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Boquete: la cima de todo Panamá

Yo no sé cómo funcionan las coincidencias durante los viajes largos. Algunos atribuyen esto a lo que llaman Universo, otros a la obra de Dios, otros al Karma. Yo simplemente les llamo coincidencias. Lo cierto es que después de unos primeros 10 días tensos en mi inicio del continente por Ciudad de Panamá y habiendo pasado por el hospital, con problemas con la policía y perdiendo mi cámara, tuve la oportunidad de arrancar de las malas vibras y caer en el lugar perfecto para una recuperación física y mental completa: el pueblo de Boquete.

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Para mis amigos y lectores brasileros sonará muy gracioso (Boquete significa sexo oral en portugués), pero no hay nada que yo pueda hacer al respecto. Boquete es una pequeña ciudad de montaña al oeste del país y a unos 100 kilómetros de la frontera con Costa Rica. Se accede a ella desde la ciudad de David, donde hay que desviarse hacia el norte y así comenzar a sentir que el viento se vuelve más fresco y el clima mucho más frío, para mi algo perfecto ya que me recordaba al clima de mi casa en Chile.

Boquete es cruzado por las aguas del río Caldera y es conocido preferentemente por las numerosas caminatas alrededor de los montes de Chiriqui y sobretodo por el ascenso al Volcán Baru, el punto mas alto de Panamá con 3475 metros, aventura que era mi objetivo máximo en estas tierras.

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Desde mi lugar de camping en Boquete, el hostal ‘Spanish by the River’ (después hablaré de este singular sitio), coordinamos la subida al volcán junto a dos chicas alemanas, Líne y Rixa, y dos chicas belgas, July y Ellen. Cómo grupo nos iríamos a medianoche a realizar el trekking que según leíamos nos tardaría unas 6 horas en realizar, así llegaríamos al amanecer a la cumbre y podríamos ver la salida del sol. Pagamos un taxi que nos recogió en la noche y nos llevó a la entrada del Parque Nacional, si lo haces de día debes pagar 5 dólares en la entrada, pero por la noche no hay nadie que cobre aquello.

El sendero es facilísimo porque vas siguiendo un camino vehicular de tierra. El frío es intenso al parar más de 15 minutos y por suerte la luna llena alumbraba nuestro andar sin siquiera necesitar encender nuestras linternas frontales. Serían 13,5 kilómetros de caminar con una elevación de 1750 metros, una distancia que no realizaba hace años para un trekking de un solo día. Y luego había que volver, por lo que era un lindo desafío.

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Imaginarán que del ascenso no hay fotos por las condiciones nocturnas que pasamos. En cada paso se sentían los dolores de las últimas semanas, sumado a la altura y al frío que se volvía muy molesto a ratos. A poco de llegar a la come mi rodilla me dijo basta, cosa que me hizo atrasar el paso mientras mis compañeras iban como balas hacia la cima. Ni sed te dan en estas condiciones, solo parábamos por snacks de vez en cuando.

Las antenas eran la evidencia de que ya estábamos casi arriba. También hay zona de camping para quiénes quieren subir cargados. En total hicimos 5 horas y media para llegar a las antenas a las 5:45 de la madrugada, a una hora del amanecer. No les cuento lo que fue esa hora, faltó solo abrazarnos para acumular calor, toda la ropa que traíamos claramente no era suficiente. El viento arrasaba desde todos los rincones y de a poco perdía sensibilidad en mis manos por lo cual ni siquiera podía apretar el botón de la cámara para fotografiar. El pacífico se veía despejado y claro, el Atlántico nuboso. Ahí estuvimos hasta que el sol hizo finalmente acto de presencia, moviéndonos todos hacia donde iluminaba sus primeros rayos.

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Con la luz apareciendo poco a poco comenzamos a distinguir paisajes. Efectivamente el Atlántico estaba completamente tapado en nubes, por tanto el sueño de observar ambos océanos desde la cima no sería posible. Las chicas deciden quedarse en las antenas a descansar mientras yo me marcho a atacar los últimos 30 metros hasta la punta del volcán. A esta altura ya no sentía las manos, mi rodilla dolía como la puta madre y aún había que descender. Camionetas 4×4 llegaban con unos pocos turistas que pagaban 100 USD por lo que nosotros habíamos hecho gratis. Los colores que este tramo final ofrecía eran hermosos.

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No fue fácil llegar al punto más alto de Panama, gente se devolvía por no poder terminar esos últimos 30 metros de altitud que incluían un poco de escalada. Al lograrlo encuentras esa satisfacción, esa oculta felicidad que no sabes desde donde nace, sólo esta ahi. Miraba a todos los costados, por momentos era el más alto del país. No me iba a ir sin este objetivo cumplido y la verdad no defraudó en ningún momento.

Para descender es posible hacerlo por otro camino que llega al pueblo de Volcán, en dirección opuesta a Boquete, pero mi rodilla no me permitiría darme esa licencia.

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La bajada nos entrego muchas panorámicas que no pudimos admirar en la ida. El sol ya comenzaba a calentar y podíamos dejar algunas prendas de ropa de lado. Por mi rodilla ya sabía que sería el más lento del grupo y no había prisa con aquello, cada segundo era recordar de donde veníamos y lo que habíamos logrado, un sentimiento maravilloso.

Dentro de las vistas que encontramos en este descenso están los diferentes miradores, la cama de nubes que pareciese te permite caminar sobre ellas, el polvo que los transportes levantaban a su pasar, e incluso la sorpresa de ver algunos arbustos de Nalca, planta que solo pensé crecía en la Patagonia chilena y argentina. Fueron 4:30 horas de bajada hasta la garita de policía, incluyendo el último kilómetro que creo fue el más largo de la historia.

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De vuelta en el hostal nos correspondía un más que merecido descanso que empezó de inmediato con una tarde completa de dormir dentro de mi carpa. En total fueron 27 kilómetros, 12 horas andando y sobretodo esos 1750 metros de desnivel en ambos trayectos que coronaron el esfuerzo, porque mi rodilla no daba más del dolor.

El hostal ‘Spanish by the River’ fue un verdadero oasis en el desierto para mi. Sin ser fanático de estos hospedajes, acá su administrador chileno Ricardo me hizo sentir como uno más de la pandilla, e incluso me di el lujo de quedarme más tiempo trabajando a cambio de montar mi carpa. Cuenta con camas para 8 personas, un espacio enorme para acampar e instalaciones para dictar clases de español a extranjeros que lo necesiten.

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Este lugar se convirtió en mi hogar por casi dos semanas, y fue así porque tuve la suerte de compartir sitio con extraordinarias personas de todo el mundo que por algunos días fueron mi pequeña familia acá. Alemania, Bulgaria, Turquía, Estados Unidos, República Checa, España, Perú, Finlandia, Francia, Bélgica, Suiza, Inglaterra, México, entre otros. Celebramos cumpleaños, intercambiamos historias de vida, de viaje, arreglamos detalles defectuosos y cooperamos en todo lo que se nos necesitaba para una convivencia agradable. No exagero al decir que es uno de los mejores hostales que he estado en mi vida. Gracias amigo Ricardo, por siempre agradecido.

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Además del volcán hay otras actividades por realizar en Boquete: realizar el sendero ‘Quetzales’ en busca del ave del mismo nombre, visitar las plantaciones de café y degustar las diferentes variedades, perderte entre los numerosos miradores de la ciudad, ir a los cangilones de Gualaca a tomar un baño entre las rocas, encontrar algunas de las cascadas perdidas en medio de la naturaleza o caminar entre puentes colgantes en el Tree Trek. Defintivamente para todos los gustos y precios.

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Recordaré Boquete como un lugar donde viví situaciones físicas extremas, pero también donde me tomé un tiempo para descansar y disfrutar de la compañía de amigos y gente que recordaré por mucho tiempo. Fue muy difícil partir, una sensación que no sentía hace largos años, pero así es viajar. Era hora de levantar el pulgar e ir en busca de nuevas historias por esceibir. Supongo que secando el ojo de la lágrima Boquete se perderá de vista.

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