La incertidumbre me agobiaba a esta altura del viaje. No era fácil marchar de la comodidad de Florianópolis para salir en busca de lo desconocido, a lugares donde el ser humano convive de forma más pacífica con la especie animal y donde la naturaleza sobrecoge al ojo humano. También podría esclarecer dos interrogantes que hacía mucho tiempo albergaba conmigo: el grado de dificultad para hacer dedo en Brasil a través de largas distancias, y el lugar físico donde viviría un nuevo aniversario de mi natalicio. Para averiguarlo, los invito a conocer Mato Grosso do Sul.
Llegar ahí no es fácil, menos estando con los pies en la costa atlántica. Eran 1650 kilómetros de carretera atravesando 4 estados y acercándonos más a Bolivia y a Paraguay que al resto de Brasil. Estos tramos nos demostraron buenas acciones de muchas personas hacia nosotros, situación repetitiva a lo largo de todo el viaje. Fueron cinco días de sólida y caliente carretera.
Cruzamos ciudades enormes como Joinville, Curitiba o Campo Grande, asistimos a un culto en la famosa catedral de Maringá y nos servimos un almuerzo rodeados de macacos en el Parque do Ingá. Cuando el calor de familia agonizaba en el alma, ahí estuvo Vitor y su gente para llenarnos el corazón y el estómago de amor en la desconocida y pequeña Guarací. Aunque no hablabamos el mismo idioma, vivíamos el lenguaje universal de la generosidad.
Atravesar el Río Paraná nos dio la bienvenida al estado de Mato Grosso do Sul, ese que, según dicen, tiene los mejores Por do Sol (atardeceres) de todo el país. Hicieron falta 9 vehículos para cubrir la marca, rodar por caminos de tierra vermelha (roja), cubierta por miles de gigantescos hormigueros vermelhos, siendo abrazados durante las tardes por la enormidad del cielo vermelho. El límite sur del Pantanal, el humedal más extenso de todo el planeta, nos invitaba a acariciar a sus bestias y a cuidarlas y preservarlas para la prosperidad.
Así fue como llegamos a Bodoquena. Mato Grosso do Sul es conocido por atraer a turistas interesados en el ecoturismo, pero uno que está hoy totalmente privatizado. Cada sector, cada atracción del estado es de alguien, y ese alguien cobra sumas estratosféricas, limita el número de visitantes y obliga a gestionar todo vía agencias de viaje para conocerlas. La capital turística, Bonito, es un claro ejemplo de aquello, con cada atracción bordeando los 100 reales como valor mínimo.
Pero existe gente con mucha suerte en este mundo de los viajes, círculo en el que me incluyo. Y también existen personas agradecidas, dispuestas a ayudar a quién lo necesite, como Marcus. Él, sin intención mas que devolver las buenas experiencias que vivió durante 18 meses en más de 40 países, nos invitó a pasar unos días con él y su familia en la desconocida Bodoquena.
Bodoquena resultó ser la sorpresa absoluta de estos 3 meses de viaje. Con un potencial turístico similar al de Bonito, con lugares vírgenes que dejarían boquiabierto a cualquiera que tuviese la oportunidad de vislumbrarlos. Ecoturísmo en su esencia misma, pero sin los descabellados costos que la capital del turismo del estado posee. La cachoeira (cascada) perdida fue el primer highlight de la zona y la prueba misma de que estábamos en un sitio fuera de toda lógica.
Como pueden ver, la cachoeira perdida consistía en una enorme caída de agua que desembocaba cientos de veces en pequeñas formaciones rocosas que creaban lagunas de aguas completamente cristalinas. Finalmente. y tras regar todo el bosque a su paso, se unía lentamente al cauce del río Salobra. Mientras más la escalabamos, más nos quedábamos sin palabras para describirla. Un lugar al que es imposible llegar sin conocimiento de un lugareño, y el cual esperamos no se haga nunca conocido para el turismo, porque perdería su pureza y esa habilidad de entregar paz al ocurrente visitante. Nunca dejaré de agradecer a Marcus por traernos a este sitio, nunca.
La segunda parte del viaje por Bodoquena resultaba ser la jornada en que cumplía 28 años, por lo que (según Marcus) debía ser memorable y digna de recordar; dos años atrás lo había hecho en Islas Galápagos y ese día era uno difícil de superar. Empinamos ruta hacia la Caverna de Urubu Rei, otro lugar sólo posible de encontrar si has vivido toda tu vida en estas latitudes y al que Marcus no venía hace 9 años, por lo que su emoción se misturaba con la nuestra.
La entrada a la gruta se hizo visible ante nosotros tras atravesar una cascada seca y escalar un empinado árbol. Lo que vendría en adelante era todo oscuridad. Las tinieblas se apoderaban de nuestros cuerpos a medida que nos adentrábamos en el gigante agujero. Los murciélagos aleteaban a nuestros costados y se escondían más profundo con nuestro caminar. Encendimos las linternas frontales y dimos cacería a este asombroso lugar.
Las imágenes muestran lo impactante que esta caverna era para nuestros ojos. Nunca en mis, ahora, 28 años de vida había vivido un lugar así. Nunca. Algunas secciones había que superarlas entrando con toda nuestra humanidad dentro del agua, otras realizando punta y codo, con los punzantes trozos de roca a centímetros de cortar nuestra piel. A ratos la cueva se minimizaba y había que retorcerse para avanzar, mientras que en otras era tan amplia que nuestras tres linternas no lograban capturar todos los rincones. Los cientos de murciélagos volaban lejos de nosotros como si la luz los fuera a derretir.
Completamente mojados y exhaustos de tanto andar, nos sentamos de vuelta en la entrada de la caverna, llamada Urubu Rei por el animal que habita su exterior, el buitre rey. De pronto, un ruido intenso nos hizo reaccionar; ante nosotros estaba el emperador mismo, el dueño de casa. Sólo ahí pudimos admirar la belleza y majestuosidad de este extraordinario animal. Se dice que cuando los buitres encuentran un animal muerto para cenar, deben esperar que el rey arribe para dar un primer bocado, y ahí dar rienda suelta al festín. Este era mi regalo de cumpleaños. Hace dos años eran tortugas gigantes, hoy lo era esta belleza voladora.
Dejamos un pedacito de nuestro corazón en la querida Bodoquena, y en Marcus ganamos a un amigo para toda la vida. Debíamos continuar al sur, a Bonito, el gigante turístico de Mato Grosso do Sul. A pesar de que nos sentíamos satisfechos con lo ya realizado en la zona y, ademas, sabiendo de antemano lo violento económicamente que suele ser este lugar para los mochileros, la recorrimos por un par de días.
Adjunto lista de precios de actividades posibles a realizar en Bonito, por la agencia VivaBonito.
Si gustas del ecoturismo, cuentas con dinero y, sobretodo, dispones de tiempo suficiente (muchas actividades en Bonito requieren reserva previa por cupos limitados) tienes la ciudad a tus pies. Puedes hacer snorkeling por la mañana e ingresar a misteriosas cavernas por la tarde, puedes nadar con miles de peces antes del mediodia para luego posar con una serpiente sobre tus hombros, o puedes realizar rapel descendiendo de una gran cascada desde temprano para después sumergirte y bucear en agujeros tipo cenotes. Bonito lo tiene todo. Y nosotros no podíamos pagar nada.
Lo que si hicimos fue visitar el Balneario Municipal, lugar al que se accede 5 kilómetros al sur de la ciudad de Bonito. A nuestra suerte, los chicos que trabajaban en el ingreso del Balneario nos divisaron caminando, y para cuando llegamos con las pesadas mochilas a destino, nos dieron un maravilloso 2×1 que alivianó completamente nuestros bolsillos.
De ahí en más, el resto del día fue un relajo total: descansar sobre el césped, observar los miles de pequeños peces que en el río habitaban y cuando el calor fuese sofocante, bueno, pues nadar sobre sus cristalinas aguas. Nos lo merecíamos, porque sabíamos que sería lo único que podríamos pagar, por ende nuestra entretención succionó cada real invertido en aquella tarde, hasta ser los últimos en todo el Balneario. Fue la actividad que cerraba este libro llamado Mato Grosso do Sul, lugar donde recibimos más ayuda de la que podríamos siquiera pensar, lugar que hizo que quisiéramos regresar aún antes de dejarlo.
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El último tramo fue hacer carona (dedo) en dirección a la ciudad brasilera de Ponta Porá, en la frontera norte con Paraguay. Como las aventuras nunca dejan de ocurrir, este viaje me regaló un amigo bombero, regalos de mangos e incluso sandías (!) de los lugareños, y un último atardecer que hizo realidad las palabras escuchadas unos 10 días atrás: hasta ahora era la mejor puesta de sol de todo el viaje.