La ciudad terminal para estos dos meses en los Estados Unidos. La Nueva York de la costa oeste. El hogar del Golden Gate, de la cárcel de Alcatraz, del mejor Chinatown del país y considerada la capital gay del mundo. Gozaría de los 3 días finales de esta travesía en la hermosa y pluricultural San Francisco. Diez mil kilómetros de ruta norteamericana terminaban acá.
Rememoro mi llegada a San Francisco e inmediatamente comienzan a dolerme los pies. Nunca, pero nunca en mi vida había caminado tanto como lo hice en este lugar. Calculando en Google Maps, sólo en la primera jornada caminé casi 30 kilómetros.. la madre de todos los trekking (?)
Megabus volvió a ser mi copiloto en la venida desde Sacramento. Hasta para los mismos locales es increíble pensar que pagué un dólar (si, 1 dólar) en una linea de buses que ofrece pasajes de hasta un dólar. Supongo que creerán que es publicidad engañosa, o simplemente prefieren la comodidad. La parada te deja a pocos metros del estadio de los Giants de beisbol y lugar donde iniciaría mi larga caminata por la ciudad.
San Francisco es el centro cultural, financiero y de transportes del área de la bahía del mismo nombre, una aglomeración metropolitana con más de siete millones de habitantes que cuenta con la segunda densidad de población más alta del país, detrás de Nueva York. Llegué muy de mañana y en menos de 30 minutos ya me habían ofrecido marihuana gratis para compartir con unos chicos que venían de vuelta de una alta fiesta. O eso parecía.
Cruzando Market Street hacia el norte, entré al distrito financiero de la ciudad. La verdad, desconocía el skyline que San Francisco tenía para ofrecer, pero definitivamente es digno de destacar, con la pirámide transamérica como punto de referencia más importante. Y se encuentra en constante crecimiento.
Caminando al norte, en un espiral sin término de subidas y bajadas, apareció el famoso tranvía de la ciudad. Es costoso porque se mueve en las zonas más turísticas de San Francisco, pero está completamente integrado al sistema de transporte público de la ciudad y recomiendo tomarlo, al menos hasta el Fisherman Wharf. Lo tomé para llegar a la primera atracción que visitaría, la famosa Lombard Street, esa arteria en zig zag que pareciese que no tiene espacio suficiente para acoger vehículos, conocida como la calle más sinuosa de los Estados Unidos.
De ahí en mas, sería sólo descenso hacia la costa norte de la ciudad. A lo lejos, una gran mancha adornaba el horizonte: era la cárcel de Alcatraz invitándonos a visitarla (eso viene en el siguiente post). Al llegar abajo, los preparativos de una competencia televisiva en vivo estaba por dar inicio, con animador y todo. Al preguntar, Master Chef fue la respuesta. Ahora correspondía caminar hacia el Presidio de San Francisco.
El Presidio es un parque gigantesco que está ubicado en la punta norte de la península de San Francisco. Este lugar se caracteriza por sus amplias y frondosas zonas verdes, colinas, el museo familiar de Walt Disney, un fuerte de ladrillos de la Guerra Civil, el Cementerio Nacional de San Francisco, entre otros muchos sitios. Además, en su extremo este se encuentra el Palacio de las Finas Artes, conocido por su extraordinaria cúpula.
Pero había algo que no había investigado y nadie me había dicho. Caminando por los pequeños senderos y entre edificios en Presidio, noté a lo lejos una figura que se me hizo un tanto familiar. Me acerqué para ver si mi intuición era la correcta, y si, lo era, había una estatua de Yoda, de Star Wars, en medio del parque. Más que eso, toda una fuente de agua dedicada al longevo jedi. Y claro, fue cuando me enteré que en este lugar se encuentran las oficinas de LucasFilm.
Y aún quedaba lo mejor. Presidio es el lugar al que debes venir en San Francisco si quieres encontrar las mejores vistas del Golden Gate Bridge, o si quieres cruzarlo andando o en vehículo. Así también, hay espectaculares panorámicas de la Bahía de San Francisco, Alcatraz y el Océano Pacífico desde este imponente mirador.
Innumerables veces en mi vida me vi en este lugar, admirando la majestuosidad del Golden Gate Bridge, la puerta de entrada al área de la bahía de San Francisco. Este puente colgante de casi 80 años tiene una longitud de 1280 metros y sólo se encuentra suspendido por dos torres de 277 metros, cada una. Bajo si mismo, deja 67 metros para que los diferentes tipos de barcos logren ingresar a la zona. Sin duda alguna, una impresionante obra de la ingeniería para su época, ya que sin ser el puente más importante o transitado, si es el más popular.
Transité durante algunos minutos hasta llegar al punto medio de la estructura. Mucha gente viene al Golden Gate Bridge por el morbo de observar suicidios, que ya contabilizan 1600 desde su apertura. Bajo el puente se lograba ver el Fort Point, una fortificación de defensa contra buques de guerra hostiles, y sobre él la panorámica era maravillosa, con Alcatraz, Oakland de fondo, el Bay Bridge y parte de San Francisco, mientras que hacia el oeste sólo había Océano Pacífico, océano que no admiraba desde que dejé mi Talcahuano en Chile, hace unos meses atrás.
El momento para descender del Golden Gate Bridge fue más que preciso, porque a pocos minutos de dejar de andar sobre él, cayó la niebla alrededor y poco a poco las estructuras que sostienen al puente fueron desapareciendo en las tinieblas.
Otra detalle que yo desconocía sobre las cercanías del Golden Gate Bridge era que a pocos kilómetros al oeste del puente se encuentra un terreno de áreas verdes llamado Crissy Field, un antiguo aeródromo militar cerrado en 1974 que aún cuenta con infraestructura de la época, como hangares que hoy sirven de oficinas o residencias. Su restauración a principio de la década del 90 dejó espacio para crear una playa artificial que hoy entrega vistas preciosas de la bahía.
A esta altura mis pies ya comenzaban a derretirse con cada paso y los kilómetros que vendrían en adelante serían un verdadero suplicio. Había que parar cada cierto tiempo para descansar, porque San Francisco te revitaliza el alma, pero te destruye las extremidades. Los diferentes club de yates de la ciudad, el ex puerto de embarcación Fort Mason y su hermoso parque, así como Chinatown, fueron los últimos destinos en un día en que definitivamente rompí mi record de andar en una ciudad.
Las consecuencias de esta sensacional jornada las viví al día siguiente, con la sensación de tener dos agujas gigantes incrustadas en ambas plantas de mis pies. Lo único realizable fue visitar la ciudad de Berkeley y sus alrededores en auto, incluyendo Grizzly Peak, un mirador que me hizo recorrer con la vista todos los dominios ya antes visitados. Tenía el área de la bahía de San Francisco en todo su esplendor, de Oakland al Golden Gate Bridge, de Berkeley a Twin Peaks. Y en el centro la cárcel más famosa del mundo, la cual visitaría al otro día, el último en el país.