La última etapa en tierras charrúas, y una muestra de que aunque nuestros planes no prosperen como lo deseamos, siempre se puede sacar adelante una idea de viaje. Arrancábamos del Departamento de Maldonado haciendo autostop en dirección a Rocha, la zona del Uruguay conocida por contar con las mejores playas del país. Despedimos a Anibal y Mía, y sin necesidad de malgastar mucho tiempo de la mañana, Angelina y su madre, Carolina, nos recogieron desde la carretera. Haciendo gala de su máxima «No se deja a nadie tirado», charlamos sobre enseñanzas de vida y el costo de la misma en un país como Uruguay, que es hasta ahora el más costoso de Sudamérica. Tras cruzar hermosos bosques de palmar, nos dejaron en la ciudad de Castillos, para así completar el más largo trayecto en un mismo vehículo hasta ahora. Nos esperaba Cabo Polonio, según los uruguayos la mejor playa de todo el litoral.
Es en esta parte de nuestra historia que hace aparición un personaje muy particular. Su nombre es Tania, una uruguaya local que, mientras nosotros hacíamos dedo al Polonio, se ubicó a hacer exactamente lo mismo sólo unos metros por delante nuestro, cosa que los mochileros odiamos. Después de algunas preguntas y respuestas, se nos unió y aceptó ser nuestra acompañante – y guía turística – en la visita a la popular playa.
Cabo Polonio es un lugar muy especial porque, a pesar de estar a unos 6 kilómetros de la carretera, no tiene acceso para vehículos. Para acceder a ella tienes dos alternativas: pagar un camión turístico (100 pesos uruguayos) o caminar todo el trayecto mochila al hombro. Supongo sabrán cual escogimos. Zona de conservación de la ranita de Darwin, la caminata al Cabo no deja de sorprender, pasando desde un frondoso bosque a algo que parecía un desolado desierto (con unas extraordinarias y desconocidas dunas planchadas por el viento), para así luego transformarse en un húmedo pantano que terminará dando paso al pequeño pueblo costero y la enorme playa a todo su alrededor.
Santuario albergado por el Sistema Nacional de Áreas Protegidas, Cabo Polonio es un lugar sin cabida para la urbanidad. Algunas casas adornan la península, que durante 9 meses no albergan más de 70 habitantes y uno que otro hippie, siendo coronadas por un magnánimo faro en su punto más oriental. En verano, en cambio, se nutre de visitantes que en este lugar encuentran paz, tranquilidad y kilómetros playa sin tregua. Si consultas a un turista extranjero cual es la mejor playa del país, te recomendará Punta del Este o Valizas o Punta del Diablo, pero si consultas a un uruguayo, la gran mayoría, de seguro, te nombrará el Cabo.
Tal cual ha sido la tónica en todo el país, y ni considerando que estábamos al filo de la primavera, el clima hizo de las suyas y no nos dio tiempo para acostarnos en la arena y dar pie al relajo y la despreocupación del mundo. Los más felices con estas condiciones eran los lobos marinos, que veían como la mar ventosa les aproximaba algo que degustar. Según leí, la mitad de los lobos marinos del país se encuentran en el Cabo y en sus pequeñas islas. Supongo que ellos también saben lo que es bueno.
Ya encaminados hacia Brasil, quedaba aún una parada que hacer, y esa era en Santa Teresa, el único Parque Nacional del país. Bastante habíamos escuchado sobre su naturaleza, su costa y sus playas, los avistamientos de ballenas que ahí se concentraban, pero nadie nos había mencionado su visible fortaleza, la gran sorpresa del Uruguay.
Estratégicamente ubicada a 58 metros sobre el nivel del mar y en una zona de tránsito clave, la visita a la fortaleza narra las sucesivas batallas coloniales entre españoles y portugueses que, sedientos por ampliar sus territorios, encontraban en este lugar una gran victoria para sus pretensiones. Equipadas con lo necesario para sobrevivir y defenderse, hoy es un museo al aire libre que puede ser visitado por cualquiera que se sienta interesado en la historia colonial o en la arquitectura de época. Y el precio es de sólo 40 pesos uruguayos (menos de 1.5 USD).
Mientras recorría todos sus rincones, recordaba los fuertes de la costa de Valdivia, en Chile, y sus vestigios, y también en cuanta sangre debió ser derramada hace 250 años sólo por hacerse dueño de este pedazo de territorio. Te podías imaginar a los portugueses viniendo desde el este y a los españoles aproximándose por el Río de la Plata, para culminar en lo que sería una invasión exitosa o la defensa férrea de la fortaleza. Hoy no viajábamos kilómetros, sino que eran siglos.
Uruguay fue un buen lugar. Nos dio dolores de cabeza por sus condiciones climáticas, pero la serena calidez y la tranquilidad de su gente siempre nos alivió cualquier molestia. Un país que se mueve en cámara lenta porque su gente así lo desea. Cuando esté en búsqueda de paz, tengo un lugar en el mundo donde seré muy bien aceptado. Que no, ni no!
Un comentario
rita alarcon castillo
HILTON te felicito tanta hermosura de paisaje y vivencias ,aprovecha al máximo lo que te gusta que es viajar ,soltero y sin compromiso que envidia jijiji un besito,suerte.bendiciones.