ras pasar el año nuevo en las alturas de Mérida junto a Elisabet, Ale y Macarena, por allá por los andes venezolanos, estábamos en busca de un primer interesante desafío para comenzar este 2018 con todas las pilas cargadas. Habíamos escuchado todos acerca de este alucinante fenómeno que sólo ocurre en las cercanías del Lago Maracaibo, pero que en enero no se logra divisar, el famoso Relámpago del Catatumbo. Investigaciones dicen que en los alrededores del lago se concentran 297 tormentas eléctricas al año y que caen más de 1,7 millones de rayos por cada 365 días, tanto que la NASA llamó a este lugar «la capital mundial de los relámpagos».
Conociendo los riesgos que nos comentaban todas las personas – que sólo era posible ver el Catabumbo entre los meses de abril y noviembre por la temporada de lluvias – y tomando todos los riesgos de pagar por un viaje que podría no ofrecernos absolutamente nada especial, decidimos prepararnos y embarcar esta travesía en nuestros corazones, probar suerte para una experiencia que podría ser de las mejores de nuestras vidas. Al fin y al cabo ¿Que sería de todo esto sin riesgos? Buscar información en internet sobre como visitar el Lago Maracaibo es un infierno, no hay nada, por lo cual intentaré guiarlos a lo largo de nuestra experiencia en las mejores alternativas para observar el relámpago y los contactos necesarios para avanzar en su realización.
Sabíamos dos cosas: Debíamos llegar a una localidad del estado de Zulia llamada Puerto Concha, no muy alejado de Mérida donde nos encontrábamos. ¿Lo otro? Que allá en Puerto Concha debíamos hablar con un lanchero para que nos llevase a uno de los tres miradores del Lago Maracaibo, Chamita, Ologá o Congo Mirador. Desde esos tres lugares se hace la vigilia nocturna para experimentar el fenómeno a todo nuestro alrededor. Aún estábamos en el aire, no había contacto ni lanchero ni nada parecido. Era hora de investigar.
Internet no ayuda mucho, pero te entrega algunos pequeños contactos que haciéndole seguimiento te llevan a diferentes personas. Era hora de llamar, preguntar y esperar que el universo devuelva buenas noticias del otro lado del auricular. Así fue como logré dar con Alan Highton, oriundo de la isla caribeña de Barbados, quien hace 30 años vino a conocer el Catatumbo y nunca se fue. Él es de las pocas personas que aún se dedica a hacer turismo en esta zona de la Venezuela en crisis. Alan hasta construyó una vivienda en Ologá y lleva turistas ocasionalmente a aquel lugar para recibir de forma cálida a sus invitados. Él era la persona que buscaba.
Alan me hablaba sobre la dificultad de conseguir visitantes en esta época, con estos problemas que Venezuela arrastra, del miedo de los turistas de venir y vivir esto. Se sorprendió por mi llamada y me comentó que hace tres meses no traía gente a la zona. Al consultarle sobre la posibilidad de ir, tal cual todo el mundo, me recomendó no hacerlo por la época seca, pero me dio el beneficio de la duda de que últimamente había habido actividad inusual (nosotros mismos divisamos destellos desde los montes de Mérida) y que existían chances de observarlo. La decisión era nuestra. Algunos dudamos, pero en definitiva decidimos intentarlo, mas que mal ya estábamos aquí. Alan nos contactó a un lanchero en Puerto Concha y cuadramos hora para llegar, estaba todo listo. No podía creer lo fácil y rápido que se dio.
Llegar a Puerto Concha desde Mérida equivale a tomar 3 transportes: un autobús a El Vigía, otro a Santa Bárbara de Zulia y finalmente una furgoneta a Puerto Concha, contabilizando unas tres horas de viaje. Valor de los transportes en conjunto: menos de 0,5 USD. Ya en Puerto Concha llegamos a las aguas del río del mismo nombre, donde su compañero nos esperaba con la lancha pronta para zarpar. Sería hora y media de navegación hasta la casa de Alan en Ologá, donde permaneceríamos tres días y dos noches por petición expresa de él.
Antes de navegar y contando con mis últimos minutos de señal telefónica, recibí un mensaje de Alan con las fotografías de las cartas meteorológicas de las noches anteriores y además para desearnos suerte en nuestra apuesta. Tras 15 minutos navegando el río llegamos a su desembocadura en el Lago Maracaibo y observamos el primero de los miradores, Chamita, un grupo de palafitos que reciben a los visitantes que cuentan con un presupuesto más ajustado y que entrega una vista parcial del efecto del Catatumbo. Me atrevería a decir que a este mirador puedes llegar de forma gratuita haciendo dedo en alguna de las lanchas que se dedican a la pesca en el lago. Joel, nuestro lanchero, nos comentaba que muchos de los trabajadores que se dedicaban al turismo viraron a la pesca de la cangreja, de alto valor de exportación.
La otra fuente de trabajo que entrega el Lago Maracaibo es, lógicamente, el petroleo. Venezuela descansa sobre un colchón de este combustible fósil y no hay lugar en el país donde no se realicen estas extracciones. Durante nuestro recorrido fueron bastantes los puntos de observación de taladros que se dedicaban a esta disciplina. Joel se notaba inquieto y atento por la posibilidad baja – pero real – de piratas que asaltan turistas en los recorridos del lago. En fin, sintiendo el fuerte viento sobre nuestros rostros, saltando de par en par sobre la fuerte barca de madera y afirmándonos a nuestra pequeña opción de ver el relámpago, recorrimos esta pequeña porción del lago hasta la comunidad de Ologa. Los palafitos de quienes hacen patria en este aislado lugar y las sonrisas de sus lugareños nos dieron la bienvenida.
Nos instalamos en casa de Alan colocando nuestras hamacas a la intemperie. Si nos íbamos a dormir, sería observando el cielo en busca del milagro. La casa está localizada en una península que mira al río Catatumbo y que detrás divisa una playa sobre el lago Maracaibo. Sorprende la gran diferencia entre la paz y serenidad de este primero y la agresividad y violencia del segundo. De aquí en más sólo sería descansar en las hamacas, levantarnos para cocinar o jugar una partida de cartas, leer, escribir o tomar fotografías de este lugar realmente único. Un relajo que harta falta nos hacía a los cuatro viajeros.
Es loco imaginar como es la vida en un lugar como este. La santa agua del lugar separa a casi todos los palafitos del vecino más próximo, para visitarlos es necesario una pequeña piragua o simplemente zambullirse. Observamos mascotas que felices deben zamparse los pescados que sus habitantes capturan a diario. La tranquilidad engloba el ambiente, como si el aire se estuviese preparando durante el día para los azotes de luz que reciben por la noche. Yo me mecía en mi hamaca mientras viajaba junto a Julio Verne y Phileas Fogg en su travesía alrededor del mundo en 80 días. Él apostaba que podría lograrlo y me ilusionaba en nuestro propio objetivo. El atardecer trajo consigo la tensión de la primera noche, que lamentablemente no traería buenas noticias. Las nubes nunca aparecieron y las estrellas – hermosas como siempre – interrumpían nuestra búsqueda de la felicidad eléctrica.
Una forma de cooperar a quienes viven en la comunidad de Ologá es trayendo ciertos productos que para ellos no son fáciles de conseguir. Así fue como intercambiamos arroz y fideos por peces para un asado que no degustábamos hace mucho tiempo. Me soñaba admirando el Catatumbo, durante la noche todos dormíamos a cuentagotas para estar atentos al menor movimiento de luz, luz que en temporada de lluvias es visible desde 400 kilómetros y que localiza el sur a los barcos que navegan el Caribe. No por nada llaman a este fenómeno el Faro de Maracaibo. Se dice que con 15 minutos de actividad del relámpago se podrían encender 100 millones de bombillas. Después de nuestro segundo extraordinario atardecer volvimos al acecho del rayo, sin pegar pestaña alguna si era necesario. Estaba más nublado que la noche anterior.
Hoy miro aquella noche desde el futuro y siento que no fue tan grande la decepción luego de entender que el cielo nuevamente nos había dado la espalda, pero en aquel momento fue una gran desilusión. Nos juramentamos los cuatro mochileros a volver en una época más idónea y vivirlo, porque este fiasco no podrá quedar así por mucho tiempo en nuestras cabezas. ¿Fiasco? Nada de eso, se puso tripa y corazón para sacar este viaje adelante, se vino a un sitio al que nadie entraba hacía 3 meses como visitante – la mayoría de gente que viene hoy en día son investigadores y científicos – y se apostó por una ruta que era ilógica para muchos, pero sabemos que si hicieramos lo lógico no estaríamos viajando hace dos meses por Venezuela. Será hasta la próxima, Catatumbo.
La vuelta incluyó cierta resignación, pero también satisfacción por lo hecho. Fueron tres días extraordinarios junto a tres buenos amigos y la confirmación de que seguimos por la senda correcta, esa de descubrir nuevos sitios en este «peligroso» país y poder contárselos a todos ustedes. El paseo finalizó con una jornada avistando la exuberante flora y fauna que rodea al río Concha y que nos devolvió a la civilización, al estrés y a la planificación. Ya te extraño, Ologa.
NOTA: El tour tuvo un valor de 35 dólares en total – pagados en su equivalente en bolivares – de los cuales 10 dólares debían ser pagados en efectivo de bolivares. Mientras más viajeros se unan a la travesía, resulta más económico por persona.
CONTACTO CATATUMBO
ALAN HIGHTON
- Mail: catatumbotour@gmail.com
- Fono: 04147562575
- Facebook: Catatumbo Tour
Contacto Lanchero Omar (conseguido tras el paseo)
- Fono: +58 4147511251