Las fiestas juninas son festejos tradicionales de Brasil que ocurren, como su nombre lo dice, en el mes de Junio, debido a la celebración de San Antonio, San Juan y San Pedro. Estas fechas también coinciden con el solsticio de invierno, día más corto y noche más larga del año al sur de la linea del Ecuador. Se dice que estos festejos fueron traídos por los portugueses, al ser una fiesta popular al otro lado del Atlántico.
Al día siguiente de Santo Antonio, dejé Salvador, por lo cual no fue posible conocer mucho del primero de los festejos del mes. Normalmente no vienen cantidades grandes de turistas extranjeros en estas fechas porque es época de lluvias y no se logra aprovechar el gran atractivo turístico del nordeste, sus paradisíacas playas. Tres días de viaje tardé en llegar a Maceio, viajando en carro hasta Aracajú y en camión (trabajando de por medio) hasta mi destino final.
MACEIO
Maceio es la capital del estado de Alagoas, el décimo que visitaba hasta ahora. Palmeras, sol, bellas playas y muchos turistas son la tónica de esta región, que cuenta en su litoral con sitios inimaginables y de colores alucinantes para quienes venimos desde más al sur. Había llegado al fin a lo que esperaba del nordeste de Brasil. Aún faltaban unos días para la mayor celebración junina de todas, Sao Joao (cae feriado), por lo que tendría tiempo para recorrer los alrededores de esta ciudad de ensueño.
En Maceio me hospedaría Alana, una mujer preocupada, amistosa y realmente maravillosa. Ella y sus amigas, Ilka y Aline fueron mis ojos y oídos en la ciudad. Ellas me transportaron, me mostraron los rincones de la ciudad, me hicieron vivir Maceio como si fuese de ahí de toda la vida. Así fue como aprendí de la cultura del nordeste, de la tapioca y otras comidas, del amor, cariño y respeto que tienen una por la otra, y de una forma de vivir la vida que para mi es ejemplar.
Una cosa particular de este nordeste es el sotaque, la forma que tienen de hablar en estas latitudes. Pronuncian bien diferente, y a ratos es difícil de entender y más difícil de replicarlo. Si en Rio de Janeiro, por ejemplo, la palabra Ponte la pronuncian como ‘Ponchi’, acá se dice ‘Ponti’.
Como escribí anteriormente, el fuerte turístico de Maceio son sus playas tropicales y, a pesar de que mis días en la ciudad no tuvieron el mejor de los climas (vine en la peor época, meteorológicamente hablando) si tuve un par de jornadas de sol para disfrutar la paz de acostarse en la arena, beber una agua de coco y escribir mis apuntes o tomar un merecido baño de mar. Si llovía, la playa completa se refugiaba en las barracas de venta de comida, y cuando acababa, volvíamos todos a la orilla. Era un ida y vuelta sin parar. Así fue como conocí la Playa del Francés y la Playa de Garça Torta, a ambos lados del litoral alagoano.
También, Maceio sería la previa de la segunda de las fiestas juninas, Sao Joao, la más popular y concurrida de las tres conmemoraciones. Esta fiesta se caracteriza por su sentido rural, sus comidas locales, fuegos artificiales, globos de papel y mucha, pero mucha danza al ritmo del Forró alrededor de enormes fogatas. Mis tres queridas amigas fueron las encargadas de enseñarme este singular ritmo e introducirme a otros como el Maracatú o el Coco. Prometí que volvería en verano para no salir de esas aguas turquesas en horas, nadar en las piscinas naturales y volver a encontrarme con el trío del terror. Cuanto las extrañaré.
OLINDA
La segunda ciudad en este paseo nordestino sería la ciudad patrimonio, Olinda. Conocida por su gigantesco carnaval (las malas lenguas dicen que es mucho mejor que el de Rio de Janeiro), esta ciudad colindante de la capital del estado, Recife, es ruta obligatoria para turistas nacionales e internacionales. Y tras el carnaval, la segunda fiesta más importante de la región era Sao Joao, la cual me disponía a pasar acá. Las banderas de colores amontonadas por todas las calles y esquinas lo anticipaban e invitaban a quedarnos.
Un museo a cielo abierto, eso es Olinda. Sus casas de colores y sus antiguas iglesias de estilo barroco te transportan a algún lugar en los años 1600, con un centro histórico de los mejores mantenidos en todo América del Sur. Y es exactamente en este centro donde me hospedaría, en el hostal Sao Bento, por invitación de Eliza, su dueña, justo en frente a la casa de Alceu Valenca, popular cantor pernambucano y símbolo de la ciudad.
Olinda es rica en cultura. Cuenta con numerosas manifestaciones folclóricas y artísticas, mercado de artesanato con importantes expositores de la región y gastronomía de la zona liderada por la deliciosa tapioca rellena, cuatro museos, veinte iglesias (entre ellas la de Nossa Senhora do Monte, de más antigua documentación en existencia en Pernambuco), innumerables graffitis en los muros, que dan aún más color y vida al arcoiris arquitectónico que es Olinda; y también el Horto del rey, segundo jardín botánico de Brasil.
Pero Olinda no es sólo un viaje al pasado. Hoy por hoy, esta ciudad tiene más movimiento que una ciudad capital cualquiera. Algunas casonas coloniales de la antigüedad fueron convertidas en bares y ofrecen música en vivo, como forró, maracatú o coco, tradicionales del estado. Eso, sumado a una buena cerveza, un dulce catuaba o una caipirinha, hace hasta al más débil mover los músculos y danzar al ritmo del cantar nordestino.
Desde Alto da Sé, el mayor mirador de la ciudad, puedes admirar el horizonte y contemplar lo variado del lugar, con los edificios monumentales de Recife en el fondo del panorama, las playas del litoral de camino y de centro e interés la ciudad patrimonio.
Como les comente anteriormente, pasé la famosa fiesta de Sao Joao aquí mismo. Y no hubo noche lluviosa que detuviera la celebración. Los fuegos artificiales eran la previa del mini carnaval que se aproximaba. En las afueras de los hogares se encendían enormes fogatas y la música brotaba de todos los rincones. Si no se danzaba hasta el amanecer no valía la pena, y había que estar preparado para el día siguiente, porque muy Sao Joao será, pero las fiestas juninas se venían celebrando hace semanas y aún quedaba otro poco de fiesta por delante. ¿No les he dicho que a pesar de todo, los brasileros son un pueblo alegre para caramba?
Por la mañana, las calles de la ciudad permanecían en silencio, con algo de resaca y dolor de cabeza por la bebida y dolor de pies por tanto bailar, porque Olinda celebra junto a su gente. El humo de las brasas de cada fogata era el único movimiento visible, como diciendo que esto había acabado, pero no era así, era sólo un pequeño recreo para dar rienda suelta al otro día a la celebración nuevamente. Si Sao Joao fue así, no quiero ni pensar lo que es el carnaval.
JOAO PESSOA
La ultima parada de este viaje nordestino es en la capital del estado de Paraiba, Joao Pessoa. La primera (y ridícula) impresión va con el nombre: si lo traducimos a español se torna ‘Juan Persona’ que creo que es el nombre menos creativo y más chato que una ciudad puede tener. Afortunadamente, con los días aprendería que Jampa, como suelen decirle, es muy particular y que su nombre es una simple y mera anécdota.
No fue fácil el viaje a dedo a Jampa, pero como todo día en el universo viajero, tiene historias interesantes para compartir. En una parada de bus, esperando avanzar un tramo que se me hizo imposible avanzar a dedo, conocí a Edmario, un poeta y escritor de la ciudad de Igarassu, quien se dirigía a Goiana (mi destino) para entregarle un ejemplar de su trabajo a un mentor. Hablaba español y había visitado Chile hace poco tiempo, por lo que encontrar a un chileno de mochila algo acomplejado fue de su óptimo agrado. Fanático de Violeta Parra, recitó para mí un poema inspirado en sus cantos y me maravilló con sus libros autogestionables, que me dieron una rica idea de lo que me gustaría hacer a futuro con mis escritos de este sitio (chan!). Creo que nunca los encuentros son pura casualidad, y conocer a Edmario reafirma esta frase completamente.
Llegando a Joao Pessoa vi las aguas turquesas de sus alrededores, lo que fue una sorpresa mayúscula al no ser informado de aquello previamente. La verdad es que mi objetivo principal en la ciudad era el de visitar Ponta de Seixas, lo cual fue mi primera acción al arribar.
Ponta de Seixas es el punto más oriental del continente americano. Simbolizado por el faro de Cabo Branco, corresponde también al primer lugar de este enorme trozo de tierra que ve el alba por la mañana. La verdad, para mí, llegar a este sitio significaba un logro importante. Había estado en Puerto Williams, al sur, y en Piura, al oeste, y ahora alcanzaba un nuevo punto extremo de las Americas. Lo celebré con un coco helado y la vista al horizonte. Estaba a 5000 kilómetros de mi casa y a menos de 3000 de África. De tan sólo pensarlo me daban escalofríos.
Joao Pessoa es una ciudad bien interesante, silenciosa y que no tiene nada que envidiarle a las grandes capitales de los estados colindantes. Sus aguas, con la caída de los rayos del sol, refleja un verde que pocas veces vi en este viaje, su orla (borde costero) a ratos te recordaba el de Río de Janeiro, cuenta con piscinas naturales en medio del océano y playas para todos los gustos (incluso nudistas!).
Un punto negativo de Jampa, eso si, es su mal cuidado centro histórico. Cuando tienes la primera iglesia baptista del país, una sede franciscana extraordinaria y numerosas otras capillas coloniales, no puedes tener los alrededores tan dañados.
Para terminar.. Joao Pessoa me regaló dos grandes amigos: Miller y Adrián, de Colombia y Argentina, respectivamente. Ellos se quedaron en casa de Messias, mi amigo de Salvador de Bahía, cuando yo ya me había ido de su hogar, pero mantuvimos comunicación hasta que finalmente me alcanzaron en Paraíba. Juntos, caminamos la ciudad y entrelazamos nuestras tres historias de viaje y las aventuras que en estos muchos meses cada uno había tenido. Creo que no hay nada mejor que hacer nuevas amistades en la ruta. Ah, si lo hay, reencontrarlas a futuro.