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Una Triple Frontera de despedidas y reencuentros

En todos mis años de cruzar fronteras por cielo, mar y tierra, nunca había estado en un sitio que compartiera territorio de 3 países de la forma que este lugar lo hace. La cordillera de los Andes no lo permite en los límites de Chile con sus vecinos y, en este caso, la ruta me obligaba a atravesar estaparticular zona para continuar mi camino hacia el Atlántico.

Desde las playas de Encarnación hice la ruta a dedo en dirección a Ciudad del Este, la última de las cuatro grandes ciudades del Paraguay, no sin antes cruzar una de las atracciones más reconocidas del país (y una de las más mencionadas en internet), el túnel de árboles de Santa Rita.

Al arribar a la capital del departamento de Alto Paraná, vino mi gran sorpresa, la ciudad era un enorme shopping callejero. Vendedores ambulantes ofreciéndote de todo, publicidades gigantes de compras en malls asiáticos y un consumismo descarnado. Esto me hizo recordar el día que entré a tierras guaraníes: había escuchado bastante sobre la ciudad de Pedro Juan Caballero y su potencial comercial, pero al lado de esta Ciudad del Este no era absolutamente nada.

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Entre el caos de Ciudad del Este, tuve la suerte de caer en casa de Gustavo y su familia, en Presidente Franco, a un colectivo de distancia de la urbe comercial. Palabras para describir este lugar se me hacen pocas, porque la calidez de Lidia, Orsi, Dani y Gus es inexplicable. Y aunque normalmente suelen acoger extranjeros en su morada, nunca dejan de entregar todo de si para que nuestra estadía en la zona sea la más confortable. Te alimentan el estómago con su extraordinaria comida y el alma con su gran corazón.

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Ahora hablemos de turismo. La triple frontera une en las aguas del Río Paraná a Paraguay, Argentina y Brasil, teniendo cada país (en las ciudades de Presidente Franco, Puerto Iguazu y Foz de Iguazu respectivamente) su hito geográfico y mirador que aprecia toda la extensión de este alucinante límite natural. El lado brasilero se encuentra en medio de las otras dos ciudades por lo que posee puente fronterizo para cruzar a cada una de ellas, mientras que la única conexión existente entre Argentina y Paraguay es una balsa que zarpa de la triple frontera a un costo de 10.000 guaranies (poco menos de 2 USD).

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Ciudad del Este es lejos la menos turística de las tres ciudades, pero tiene un par de lugares más que interesantes por visitar. Uno de ellos es una obra maestra de la ingeniería y la mayor hidroeléctrica del mundo, la represa Itaipu Binacional. Enclavada sobre el río Paraná y compartiendo frontera con Brasil, esta represa es la mayor productora de energía del planeta y provee a Paraguay del 80% de su electricidad, mientras que al 15% de la brasilera. Es posible de visitar desde ambos países, siendo gratuito sólo en tierras guaraníes. El tour dura unos 50 minutos e incluye una película introductoria, un viaje en bus hacia el exterior de la presa y un mirador que permite dimensionar toda su extensión.

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Así como Itaipú genera energía de una caída artificial de agua, la zona está plagada de caídas de agua rodeadas de bosque nativo, y unos de los más sorprendentes (y que me despediría de las cascadas en Paraguay) son los saltos del Monday. Estos se encuentran a pocos kilómetros de la triple frontera paraguaya, también en la ciudad de Presidente Franco y corresponden a una furiosa cascada de 40 metros que en la antigüedad cobró relevancia histórica debido a que era estación de camino de los guaraníes prehispánicos.

Las instalaciones de este desconocido lugar están en perfectas condiciones, con posibilidad de hacer senderismo, rapel o tirolesa a metros del salto. También cuenta con un elevador que te transporta a las profundidades mismas de la caída de agua y así poder apreciar la furia con la que desciende. La verdad es que estar parado frente a la cascada, con el agua empapándote el cuerpo, te llena el alma de una energía particular. Recuerdo haber compartido un tereré con Gus en el sitio y sentir como si fuese sentía capaz de lograr cualquier cosa. Una visita más que recomendada.

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Así di por cerrado definitivamente mis dos meses en Paraguay (uno en diciembre y uno en febrero). Un deleite absoluto para cualquier viajero porque su gente siempre va a entregar todo para que tu estadía en su tierra sea la más confortable. Y así fue. Estoy seguro que volveré, pero por ahora era hora de partir.

De Paraguay se cruza a Brasil por el puente de la amistad, unos 500 metros de caos automovilístico y ruidos de bocinas y motores que sobrevuelan las ya agitadas aguas del Río Paraná que vienen descendiendo desde Itaipú y que eventualmente terminarán desembocando en el Río de la Plata. Al llegar a Foz de Iguazu un mensaje me cautivó: «Nacemos de muchas madres, pero aquí sólo tenemos hermanos», una muestra del compañerismo y el aprecio que el pueblo paraguayo y el brasilero tienen entre si.

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Foz de Iguazú es la más turística de las tres ciudades fronterizas, teniendo una variada oferta de actividades para hacer. Como mi presupuesto no da para cosas como el Parque das Aves o el Museo de Cera (mi presupuesto fue en su mayoría destinado a Cataratas), hubo un lugar que siendo gratuito y bastante particular, atrajo mi atención y visité una tarde en suelo paranaense. Y ese lugar es el Templo Budista de la ciudad.

Este era mi reencuentro con Brasil después de tres meses por otras latitudes y me encontraba caminando por el lugar menos brasilero de la ciudad. Y que también es extraño para los lugareños, porque Foz es un lugar mayoritariamente católico, pero cuenta con una mezquita musulmana y con este templo construido a mediados de los 90s.

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Este lugar no se creó para el turismo, sino para darle al fiel budista la posibilidad de tener un espacio de paz para meditar (de hecho la Sala de los Guardianes no permite fotos), pero con el tiempo se convirtió en una atracción muy visitada en la zona. El buda sentado de 7 metros de altura es una de las maravillas que este Templo ofrece al turista.

Considerándome un ignorante absoluto en lo que a budismo se refiere, mi acompañante en esta jornada, la española Eli, fue mi guía personalizada por los pasillos y los campos abiertos del templo. El nivel de detalle de las estatuas es admirable, eso y los muros con consignas espirituales budistas movilizan nuestra mente hacia Asia, imaginándonos en la persecución del Dalai Lama por las tierras orientales.

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Un lugar imperdible si es que andas por la zona. Si deseas visitarlo necesitas tomar el bus en dirección a la represa Itaipú y que ingrese al barrio de Porto Belo, el cual te dejará a pocos metros del templo. Así como sentí una acogedora sorpresa cuando recorrí la mezquita musulmana de Coquimbo, en Chile, salir de este templo fue una inyección de tranquilidad que repetiría y que para gente que no ha visitado el continente asiático o quisiera aprender sobre esta interesante religión, vale mucho la pena.

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La triple frontera me dio el adiós a un país que me dio más de lo que yo podría haberle pedido, y también el reencuentro con otro que ya extrañaba y del cual espero mucho los próximos meses. Se venía el gran Brasil, pero antes había que visitar una de las maravillas de la naturaleza más grandes del mundo, Cataratas del iguazú.

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