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Sao Luis y el camino que lleva a Belem

¿Cómo dejas un lugar que sientes como tuyo después de tenerlo tanto tiempo frente a ti?. Recuerdo que me preguntaba eso al subir a la camioneta que me llevaría fuera de los Lençois Maranhenses, hacia Barreirinhas y a continuar el viaje al oeste. Lo reviviría cada vez que fuese posible, porque esas montañas de blancas arenas y esas lagunas mágicas de las aguas más claras que puedas imaginar me enamoraron a primera, segunda y tercera vista. A pesar de que no me lo recomendaban, mi última jornada en el parque arranqué sin guía a mi íntima despedida con las dunas para así presentar mis respetos ante la naturaleza por tamaña creación. Un último baño de vida, de un nuevo sueño que había alcanzado. Ahora sólo quedaban huellas en la arena que pronto el viento se encargaría de desvanecer.

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Cinco autos necesité para llegar a Sao Luis, capital del Estado de Maranhao, incluyendo una camioneta que infelizmente reventó ambos neumáticos por el calor infernal de esta región nordestina, y eso que estamos en invierno. Tirado en medio de la carretera, conseguí la última carona que me llevó directo a la capital brasilera del reggae, cuna de muchas sorpresas. La primera sería enterarme que Sao Luis es una gigante isla, ya que para acceder a ella se debe cruzar un río que desemboca en el Mearín, importante afluente de la zona.

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André fue mi contacto en la isla, un joven religioso y estudiante de derecho que me hospedó en su hogar. Junto a él y su motocicleta aprovechábamos las primeras tardes libres para escaparnos al litoral a observar la noche maranhense o recorrer el centro histórico. Mi impresión inicial de Sao Luis fue fenomenal, la verdad es que me parecía una ciudad llena de vida, de gente humilde y amable, de mucha historia y tradición. Como André se encontraba por entrar a clases, la segunda impresión de Sao Luis tendría que ser por mi propia cuenta, en un lugar en que las temperaturas en el día se aproximaban a los 40 grados de calor.

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Como sería mi suerte que el día que me aprontaba a recorrer la Avenida Litoranea, encontré a un viejo amigo argentino, Diego. Quienes siguen esta aventura lo recordarán por ser la persona que me convenció de hacer la travesía en los Lençois Maranhenses, viaje que marcó mi vida, cosa por la cual le estaré infinitamente agradecido. A un salud de agua de coco caminamos gran parte de la playa recordando historias de dunas, caminatas y de buenos amigos, imagino que los Lençois aún no me querían soltar. La playa de Sao Luis era un lugar tranquilo y agradable, su único defecto radica en lo muy sucio que a veces eran sus aguas. Junto a Diego vivimos un último atardecer juntos y nos despedimos como uno lo hace con un hermano, uno de una tierra muy lejana, pero que de seguro encontraré nuevamente.

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El centro histórico de Sao Luis narra historias de guerras, piratería y conquistas. Es la única ciudad de Brasil en ser fundada por los conquistadores franceses y luego recuperada por los portugueses. Con caserones coloniales que datan del siglo 18, algunos de ellos en mal estado pero otros galantemente reformados, hicieron que este centro fuese admitido en la lista de Patrimonio de la Humanidad de la UNESCO. De aquí destaco el teatro Arthur Azevedo, el segundo más antiguo del país y el Palacio dos Leoes, hoy sede de la Prefeitura de la ciudad

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Si visitas Sao Luis no puedes irte sin realizar dos acciones tradicionales: bailar Reggae y beber Guaraná Jesús. Es toda una sorpresa ver como todas las personas adoran el ritmo proveniente de Jamaica sin importar edad alguna, bailándola de una forma muy atrevida en bares y clubs, completamente pegados cuerpo a cuerpo. Lo del Guaraná Jesús, hipnotizante gaseosa color rosa, recuerda a la fascinación peruana por la Inca Cola o la argentina por la Paso de los Toros.
Sao Luis y su poco más de un millón de habitantes me sorprendieron gratamente. Salir de la Ilha do amor significa tomar el transbordador que navega en dirección Cujupé y de ahí al estado número 17 en este continente llamado Brasil, Pará.

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En casi siete meses rodando por Brasil hay una ciudad que todas las personas coincidían en recomendar. Esa es Belem, fin del nordeste brasilero y comienzo de lo que acá llaman ‘el norte’. La mayoría no la conoce, pero extrañamente genera un prejuicio positivo. No es común escuchar el habitual «no vayas, es peligroso» o «ten cuidado con sus cosas», que siempre termino evitando. Acá eran sólo alabanzas y algo envidia de que pueda alcanzar un lugar que para muchos de ellos es inalcanzable, y que posee una tradición y gastronomía muy rica.

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Había otro motivo que enaltecía mis ánimos de arribar a la capital de Pará y esas eran que al próximo día de mi llegada recibiría en el aeropuerto a mi buen amigo Santiago, de Buenos Aires, y a su novia Lucía. El plan lo veníamos montando hace ya un tiempo, tan lejanas se ven hoy esas jornadas pasadas de teléfono donde secretamente armábamos este loco sueño, y no puedo creer que al fin se esté concretando.

Gracias al aporte generoso de siete vehículos y un barco fue que recorrí los 550 kilómetros necesarios para tal travesía. No fue fácil porque a las 4 PM aún me encontraba en la divisa del estado, pero ahí estuvo Vilmar y su camión para procurar de mi compañía y yo para, alegremente, complacerlo.

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¡Que alegría me dio ver a los chicos saliendo en el desembarque! Desde una improvisada cena en Buenos Aires hace así un año que no veía a Santiago, y me causó placer verlo feliz con su novia en esta aventura. Rápidamente lo llevé a casa de David, mi hospedaje, un viajero de esos de verdad, de esos que conquistaron el mundo hace más de 25 años sin GPS ni computador. Escribió un libro sobre su historia en África y hoy escribe una nueva en su trabajo como comerciante de piezas de auto.

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David nos puso al día con lo que desconocíamos que Belem. A su parecer, alguien que recorrió países en guerra, la ciudad era muy, pero muy peligrosa y debíamos ir con cuidado. El comentario llegó de la persona que menos imaginé, supongo que sólo quedaba asentir y hacer lo que él recomendaba. Como bienvenida, nos llevó a dar una vuelta por el centro histórico y a beber un helado a la Estaçao das Docas.

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Belem es la puerta de entrada al Amazonas. AMAZONAS, que fuerte suena eso. Es el ecosistema de mayor variedad de especies de flora y fauna del mundo. Una pincelada de esto lo encontramos en dos lugares de la ciudad: el Museo Emilio Goeldi en el centro o también el Parque Botánico, dos alternativas baratas de visita. En Belem, además, zarpan los navíos que recorren diferentes puntos de la región, como Manaos, Santarem, Macapá, Marajó, etc. Acá dejamos de hablar de horas de viaje y son convertidos en días, dependiendo el destino. Todo protegido por antiguas construcciones de guerra como el Fuerte Castelo.

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La esencia oculta de Belem se encuentra al descubierto en un mercado llamado Ver-o-peso. Acá todas las tradiciones gastronómicas, de vestimenta y de costumbres confluyen en este pequeño punto cercano al centro histórico. ¿Buscar una hamaca para tu viaje? ¿Quieres experimentar el popular pescado frito con Açai y farinha? ¿Una camiseta del club de fútbol de la ciudad? Algunas frutas de los mostradores ni siquiera podía pronunciarlas y otros pescados gigantes de río ni en una semana podría terminar de comerlos.

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En la época del caucho, elemento vital para la construcción de neumáticos, Belem fue una de las ciudades más ricas del mundo y algunos de los más grandes nombres del consciente colectivo visitaron sus tierras. La arquitectura colonial muestra vestigios de aquella era en iglesias, barrios históricos y en el estupendo Teatro da Paz, que nos invitaron a conocer de manera gratuita (con ensayo incluido).  Hoy Belem es una sombra de lo que fue hace cientos de años, con una elevada pobreza y una creciente delincuencia que asusta hasta al más valiente. A veces creo que Brasil podría separarse fácilmente en 4 o 5 países para sentir en estos rincones la misma preocupación gubernamental que tienen Sao Paulo o Rio de Janeiro.

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Para salir de Belem íbamos a tomar un barco de 24 horas de viaje. Antes de eso, nada mejor que una jornada tranquila de playa en Mosqueiro, a unos 70 kms de la capital de Pará, y a la cual se puede acceder en un bus de sólo 5 reales de valor. Supieran cuantos meses llevaba sin tomar un baño de agua dulce en una playa, supieran cuan bien tibias estaban estas marrones aguas que alguna vez fueron Amazonas. y que al sumergirte no te dejan ver ni a un centímetro de distancia. Al día siguiente te navegaríamos, dormiríamos meciéndonos bajo tu corriente y estaríamos en camino a nuestra próxima aventura.

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