandes nevadas. Algo de fauna igual pude capturar con mi cámara, como una pequeña ardilla que buscaba alimento.
El final del sendero considera un ascenso en zig-zag al Sunset Point, que culmina con una de las atracciones más grandes del parque, el Martillo de Thor, Un hoodoo, esas estructuras verticales que parecen jugar con el equilibrio y la gravedad, que tenía en su tope la forma del arma del dios del trueno. Ya arriba, me esperaba Neven, Lili y Kenzi para preparar la cena al son del atardecer, en lo que sería uno de los mejores trekking de mi vida.
La noche sería la más fría que viviría en los Estados Unidos, situación que ameritó una historia muy graciosa. Mientras cenábamos, Kenzi lanzó el chiste de «¿y si dormimos en los baños del parque?», lo que trajo risas de todos, pero no, la propuesta era real. ¿Y QUE PASA SI DORMIMOS EN LOS BAÑOS DEL PARQUE?. Quedamos helados, necesitábamos un lugar donde acampar y nos íbamos a congelar en serio. Para hacerles la historia más corta, dos durmieron en los baños (calefaccionados, por cierto) y dos nos quedamos en el auto, para cuidarlo en caso de robos.
El segundo día comenzó con el amanecer desde el Sunset Point y nosotros cuatro metidos en nuestros sacos, aguantando el frío de madrugada. Esta vez nos tocaría caminar a todos el trekking Fairytale Loop, 13 kilómetros alrededor de la meseta y uno de los senderos más difíciles del parque.
Lo largo de senderos como este hacen que florezcan varios temas de conversación y debates bastante interesantes. En este caso llevamos a cabo uno acerca del hambre en el mundo y una forma tecnológica de solucionarlo. Neven y Kenzi estaban de un lado y Lili junto a mi estábamos del otro. Cuando les digo que esta discusión duró horas, es porque duró horas, pero son las instancias que enriquecen la relación de viajeros entre nosotros.
La geología de este lugar era brutal. Los cerros mostraban las diferentes tonalidades erosionadas por el viento, el agua y el hielo durante millones y millones de años. En uno de los parques menos visitados de Utah, nos encontrábamos haciendo uno de los senderos menos concurridos, era ideal para nosotros. Algunas de las atracciones de este lado del cañón son el «China Wall» y el «Tower Bridge», dos formaciones señalizadas debidamente. Finalmente el sendero llega al borde y regresa en linea recta hacia Sunrise Point, lugar de inicio y termino del recorrido. 13 kilómetros para que los chicos disfrutaran como yo de este lugar de ensueño.
Todo terminó fuera de Bryce, disfrutando de las bondades de acampar en medio de la nada y comiendo marshmallows alrededor de una fogata, con amigos, buenos amigos. Nos habíamos afiatado como grupo, tomando decisiones entre todos y ayudando en lo que cada uno era bueno. Así da gusto viajar.