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Ilha Grande (RJ) y un fin de semana santo para recordar

La última aventura en el litoral del estado de Rio de Janeiro. Dejaba la gran capital carioca para aventurarme en lo que sería mi despedida de las aguas del Atlántico, al menos por un tiempo. Con la no despreciable suma de 1 metro subterraneo y 5 omnibuses llegaba a la ciudad de Angra dos Reis para embarcarme a Ilha Grande, uno de los lugares favoritos de mochileros que pasan por la zona.

Que extraños son los viajes. A esta paradisiaca isla iba a ir acompañado de Lenice, una muchacha paulista que, irónicamente, hace poco menos de un mes había conocido en una carona que hicimos con mi anterior compañera de travesías, Meli, en dirección a Ubatuba. Hicimos amistad y aquí estábamos, no había mucho que planificar para que aconteciera. Semana Santa en Ilha Grande.

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Visitar Ilha Grande en la barca más económica tiene un valor de 16,60 reales y tarda 90 minutos, zarpando desde Mangaratiba todos los días a las 8:00 hrs y desde Angra dos Reis a las 15:30 hrs. Si no se realiza de esta manera, hay embarcaciones particulares que cobran un poco más, pero salen en horarios más flexibles. Al salir del continente temprano nos aseguramos arribar a la Villa de Abraao, suelo isleño, antes de las 10 AM, listos y dispuestos para comenzar a caminar.

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La villa ofrece numerosa oferta turística de todo tipo. ¿Transporte a otro punto de la isla? ¿Tours que permiten darle la vuelta completa? ¿Restaurants con especialidad en frutos del mar? ¿Camping y hostales para jóvenes? Abraao cuenta con todo eso y mucho más, un lugar preparado para recibir cantidades estratosféricas de gente que normalmente llega a Rio de Janeiro y se traslada a esta zona insular para disfrutar de este paraíso. Y que también cuenta con mucho trabajo para mochileros que deseen hacer dinero y seguir viajando por ahí.

Recuerdo que en el barco, antes de desembarcar, Lenice me apuntó a un chico y su polera que decia «A day to remember» (un día para recordar). La miré y le dije que si todo salía de acuerdo a lo que queríamos hacer, tendríamos un «weekend» (fin de semana) para recordar. Y aquí vamos.

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El primer día de sendero nos movilizó desde la Villa de Abraao hacia Dois Rios, una playa al sur de la isla, significando que la cortaríamos por la mitad en lo que serían 7 kilómetros de caminata por un camino que bien podría atravesar una camioneta 4×4. Gustamos de la ruta porque era un sendero ligero y porque, debido a la barca, comenzábamos tarde a avanzar. Recuerdo haber visto una serpiente verde de unos dos metros, la más larga que he presenciado de forma salvaje en mi vida, y un recordatorio de que estábamos en su territorio y no en el nuestro.

En tanto, la llegada fue algo agridulce, con una linda playa que a pesar del día nublado mostraba su mejor cara, pero también porque al vernos llegar con los bolsos de mochileros, un guardia de la playa nos indicó «amablemente» que no era posible acampar en las cercanías ni hablar con los moradores para aquello, y que el campamento más cercano quedaba a unas 2 horas más de viaje. Meu Deus. Si no fuese por la indicación de una mujer que nos recomendó la Playa de Cachadaço, a una hora de distancia, creo que íbamos a tener que devolvernos al inicio de todo.

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Seré bien honesto en esto: Ilha Grande es un Parque Estadual de Rio de Janeiro y la seguridad que nos hablaba de posibilidades de camping es para cuidar la biodiversidad del lugar y también preservar la naturaleza. Nosotros acampamos en esta playa de forma ilegal y eso es un delito, no recomiendo realizarlo, aunque de no ser así es muy difícil realizar la vuelta completa a la isla. Hay un tema pendiente entre la isla y los mochileros, porque faltan más lugares habilitados para montar carpas.

Compartiendo espacio con una pareja carioca, en Cachadaço pasamos nuestro primer amanecer en la isla, admirando el horizonte en dirección a las playas que contemplaríamos en las jornadas siguientes.

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La verdadera aventura comenzaría a continuación. Nuestro próximo destino era la playa de Santo Antonio, a sólo 4 kilómetros de sendero de Cachadaço. Si el día anterior habíamos hecho casi el triple de avance, la segunda jornada no debería ser problemática, pero con lo que no contábamos era con que los primeros 800 metros de trilha eran a selva abierta. Sólo algunos rastros indicaban el camino, pero había que improvisar e introducirse en lo profundo de la mata. Si no fuese por el GPS de mi celular que da una ruta probable, no lo lográbamos. Cruzamos a través de ríos y avistamos huellas de Jaguatirica, felino común de la zona. Tras ese difícil primer tramo, el resto fue pan comido para llegar a Santo Antonio.

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Una pequeña y hermosa playa nos recibió en medio de la mata atlántica, la última antes de arribar a la popular Lopes Mendes. Adornada por numerosas rocas y un color turquesa que se dejaba ver por la mañana, esta playa de arena blanca y fina fue nuestro refugio de descanso, nuestra parada obligatoria para bajar mochilas por un momento (que ya infringían dolor sobre nuestros hombros) y disfrutar de las bondades del mar y el sol. Aquí cocinamos, reímos, dormimos, y eventualmente, bien escondidos, hicimos noche.

A la mañana siguiente se pudrió todo, y no me refiero precisamente a la comida. Dos agentes del parque se aparecieron bien temprano y nos comunicaron que acampábamos en terreno prohibido y que deberían aprehender todas mis cosas de campamento. Tres años de viaje y nunca estuve lejos de mis cosas, pero la ley es la ley. Me dejaron ir con una advertencia y la promesa de que las cosas serían devueltas en cuatro días más. Cuatro. Me quería morir. No fue posible apelar ni al desconocimiento, ni a ser extranjero, ni a la pena, nada. Igual teníamos que volver hoy a Abraao, así que intenté que esto no complicara mi ánimo y continuamos hacia Lopes Mendes.

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Teniendo la certeza de que mis cosas serian devueltas, intente despejar la cabeza y esta praia fue perfecta para esas ambiciones. Llegamos y estaba completamente vacía. La playa más popular de Ilha Grande totalmente desierta por la mañana, sólo para Lenice y para mi. Desde hace días la divisábamos a la distancia y hoy ya era una realidad para nuestros ojos. El día estaba ideal para no salir del agua en toda la mañana y como por la tarde íbamos a tener un día pesado de sendero, aprovechar el instante era la consigna de la jornada dominical. Todo esto, celebrando la resurrección de Jesús, claro está (?)

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Para volver a Abraao quedaban aún 8 largos kilómetros de avance, más difíciles de hacer después del relajo mañanero. Era posible también pagar un taxiboat o alguna embarcación, pero no vinimos a eso, queríamos curtir todos los rincones de nuestra ruta establecida. Si lo hubiésemos hecho nos habríamos perdido la belleza y tranquilidad de las playas de Pouso y Palmas, así como también los macacos que saltaban de lado a lado de la mata durante la larga y esforzada caminata de regreso.

El momento auge de la tarde fue definitivamente cuando nos encontrábamos andando por el sendero y escuchamos un perturbador sonido que recaló profundamente en mi interior. Parecía un sonido de una máquina, pero era, efectivamente, un aullido de animal. Nunca había oído algo así en mi vida. Paramos un momento y observamos alrededor, intentábamos dar con el origen del sonido, pero era imposible, porque parecía que rebotaba en la selva y se devolvía, venía de todas las direcciones. Una pareja española que también se encontraba embobada por el ruido nos dijo que debían ser monos aulladores.

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Así fue que cumplimos nuestros 22 kilómetros de senderos, pagamos un camping que dejara alquilar una carpa y celebramos con una pizza y unas cervezas en el restaurant Gabi Biel, de los mejores de Abraao. Nos dolía todo el cuerpo, pero la satisfacción de un fin de semana diferente es lo que da fuerzas para seguir y que debemos rescatar. Lenice volverá a su trabajo de 45 horas, 5 días a la semana a San Pablo, con la felicidad de que haber dado carona para un par de mochileros hace unas semanas atrás se terminó convirtiendo en un final de semana redondo con una persona que poco y nada conocía. De eso se trata esto, confiar.

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La aventura debía continuar. Era hora de salir del estado de Rio de Janeiro en dirección al próximo destino, Minas Gerais. Así como predijimos, este fue un final de semana para recordar, definitivamente. Un adiós a las playas y un bienvenido a lo que venga! Obrigado Ilha Grande!

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