Que vivan las coincidencias, y que vivan con ganas. Para algunos todo está escrito, para otros nosotros escribimos una página a diario sin un futuro preconcebido. Yo soy de estos segundos y a veces me sorprendo de situaciones del azar que llegan a buen puerto. Nunca estuvo en mis planes por Venezuela visitar el Salto Ángel, es extremadamente caro (más aún considerando la actualidad del país), pero hechos triviales como recibir a mi amiga catalana Eli en Mérida y haber conocido al noruego Jorn en Tobago fueron la llama que prendió este incendio. Hoy digo «me obligaron», pero en ese momento mi corazón sabía que esta travesía llanera debía terminar de la mejor manera.
Tal cual realicé para la visita al Monte Roraima, el contacto lo hicimos con la extraordinaria Karla (instagram @rutasmochileras). Sepan desde ya que una visita al Salto Ángel lo mínimo que les puede salir son 200 USD por tres o cuatro día, ya que sólo la avioneta tiene un valor cercano a la mitad del total. Con ella, mis dos amigos, y algunos turistas más contactados por ella, comenzamos desde Caracas la aventura hacia la cascada más alta del planeta tierra.
En primer lugar, nos tocó dirigirnos al aeropuerto de Puerto Ordaz para nuestro transporte. Para alcanzar el Salto Ángel se debe llegar al pueblo indígena de Canaima, dentro del parque nacional del mismo nombre y que no cuenta con acceso vía carreteras, por lo tanto el monopolio del negocio lo tienen las pequeñas avionetas de turistas y servicios. El grupo era bien homogéneo, con gente de Australia, España, Chile, Venezuela, Estados Unidos, Canadá, Noruega y Polonia. Todos con un sueño en común, que estábamos a un día de cumplir.
Tras poco menos de una hora el avión comenzaba sus labores de aterrizaje. Bajamos de ir acostados sobre las nubes y apreciamos la inmensidad de la sabana y los tepuyes en todas las direcciones. A diferencia del Roraima que es una cadena de siete tepuyes bien definida, acá los habían hacia donde nosotros mirásemos. Al descender se paga una tasa de entrada en bolívares que es ínfima y hacemos entrada oficialmente al parque.
Nada más comenzar la caminata hacia el lugar de campamento, un tradicional indígena pemón se nos cruza conduciendo una motocicleta con su atuendo típico. ¿Su nombre? Muerte. Todo un personaje por estos lados. Luego nos recibió Peter, nuestro guía, quien nos dirigió al lugar de descanso, el Campamento Au-yan Tepuy, la más económica de las opciones. Normalmente el precio del tour depende del tipo de hospedaje que desees, los días de estadía y las actividades que esperas realizar.
Repartimos las habitaciones, dejamos las pertenencias y salimos a explorar. La vista que ese avión nos había dado era tan alucinante que nadie quería perderse un segundo de tamaña experiencia. El pueblo de Canaima es bañado por las aguas del río Carrao, mismo en el que mucho antes desembocan los líquidos pelos del Salto Ángel. En este río hayamos una plácida playa y a locales tomando un baño recreativo. Hago hincapié en esto último porque más de alguna vez divisamos a alguno completamente desnudo tomando baño en aquel lugar. Frente a nuestros ojos se apreciaba la inmensidad del Salto Ucaima y toda su potencia. Nos recuerdan que esta es temporada seca (Enero-Febrero) y que por ahí por Mayo hasta Septiembre se desborda de la fuerza que lleva.
Volvimos al campamento para almorzar y así rápidamente ir a observar más de cerca aquellas cascadas. Personalmente conmemoraba que hacía un año exactamente que estaba fuera de casa, lo más extenso que he estado (y lo sigo estando). Peter nos montó en una pequeña lancha y nos llevó hacia el costado de aquel salto que veíamos desde lejos, y desde ahí comenzamos a caminar, escalar y a capturar esas primeras imágenes mentales que nos dejaban sin aliento a cada uno de nosotros. Es raro sentirse turista después de todo lo vivido, sobre todo en Venezuela que ha sido tan difícil y estresante por momentos, pero al menos el grupo poco a poco se volvía bien unido y ya nos hacíamos compañeros.
Subiendo por la cascada vinieron los flashback de mis días en Roraima: superficies de roca con vegetación que hace millones de años estaban completamente bajo el nivel del agua, dejando a la vista hermosos colores. Los diferentes desniveles dividen los ríos en pequeños arroyos que finalmente se unen de vuelta en el Carrao, mientras, a lo lejos, algunos techos triangulares de viviendas típicas de la comunidad se divisan en el horizonte. Con el avanzar de los minutos comenzamos a coleccionar cascadas, como el salto Golondrina, el salto Wadaima y el salto Hacha. Debido a la temporada seca hubo algunos acantilados que en otra época suelen ser de los mejores saltos y que nosotros lamentablemente no pudimos observar, pero la verdad no teníamos como quejarnos.
El plato fuerte de la jornada fue transitar por túneles naturales formados por varias de estas caídas de agua, actividad no apta para cámaras que se pueden estropear. Eso, sumado a un trampolín de unos 5 metros hacia el abismo acuático que varios se atrevieron a saltar por diversión o para afrontar sus miedos. Ambos momentos nos demostraban lo impactante y la fuerza de la naturaleza sobre ella misma y sobre todos nosotros, nunca la venceremos, sólo debemos fluir entre sus aguas. A ratos este final me recordó al Pailón del Diablo en Baños, Ecuador. Bueno, hora de descansar que mañana había una cascada un poco mayor a la que llegar.
La segunda jornada para algunos de nosotros comenzó a las 5 AM para situarnos en la playa con el sólo placer de observar el amanecer porque las ansias a ratos nos superaban. Este sería un día especial y era correcto comenzarlo con todos los ánimos. La luna se escondía al borde de su llenado y nos daba la posibilidad de verla llena en unos días.
Es muy diferente la aventura al Salto Ángel en temporada lluviosa o seca, y nuestro caso sería este último. El viaje sería contra corriente en la curiara a motor con un guía (Peter), un ayudante y el motorista. El río se encontraba muy bajo y nos esperaban más de 6 horas en dirección contra la corriente. A pesar de todo, algo ya era cierto: antes de ver el Salto Ángel está era ya toda una aventura.
Pequeñas comunidades encontrábamos al margen del río, que brotaba en colores rojizos y anaranjados. Pasamos con esfuerzo y complicaciones el primero de los rápidos de agua y Peter nos avisa con anticipación que nos quedaban cerca de 60 más como el recién superado. Si quedábamos atascados debíamos bajar de la curiara, empujar con nuestras fuerzas y antes de soltarla subir rápidamente para continuar, todo un desafío. El motorista Antonio era un capo en su disciplina, subiendo el motor cada vez que el cauce del río bajaba mucho y volviéndolo a bajar para conducir el bote cuando era adecuado.
Mucha agua chapoteaba dentro de la lancha, que con el viento y la velocidad lo hacían bastante frío. Dos veces hubo que bajar a ayudar al movimiento de la curiara, cuando Peter (sentado en frente de la embarcación) no lograba controlar el ritmo con remos. A diferencia del Roraima (que es sólo una cadena montañosa de tepuyes) estas gigantescas estructuras de roca acá estaban a todo nuestro alrededor, era verdaderamente sacado de una película salvaje. Fueron largos 83 kilómetros río arriba, lo que nos dio tiempo suficiente para seguir conociendonos y reir como grupo.
Finalmente, en lo que afortunadamente fueron 5 horas y media de viaje, tiempo que incluso sorprendió a los guías que esperaban unas cuantas horas más de trabajo, lo vimos. Es intenso cuando desde el río divisas por primera vez el Salto Ángel allá a lo lejos, como ese gran premio, el tesoro tras una larga búsqueda y un día de aquellos inolvidables. No faltó mucho tiempo antes que pudiéramos tenerlo a la distancia de una caminata desde nuestro campamento, lugar ideal para un merecido descanso y el final de una jornada para recordar.
Hamacas, cocinar entre fogatas y un particular agujero a través del bosque que hacía mirar directo al Salto Ángel era nuestro recibimiento en el campamento. Como niños nos peleábamos las mejores ubicaciones para verlo mejor y así sentirlo más cerca, aunque después de tamaña travesía ya lo palpitábamos. Peter nos recomendaba guardar energías para la mañana siguiente, momento del ascenso, mientras aquella tarde el atardecer detrás de la cascada fue la que se llevó todos los aplausos de la parcialidad. No era un sueño, dormiríamos y despertariamos frente a esta maravilla de la naturaleza.
¿Cómo puedes dormir sabiendo que a la mañana siguiente visitarás la cascada más alta de todo el mundo? Difícil reto, para mi y creo para el grupo también, que los vi menearse de un lado para otro de las hamacas durante horas. Con los primeros rayos del sol fuimos invitados a levantarnos, porque despiertos estábamos hace rato, y tras un suculento desayuno preparado por Alejandro, nuestro ayudante, empinamos rumbo al salto.
La caminata no es pesada, incluye el cruzar dos pequeños arroyos que desembocan en el río principal. Peter nos comentaba que en temporada lluviosa todo es diferente, desde la venida desde Canaima que es más rápida, lo complicado del trekking por la humedad y el barro, y la posibilidad de que el salto este nublado durante toda la estadía. Al entrar a la vegetación selvática nos separamos un poco y cada uno fue siguiendo el mismo sendero, pero intercambiado con sus propias sensaciones y pensamientos. Todo lo vivido, lo pagado, lo sufrido se traducía en esta última pasada, el final del camino. Fue una hora en el bosque antes de alcanzar el primero de los miradores.
Estábamos en soledad a metros del Salto Ángel, cosa muy difícil de realizar en lugares así de exorbitantes, pero el miedo a visitar Venezuela ha hecho que mucha gente de las comunidades indígenas que trabajaban el turismo emigrar por la falta de gente interesada en el paseo, o mejor dicho por el miedo de la gente a realizarlo en este país, porque interesados en venir al Salto Ángel hay por millares. Pocas veces me sentí tan emocionado con una creación de la naturaleza y realmente quisieras compartirlo con todos y cada uno.
En el segundo mirador, unos 10 minutos más arriba, es donde se me vienen a la mente los recuerdos de Tobago y conocer a Jorn, quien fue el primer gatillante en hacerme venir a Canaima, y luego la imagen de Eli encontrándose conmigo en Mérida y buscando convencerme de hacer este paseo juntos. A pesar de estar fuera de cualquier presupuesto de mi viaje, hay ciertas cosas que el dinero no puede comprar, y la verdad que el poder haber vivido está experiencia con ustedes fue el mejor regalo de despedida que pude recibir de este país. Gracias amigos.
Con un pequeño baño de la agua que nace desde la cima misma del Salto Ángel, a 979 metros de altura, dábamos por terminada esta parte del viaje. Un grupo que fue un ejemplo de camaradería y buena onda, donde cada uno fue fiel a su estilo y forma de ser y encontró en nosotros gente en quien confiar, y además con un grupo de guías, Peter, Alejandro y Antonio, que fueron siempre unos trabajadores incansables. Una postal final desde estos confines de la selva venezolana nos recordaría para siempre que aquí estuvimos, que este país tiene maravillas que cualquier otro lugar quisiera y que esperan por nosotros para ser redescubiertas.
La vuelta en barco a favor de la corriente fue rápida, pero no menos intensa. El Auyan Tepuy, imponente montaña con dos crestas y un sacado en el medio se nos aparecía derrepente y pareciese que se despedía de nosotros tristemente, como queriendo que nos quedásemos un poco más, como invitándonos a volver. Esta tierra virgen que poco a poco comienzan a explotar lucha por subsistir y darle a cada uno de sus habitantes lo esencial, alimento y refugio, y el tour que Karla organiza es un fiel reflejo de la preocupación por la gente de Canaima.
Sueño cumplido. La luna llena de fines de Enero fue nuestra despedida de la comunidad y mi particular adiós a Venezuela, un lugar que en 115 días me dio más de lo que jamás podré devolverle. Mucha prosperidad y fuerza en estos años difíciles, sabemos que podrás salir adelante tarde o temprano.