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Mini relatos del oriente venezolano

Estar durante más de dos semanas en la Gran Sabana venezolana tiende a alterar un poco la percepción del país. Claro, es frontera con Brasil, por lo tanto muchas problemáticas que solíamos escuchar – como la escasez de alimentos, de dinero en efectivo, los altos precios o la presión policial – no las vivimos desde un comienzo debido a la importante relación comercial con el país vecino. Salir de esta región significa rodar largos 600 kilómetros hasta alcanzar Puerto Ordaz, al norte del estado Bolívar. «Ahora si experimentarán la verdadera Venezuela», nos decían. La verdad, a esta altura no sabía que imaginar, supongo que tarde o temprano entenderíamos que nos querían decir.

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Puerto Ordaz, bienvenido a la ciudad

Ciudad Guayana, conformada por las localidades de Puerto Ordaz y San Felix, fue nuestro primer destino fuera del mundo prehistórico que significaba el Parque Nacional Canaima. Digo «nuestro» porque llegué con Macarena y Alejandro. Afortunadamente y sin planificación anterior, ellos y yo quedamos en hogares diferentes, pero no sólo en el mismo barrio de Puerto Ordaz, sino que también coincidimos en el mismo condominio de apartamentos. Podíamos gritarnos de ventana a ventana sin problema alguno.

Aquí, en el día a día, aprenderíamos del valor del dinero en efectivo (que traíamos por montones). Venezuela vive una escasez del papel moneda debido a la inflación y notábamos como la gente nos miraba cuando entrábamos a un supermercado con los preciados billetes, nos pedían pagarnos la cuenta con tarjeta y darles el efectivo. Además Puerto Ordaz es considerada la ciudad más costosa del país, por lo cual los precios de los alimentos se nos dispararon de una manera brutal, había que comenzar a recular en las compras y abusar de los mercados. Otra cosa digna de mencionar fue la gran cantidad de arte mural político, la mayoría en contra del gobierno de Nicolás Maduro.

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No pasé muchos días en Puerto Ordaz, la mayor atracción de la ciudad es el parque La Llovizna, que cuenta con una enorme cascada que realmente vale la pena conocer. El día que iba a visitarlo madrugué a las 4 AM para ir al terminal a comprar pasajes para viajar esa noche a Caracas. En la fila conocí a don Guillermo González, quien llevaba tres días intentando comprar sin éxito debido a la alta demanda por los tickets. Cuando llegó su turno de comprar, lamentablemente su efectivo no era suficiente, a lo que yo me acerco y ofrezco pagar la diferencia. Después de comprar mi propio pasaje don Guillermo volteó hacia mí y ofreció invitarme a su casa «al ladito» a desayunar para devolver el favor, a lo cual yo acepté. Ese «al ladito» consistió en dos buses y 45 minutos de viaje, pero fue una de las arepas más ricas que probé. Con sus 78 años, me habló de su vida en Colombia, de como sus hijos lo dejaron solo y como hoy intenta aguantar la Venezuela del día a día. En Puerto Ordaz no conocí el famoso Parque la Llovizna, pero hice un amigo 50 años mayor que yo.

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Caracas, la gran capital

Si algo me había enseñado Puerto Ordaz era que no debía continuar cargando grandes cantidades de efectivo, además que conseguirlo iba a ser un enorme dolor de cabeza. Hace unos días había recibido la invitación de Connor, un neozelandés que vivía en Venezuela hace 5 meses, de pasar por Caracas y solucionar mis problemas consiguiendo una tarjeta de débito, por lo cual decidí hacer una breve visita a la capital venezolana. No les voy a mentir, tenía miedo de lo que en Chile se dice de Caracas, que es poco menos que el infierno mismo. No es cierto, Caracas es una ciudad hermosa, geográficamente perfecta emplazada a un costado del gigante Cerro El Avila. A ratos, de un parecido ridículo con Santiago de Chile (el metro subterráneo es idéntico), como toda metrópolis tiene barrios para transitar y otros para evitar, puedes estar bebiendo una cerveza en la calle a medianoche sin complicación alguna.

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Los precios de Caracas no distan mucho de los de Puerto Ordaz, pero con tarjeta en mano la situación es mucho más sencilla. Grande fue mi sorpresa al averiguar lo barato que son los libros (menos de 0,5 USD) por lo cual mi primera compra fue directo en las librerías, y el precio del metro subterráneo que bordea la gratuidad. Como ejemplo les puedo decir que con un dólar americano puedes subir al metro de Caracas 2 veces por día durante 13 años y medio.

El punto negro de mi visita a la capital fue, irónicamente, una experiencia con la policía. En una revisión de rutina (al ver nuestra cara de no venezolanos) dos policías municipales encontraron de casualidad 20 USD en mi bolsillo. Durante 30 minutos intentaron hacer todo lo debida e indebidamente posible para quedarse con aquel dinero, inventando leyes, amenazándome con llevarme preso y situaciones varias. No hubo reacción, me mantuve firme y afortunadamente me devolvieron el dinero, pero mi furia y desilusión por los tipos que – supuestamente – deberían protegerte fue infinita. Ya volveré a Caracas, mientras tanto era hora de partir nuevamente al oriente, esta vez con mi compadre Connor.

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Reencuentro en Puerto La Cruz

Nos dirigíamos al oriente por una sencilla razón, nos embarcaríamos en una improvisada aventura hacia Trinidad & Tobago, y para eso debíamos llegar a Guiria en el extremo este del país. Como teníamos unos días libres no dudamos en parar en Puerto La Cruz para disfrutar de unos días de playa, pero grata fue mi sorpresa al percatarme que Macarena y Alejandro estaban en la ciudad hace unos días y que además Mika y Gastón, otros miembros del team Roraima, también andaban por estas latitudes. No hubo que esforzarse mucho para reunirnos, compartir unas cervezas y disfrutar de unos merecidos días de playa. No puedo explicarles mi emoción de volver a la costa después de estar unos meses rodando, sino que era mi primera vez en el Mar Caribe y eso era motivo de celebración.

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Puerto La Cruz es una locura de ciudad. Por las tardes, en las cercanías del Paseo Colón la gente se agolpaba a las calles a bailar, a beber cerveza, a escuchar música, a disfrutar esta orilla del caribe como si no hubiese un mañana. El comercio ambulante se hacía presente y los locales de bebida y comida se llenaban a más no poder. Recordé a esa persona que alguna vez me dijo «El día que Venezuela esté en una verdadera crisis será el día que las licorerías estén vacías». Estábamos asombrados, había más movimiento que en nuestros hogares, no entendíamos nada.

Ese trozo de paraíso playero que le faltaba a nuestros cuerpos fue subsanado con una visita al Parque Nacional Mochima, en la costa de Puerto La Cruz. Por sólo 0,25 USD pagas un boleto y te montas en una lancha para alguna de las islas que forman parte del parque, siendo nuestro destino la Playa el Saco. Recuerdo esos días de frío intenso en la cima del Roraima cuando hablaba con los chicos y les comentaba que esperaba volver a verlos, pero en condiciones de playa, arena, sol y ese mar transparente que caracteriza al Caribe, y me alegro mucho de que habíamos sido capaces de cumplir aquella profecía.

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Carupano, el corazón generoso de oriente

La última parada en esta travesía cruzando medio Venezuela nos llevaría a Connor y a mi a la ciudad de Carúpano, capital del estado Sucre. Yo no tengo la menor idea como es que las coincidencias nos llevaron a aquella licorería a pedir indicaciones, pero lo cierto fue que allí conocí a Edil Fernández, uruguayo, orgulloso hermano de Pedro Fernández (futbolista tricampeón de Venezuela y seleccionado nacional) y que su padre, Roque Fernández, jugando por Atletico Galicia tuvo que marcar a un tal Pelé en los 70s. Me mostró recortes de su hermano y de su padre, campeón de América, junto con demostrarme la pasión que siente por Nacional de Montevideo. Hace meses que no tenía una real conversación de fútbol con alguien que respetara y amara aquel deporte tanto como yo lo hago. Estas son el tipo de historias que hacen que valga la pena todo este esfuerzo, sepa don Edil que lo recordaré por siempre.

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Pero Carúpano no se quedó ahí, gracias al contacto de Ricarda, una amable chica de Couchsurfing que hoy se encuentra en Lima, Connor y yo pudimos vivir un par de días junto a su madre, su abuela y su tía en el barrio aledaño de Copacabana, a unos 15 minutos. En la belleza de lo simple pasamos nuestras últimas jornadas previas al zarpe, ayudando a moler maíz para hacer arepas, aportando en lo que sea necesario que la casa precise y divagando a través de las apacibles palabras de estas tres mujeres. Venezuela está finamente representado en cada esquina de sus calles con la dulce gentileza de su gente, esa que la crisis económica y social no ha podido llevarse. Sin conocernos,  Juana, Sabina e Iris nos compartieron parte de sus vivencias y nos hicieron muy difícil el desafío de partir, al borde de las lágrimas prometimos volver. Pocos días después sabríamos que Ricarda en el lejano Perú carga en su vientre un ser que convertirá a estas damas en abuelas y bisabuelas y pensamos en lo felices que deberían estar.

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