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Travesía mochilera: subir el Monte Roraima

Así como existe un antes y un después de Cristo, para mí existe un antes y un después del Monte Roraima. La verdad es que era un sueño que había anhelado desde siempre, pero nunca pensé que su realización podía calar tan profundo en mí. Hoy lo miro en retrospectiva y siento que debo agradecerle a mucha gente que ayudó a hacer esto posible. Aún recuerdo cuando hace unos meses, allá por la Guayana Francesa, ya estaba recibiendo información valiosa de como hacer el ascenso con la venezolana Carola del blog yosoyviajera, datos que cimentaron un camino que culminó con esa semana maravillosa que procederé a relatarles a continuación.

Ascenso al Roraima (Días 1-2-3)

En el texto anterior había descrito algunas instancias previas a la subida al monte, como un paseo por la Gran Sabana que sirvió para ambientarnos con los paisajes de la zona. Karla (de quién dejaré contacto al final del texto), nuestra coordinadora y quién viajó directamente de Caracas para organizar toda nuestra caminata, moría por ser la undécima del grupo, pero una lesión en la espalda la impedía partir. En total eramos 10 mochileros: Sttefany de Perú, Kim de Corea, Macarena, Gaston, Mikaela, Charly e Isa de Argentina, y Alejandro junto conmigo eramos los chilenos. A nosotros se nos unía Julián, guía indígena, y Jerry, el porteador de peso que nos acompañó durante todo el trayecto. El viaje fue organizado a la medida nuestra, con nosotros escogiendo la comida (con un costo de 5 USD por persona para toda la semana) y acampando con nuestro propio equipo.

Por la mañana del jueves 12 de Octubre partimos, fecha perfecta ya que durante el fin de semana se efectuarían elecciones de Gobernadores de Estado en Venezuela y la cosa se podría poner tensa durante aquellos días. Desde San Francisco de Yuruaní nos recogió el transporte que nos llevaría los 25 kilómetros por un horroroso camino en dirección Paraitepuy, donde comienza la caminata y se realizan los últimos preparativos. Nos registramos en la entrada del parque y dimos inicio a la aventura.

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Nos habían comentado que a poco de comenzar el trekking hay una subida muy empinada a la que llaman «la prueba»  que vendría siendo como una bienvenida a lo que tendríamos por delante en los próximos días. La mayoría, a su ritmo, la cruzó sin problemas, por lo tanto sentimos alivio de que quizás el resto no sería tan fuerte como imaginábamos en un principio. Mi espalda cargaba 18,5 kilos de peso y años de ilusiones, de sueños, de imaginarme caminando en dirección a esas formaciones rocosas que vivieron el comienzo de todo. El clima estaba nublado y no permitía admirar aún nuestro objetivo, pero se sentía ideal para no agotarnos al caminar.

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Después de unas horas de subidas y bajadas leves, de cruzar algunos ríos de agua cristalina que nos permitían hacer paradas aunque no estuviésemos cansados, llegamos al primer mirador. ¿Y saben qué? El clima nos bendijo con un despeje que permitió ver su inmensidad por vez primera, que suertudos eramos. Los únicos que no paraban eran los pemones indígenas que trabajan de cargadores y que a pura pierna se montaban hasta 45 kilos de peso de los diferentes tipos de turistas que subimos el monte. A algunos hasta sillas de playa les cargan a la cima.

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El tiempo sobra y la caminata sirve para conocernos entre nosotros, además de hacernos olvidar un poco el cansancio de los kilómetros avanzados. Todos somos mochileros, pero viajamos de maneras completamente diferentes: unos hacen artesanías, otros malabares, otros se quedan temporadas altas en sitios turísticos y alquilan un lugar para trabajar en lo que se necesite, trabajo nunca falta para gente como nosotros. Estas conversaciones sirven para aprender, para reconocer que no hay una forma única ni perfecta de viajar, y por sobre todo, que ES POSIBLE. Querer es poder y todos nosotros lo sabemos.

Por el kilómetro 13 llegamos al campamento Río Tek, lugar donde dormiríamos en la vuelta, en la sexta noche de viaje. Hoy sólo dejaríamos almacenada la comida de aquella jornada, porque cualquier ayuda para caminar más liviano se agradece. Continuamos con la satisfacción de saber que sólo quedaban 2 kilómetros más, los cuales incluyeron atravesar dos ríos a pie y por las piedras. Las vistas del Roraima y del Kukenan a esta altura del camino eran conmovedoras y emocionaban.

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Tras un merecido chapuzón y baño en las heladas aguas del río Kukenan, armamos campamento para cenar y  dar por terminado este primer día, no sin antes recibir una sorpresa de nuestros amigos indígenas: estaban comiendo saltamontes. «Para recuperar la energía» decían, al mostrarnos un frasco lleno de saltamontes en una salsa muy picante. Varios probamos para acompañar los fideos que correspondía cenar. El grupo estaba en buenas condiciones reunido a la luz de las linternas para cerrar esta jornada. Llevaba meses cargando la carpa sin abrirla, era un placer volver a dormir en ella  mejor aún en el Monte Roraima.

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«Vamos, vamos que se perderán la cascada», decía Julián por la mañana al vernos atrasados con el desayuno. Se refería al salto Anapena, atracción que encontramos a poco de comenzar a caminar el segundo día. Nos comentaban que por el sendero íbamos encontrar lugares donde poder ducharnos, pero jamás imaginamos esta belleza. Aquí, también, fuimos presentados informalmente con los puri puri de la Gran Sabana, un pequeño mosquito que habita cerca del agua y que normalmente hace su presencia cercano al amanecer y al atardecer. Y diablos que los sufrimos.

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De ahí en más fue comenzar a subir y a subir con un sol que no daba tregua en ningún momento, en lo que fue para mí el trayecto más difícil que realicé en estos 7 días caminando por la sabana. No olvidemos que estábamos a más de 2000 metros de altura. La energía y motivación volvía a llenar nuestros cuerpos al mirar al frente a verla a ella y sus cascadas, el Roraima, porque es una dama, la madre de todas las aguas (en idioma indígena taurepán). Al comenzar la caminata lo único que pedía era tener una visión despejada del monte desde abajo y otra desde la cima hacia el horizonte, al menos la primera deuda ya estaba saldada.

Tras 6 horas de sendero y 7,5 kilómetros de subida, llegó el momento de descansar observando un atardecer de esos que te hacen caer lágrimas. Habiendo cenado, nos recibió una de las pocas lluvias que vivimos en el viaje y una complicación que no habíamos considerado, el viento que nos hizo salir de nuestro campamento en medio de la noche para reforzar estacas o terminaríamos hecho paracaídas.

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El día D. Hoy toca escalar el gigante monte por la pared bajo la cual dormimos la noche anterior. Al mirarla de frente es posible diferenciar una sección verde por la cual nos decían íbamos a subir, pero desde acá abajo se veía bastante imposible de realizar. Si habíamos formado músculos en los muslos toda nuestra vida, hoy era el día que definitivamente íbamos a ocuparlos. Además es un momento muy simbólico del ascenso porque es cuando tocamos la pared del Roraima por primera vez y pedimos su autorización de subir. El monte es un ente vivo que vibra y emite una enorme energía a su alrededor, y así también logra recibir la nuestra. Por ejemplo, si tu gritas, llueve; explicación lógica a eso no existe.

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De aquí en adelante ya no caminábamos juntos, cada uno subía a su ritmo, cada uno escribía su propia historia con el monte. Algunos comenzaron con vómitos, otros nos desesperábamos por encontrar agua en algunas secciones del ascenso. Miras hacia arriba y sientes vértigo, piensas que nunca va a terminar, que el sendero no tiene fin. Por suerte hay numerosos miradores que utilizábamos para reagruparnos como grupo, de comer algún snack y de admirar la enorme belleza de la gran sabana. Comienzo a entonar «Bien Alto» de La Renga como si fuese la banda sonora de mi propio camino, el cordobés Gaston me sigue y se une a mi recital interno.

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La parte final del ascenso es llamado el Paso de las Lágrimas debido a una notoria cascada que normalmente cae sobre una escalera de rocas y que a ratos dificulta el ascenso por lo resbaladizo del sendero. ¿Quién iba a creer que resultaría la parte más entretenida del día, escogiendo nuestros propios caminos y ya divisando en el horizonte el fin de la subida? De aquí en más fue sacar fuerza de flaqueza, dar el último esfuerzo y lograr el objetivo que nos habíamos impuesto.

Llegar a la cima en los 2640 metros de altura y después de tres días fue el premio a no rendirse nunca, a perseguir nuestros sueños y trabajar como equipo. A medida que fuimos llegando nos abrazamos y celebramos subir el Monte Roraima. Julián, quién a esta altura ya era un amigo más, nos felicitó por lo logrado y nos pidió relajarnos y descansar porque al día siguiente correspondía explorar ese mundo perdido que encontrábamos frente a nuestros ojos. ¿Lo mejor de aquello? El campamento quedará armado por unos días y se sale sin peso en nuestras espaldas a recorrer.

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Estadía en la cima (Días 4-5)

Durante el ascenso Julián nos relataba lo maravilloso que eran los «hoteles» en la cima del Roraima, pero obviamente lo que encontraríamos serían hoteles muy diferentes a los que solemos conocer. Le llaman así a 10 cavernas que están adaptadas para alojar los diferentes campamentos de turistas. Sólo un grupo utilizará cada hotel, por lo cual delimitan el número de gente que asciende el monte. Protegidos del viento, del sol y de la lluvia (que cambian cada minuto) sólo había que combatir un enemigo climático, el frío.

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Y qué mejor forma de combatir el frío que caminando. Por la mañana del día 4 fuimos en busca de las diferentes atracciones que la cima del Roraima tiene para ofrecer, era hora de explorar este mundo perdido e ir en busca de sus bellezas más asombrosas. Al caminar quedas perplejo por las diferentes formaciones que aquí existen, un mundo que con sus dos mil millones de años vio todo acontecer frente a sus paredes. De la totalidad del monte, el 80% pertenece a Venezuela, el 15% a Guyana y el 5% a Brasil, siendo esa sección brasilera el punto más alto del Estado Roraima.

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La primera parada obligada tras unos 30 minutos de caminata fue el Jacuzzi, una pequeñísima laguna de aguas extremadamente claras que no deja a nadie indiferente a su pasar. ¿Quieres tomar un baño ahí o tomarte una foto dentro de sus aguas? Prepárate para un frío bien intenso, más aún con el clima con el que nuestro grupo llegó ahí. Por el fondo del agua ya veíamos los primeros cristales de cuarzo, existentes por millones en la cima del monte. En el texto anterior hice una apología de la Gran Sabana con Minas Gerais, en Brasil, y creo que muchas de las zonas de la cima del Roraima también se asemejaban en algo al fantástico estado mineiro. Ese espejo natural de aguas transparentes no hacía otra cosa que hacerme cerrar los ojos y transportarme ahí, y que al volverlos a abrir retornase a este paraíso prehistórico era inigualable, como iba a quejarme de la vida.

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Otra media hora más adelante caímos en La Ventana, uno de lo mejores puntos para fotógrafos de este lado del Roraima, y eso no es fácil de decidir por lo magnánimo y extraordinario del lugar. Aquí gozamos como el gran y unido grupo que conformamos, aquí Julian se graduó del excelente camarógrafo que es (subiendo 2 veces por mes los últimos 10 años te hace adquirir cierta experiencia, supongo). Una prueba de paciencia climática porque la neblina que estaba entre todos gozaba de entrometerse en las fotos y arruinarlas, o mejorarlas, quién sabe. El monte Kukenan a nuestras espaldas era el fondo perfecto para algunas de las mejores tomas que nos llevamos del Roraima, lo recuerdo y quisiera volver a aquel sitio ahora mismo.

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La cima del planeta Roraima era lo que vi en filmes y documentales históricos, eran las Cataratas del Paraiso donde el Sr. Fredricksen y Russell buscaron a Kevin en UP! Movilizarte entre las rocas te transportaba a la Era de Hielo viviendo aventuras junto a Sid, Manny y Diego. Era como si fuésemos astronautas y estuviésemos descubriendo caminando solos sobre la corteza de un planeta desconocido y desolado. No creo que sería difícil de digerir si de pronto se nos aparecía un extraterrestre o un dinosaurio, todo era posible en este monstruo geográfico. A ratos observaba las grietas del suelo y pensaba hasta que punto al interior del monte nos llevarían, ¿alguien habrá entrado alguna vez?

Algunos de los lugares que recorrimos tras la ventana fueron el pozo de los cocodrilos, el salto catedral o el anfiteatro, cada uno mejor que el anterior.

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Así fue como llegamos al Valle de los Cristales, la región con más cristales de cuarzo del monte. Hubiesen visto la cara de mis amigos artesanos en este momento jaja. Aquí nos detuvimos, nos sentamos en el suelo y simplemente jugamos con las piedritas como si tuviésemos 5 años, las mostrábamos, las comparábamos, buscábamos las más transparentes, las más puntiagudas, las más grandes. La gente ha hecho mucho daño al monte llevándose cristales para recuerdo personal o peor aún, para trabajarlas, lo que ha disminuido en demasía su número y ha obligado a las autoridades del parque al revise de mochilas al salir del parque. Basura y buenos recuerdos, no se lleve nada más de esta maravilla de la naturaleza.

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De paseo en paseo se nos fueron los dos días en la cima. Algunos volvieron a repetir las caminatas del día anterior, otros pegaron linternas y visitaron la cueva del Guacharo, otros subieron el Maverick, el punto más alto del Roraima (2810 metros), y otros fueron al punto triple, frontera imaginaria entre Guyana, Brasil y Venezuela, en lo que significa una caminata de 20 kilómetros en total. Otros decidimos quedarnos en el hotel, disfrutar de las horas de sol y descansar de una intoxicación estomacal que me precisaba a pocos metros de un baño. Y menos mal que no les muestro imágenes de nuestro baño, pero si les puedo contar que un asiento de inodoro y muchas bolsas con cal fueron nuestras mejores aliadas. En fin, agradecimos la libertad que se nos dio de organizar nuestra estadía y la experiencia en la cima.

¿Recuerdan cuando les comentaba que sólo pedía una imagen despejada del Roraima desde abajo y otra de la sabana desde arriba? Bueno, afortunadamente ambas fueron metas cumplidas, pero debo decir que desde arriba las mejores vistas eran con la mezcla de nubes bajo nuestros ojos. Sentir que estabas sobre el cielo, que dirigías la orquesta de lluvias y tormentas que caían en ciertos puntos de la sabana, que perdías el aliento cada vez que se despejaba y observabas hasta Paraitepuy, la comunidad donde habíamos comenzado nuestra travesía. Las panorámicas desde los 2700 metros de altura eran elixir de paz, armonía y amor.

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Descenso (Días 6-7)

El descenso tuvo muchas sensaciones encontradas. En primer lugar la de satisfacción por haber cumplido con creces el objetivo de conquistar la cima de esta maravilla de la creación y de permanecer allí a pesar del frío que a ratos penetraba profundo en nuestros huesos, porque lo valía. Roraima es una experiencia de vida y una historia que espero poder contar hasta que vuelva a realizarlo, como no. Al tocar la pared de roca y pedir permiso en el tercer día pedí que cada uno de nosotros tuviese salud y lograra hacer realidad sus propios sueños sobre el monte, y de corazón espero todos hayan bajado con la misma felicidad que yo lo hice. Por el camino nos cruzábamos caminantes que se encontraban subiendo y te preguntaban «¿Y que tal?» Bueno, vívelo tu mismo, amigo, porque no tengo palabras para describirlo tan pronto.

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La mañana del séptimo día amanecimos con la carpa montada sobre el campamento Tek (donde dejamos la comida el primer día) y con la vista perfecta del Kukenan. Había llovido la noche anterior sobre el monte y dejaba ver claramente su cascada, la segunda más alta de Venezuela después del Salto Ángel. Estaba plagado de mosquitos que nos comían vivos, pero nada podía arruinar este final perfecto, con todo el grupo comiendo por invitación de los guías, quiénes se ofrecieron a cocinar.  Los músculos ya estaban al límite y esperaban una jornada que sería de sumo dolor, ni para agacharme a buscar agua de los ríos podía hacer un movimiento. Gastón y La Renga, tal cual el segundo día, fueron mis acompañantes en la última jornada, cantando y bailando como si estuviésemos viviendo un recital en Argentina junto al Chizzo y sus amigos. Qué extraordinario final, que locura de semana estábamos por terminar.

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Volvimos a Paraitepuy en el grupo de avanzada y durante un lapso de dos horas fueron llegando todos. Más abrazos, más sonrisas, más exhaustos. Una buena ducha fría y elongar hasta que los músculos digan basta. La camioneta llegó por nosotros e iniciamos nuestro regreso hacia la comunidad San Francisco. Recuerdo nuestras expresiones cuando íbamos en la misma camioneta en dirección al monte y la contrasto con la que hoy teníamos, y siento que Roraima cumplió mi deseo y el de todos, veía 10 personas felices y satisfechas. Nos fuimos como extraños y con algunas discusiones en progreso y volvimos como buenos amigos.

Tal cual imaginamos, volver a Venezuela tras las elecciones fue un caos de protestas, bloqueo de carreteras y gente individualista y furiosa quejándose a diestra y siniestra. Ya habrá tiempo para hablar de crisis política y social, hoy no viene al caso. Compartimos un último asado como grupo en Santa Elena y comenzamos a decir adiós, la pequeña familia que conformamos durante unas dos semanas se separaría para continuar escribiendo sus propias historias viajeras. Gracias amigos, de corazón.

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Si llegaste hasta aquí y quieres tener el contacto de Karla, quien gestionó toda nuestra visita al Monte Roraima de forma profesional y cuidando cada detalle, visita su Instagram @rutasmochileras. No gastamos más de 30 USD cada uno durante toda la semana, incluyendo el día previo al monte recorriendo la Gran Sabana.

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