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Lago Atitlán y el altiplano, orgullosamente maya

El altiplano guatemalteco ofrece paisajes culturales y naturales espectaculares. Extensas cadenas montañosas, impresionantes colosos volcánicos y hermosos lagos sirven de escenario para compartir con la verdadera cultura Maya viva. Son más de una docena de grupos mayas que habitan esta región, cada uno con su propia gastronomía, vestimenta, tradiciones e incluso lengua. Entre ellos puedo nombrar a los Tzutujiles, Kiches y Kaqchikeles, quienes orgullosamente mantienen firme su cultura e identidad.

La primera parada fue en Tecpán, conocido por ser base de uno de los mercados indígenas más grandes de la zona, sólo superado por el de Chichicastenango, siendo ambos realizados cada jueves y domingo. En esta feria al aire libre cientos de habitantes nativos de las localidades aledañas llenan el centro de Tecpán con sus diferentes productos de todos colores. No exagero al decirles que por la mañana no entra un alfiler en este lugar.

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Lo que más llama la atención en el mercado son los telares típicos, vestimenta que los indígenas (sobretodo las mujeres) utilizan a diario. Son de una calidad muy precisa y tienen un costo muy alto, pero que para ellas y su costumbre de vestirlas se vuelve esencial. Sólo la falda, si fue hecha a mano, puede llegar a costar 300 dólares, por lo que la profesión de costurera es una muy respetada entre ellos. Otra cosa que llama profundamente la atención es la facilidad de las féminas para cargar grandes cantidades de peso sobre sus cabezas, casi como si fuese parte de su propio cuerpo. Hasta este día creía a los mayas extintos, pero no, esta gente mantiene viva esa chispa que hace que esta antigua civilización siga con vida conservando muchas de sus tradiciones.

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En Tecpán conocí a Jhonathan y Héctor, unos genios absolutos y muy incomprendidos en la zona. Viviendo en las afueras de Tecpán, ambos emprenden en diferentes negocios en la ciudad y deben convivir diariamente con la forma de ser de los indígenas y sus costumbres. Dentro de sus recomendaciones en mi paso por este lugar, me hicieron visitar el sitio arqueológico de Iximche, a pocos kilómetros del centro de Tecpán. Aquí es donde se debe hacer todo lo necesario para intentar lucir como chapín porque en las ruinas los nacionales pagan 5 quetzales, mientras que para extranjeros esa cifra se multiplica por 10, quedando en ridículos 50 quetzales.

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El sitio arqueológico de Iximché (nombre para ‘árbol de maíz’) fue la capital del reino kaqchikel a fines de los años 1400 y principios de 1500. A su entrada cuenta con un museo para observar diversos objetos rescatados de las excavaciones, como esculturas y cerámicas y también relata diversas historias como la de 1524 cuando Iximché fue atacada por Pedro de Alvarado y el ejército colonizador para luego quemar la ciudad y así fundar una nueva ciudad cercana.

Hoy Iximché muestra a nosotros algunos de sus templos piramidales, palacios, sus numerosas plazas y dos campos de juego de pelota. Considerado Monumento Nacional, es visitado normalmente por turistas locales y también indígenas que siguen encontrando en este lugar un sitio sagrado maya, tanto así que al fondo de las ruinas y tras caminar un pequeño sendero se llega a una zona para la realización de rituales ancestrales. Una caminata de algunas horas que permite hasta un pequeño descanso en medio de estas históricas construcciones.

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Tras Tecpán la siguiente parada era el popular Lago Atitlán, al cual se accede fácilmente desde el pueblo de Panajachel, a orillas de sus aguas. Como soy un terco de porquería, había observado en mi mapa otro camino para llegar al lago donde me advertían que no encontraría vehículos para pedir jalón, pero como siempre me termino saliendo con la mía, fue un día cansador de viaje, pero muy fructífero cruzando pueblos escondidos como Santa María Visitación y encontrando casualmente un mirador del Lago tan alucinante que decidí bajar de la camioneta en que venía y quedarme unas horas ahí sentado sólo a mirar.

El Lago Atitlán, considerado como uno de los lagos mas bellos del mundo, estaba ahí frente a mi. A su lado se observan los tres impresionantes volcanes, Atitlán, Tolimán y San Pedro, que se bañan en sus aguas y también pintorescos pueblos indígenas de origen maya como San Juán La Laguna y Santiago Atitlán. Este sería el sitio ideal para experimentar la sorprendente fusión entre la cosmovisión maya y la fe católica, y sin querer queriendo, significaría para mi el reencuentro con viejos amigos.

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De los muchos pueblos que bordean el lago mi primera parada fue en San Marcos La Laguna, de frente a los tres volcanes antes mencionados. Esta es una aún pequeña comunidad, algo hippie, tranquila, no tan turística, pero por sobretodo pacífica para quien vaya a pasar una tarde caminando por sus angostas calles o transitando en tuktuk. Mientras buscaba un lugarcito donde ver el partido de Uruguay con Portugal me cruzo con un buen amigo artesano nicaraguense, Yarrince, quien voló de su tierra natal junto a su novia Adelaide por la situación actual del país, y como este planeta es un pañuelo, ellos se encontraban con Alba, catalana que también había conocido días atrás en Antigua Guatemala. Supongo que cada uno atrae las buenas energías de los otros y estábamos en el sitio correcto para esta fenomenal coincidencia.

De San Marcos la Laguna es posible cruzar al frente a San Pedro La Laguna por lancha, el único medio de transporte conveniente en la zona, en un trayecto que vale 10 quetzales. San Pedro es el pueblo más turístico de todos, ahora último conocido mundialmente porque posee una política de cero tolerancia a las bolsas plásticas, lo que hizo que todos los locales comerciales se cambiaran a la bolsa de papel y que cada ciudadano posea su propia bolsa reutilizable. ¿Increíble no?

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Pero mi lugar base alrededor del lago no sería San Marcos ni San Pedro, sino que Santiago Atitlán, pueblo no tan turístico, pero que me acogió de la mejor forma gracias a René y su familia. Desde San Pedro o Panajachel se llega a este lugar en lancha pagando la para mí desorbitante suma de 25 quetzales, mientras que a los locales el costo es de 10, motivo que me tuvo peleando desde mi llegada al pueblo. Al no ser tan turística, Santiago muestra una fachada más genuina de las costumbres de los pueblos indígenas que viven aquí, donde el idioma Tzutujil es dominante por sobre cualquier otro.

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En Santiago caminé por horas, probé todas y cada una de las comidas que ofrecían los lugareños (lo que me llevó a una terrible indigestión) y aprendí de la vida Tzutujil viviendo con una familia del lugar. Guatemala es el corazón del mundo maya con más del 50% de su población bajo ese origen y en este momento yo me sentía en el mero centro de aquel corazón. Son más de 20 lenguas las que se pueden escuchar en este territorio y en sitios turísticos como este lago es común incluso que del idioma nativo se saltan directo al inglés, por sobre la supuesta lengua soberana que es la española.

En el caso de la vestimenta, Santiago significo para mí el observar por única vez a los varones utilizando la ropa tradicional maya con esos pantalones blancos a rayas, la camisa, el sombrero tradicional y todo ajustado con aquel cinturón de colorida tela. Un pueblo que ha aprendido a mezclar sus creencias religiosas con la ‘verdad’ traída por los españoles en la colonia, cuestión que observaría mucho más fuerte en mi próxima y última parada, Chichicastenango.

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Madrugando para tomar la primera lancha a Panajachel y luego de la típica discusión por el valor extremo del pasaje, comencé el viaje a dedo a Chichicastenango. Para llegar allí es preciso cruzar Sololá, acceder a la ruta principal y desde allí a Los Encuentros, donde uno se desvía al norte, hacia tierra kiché. Sabía que al no ser ni jueves ni domingo no vería la efusividad del mercado indígena más grande de la región, pero buscaba aprender un poco sobre esa relación tan estrecha entre la religión católica y estas comunidades locales que tan impregnada la tenían.

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En el centro de Chichicastenango encontramos este pequeño mercado permanente de los nativos del pueblo donde es posible comprar desde vegetales, flores, ropas, artesanías y hasta animales de corral. A pesar de ser extenso, la gente decía que no era nada comparado con el día en que todos los indígenas de las aldeas bajan a vender sus productos. Si se convierte hasta en un atractivo turístico para gente de todo el mundo.

A su costado se ubica la iglesia de Santo Tomás, que justo se encontraba en horario de misa. Entré y escuché atentamente el sermón ante una multitud que llenaba el lugar, y a pesar de que el idioma natal de esta zona no es el español, la misa así lo era. Sin importar lo oscuro del interior se podía diferenciar el mucho colorido de los atuendos de todos los presentes y lo muy concentrados que se encontraban bajo su propio rezo y sus peticiones o agradecimientos, situacion que se volvió más intensa cuando al finalizar la misa muchas personas se devolvieron a la puerta de entrada de rodillas desde el altar, algo que ya había visto en Tecpan unos días atrás. El sincretismo religioso entre la fe católica y la cosmovisión maya ha sido una mezcla que ha traspasado de generación en generación y de la cual estos pueblos mayas hoy por hoy se sienten orgullosos.

Esta parte del viaje ha sido de un aprendizaje tan grande que lo llevaré siempre conmigo como patrimonio de Guatemala y de toda Centroamérica, porque los mayas y todo lo que ellos significan están más vivos que nunca.

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