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Belize, el hijo no reconocido de Centroamérica

El séptimo y último de los países de este continente centroamericano, y al mismo tiempo el más diferente de todos. Colonia española que luego de aguantar el asedio maya por siglos y luego el ataque de la colonia británica debió ceder el territorio ante estos últimos tras la fatídica batalla en el cayo St. George en 1798 que dio a Gran Bretaña el control de este lugar, cosa que explica que sea el único país de la región que adoptó el idioma inglés y las costumbres anglosajonas a pesar de seguir siendo «legalmente» españolas. En 1973, cuando su nombre era la Honduras británica, consiguen su independencia y adquieren el nombre actual en honor a la ciudad más poblada, Ciudad de Belize.

A nivel mochilero es un destino que muchos de nosotros esquivamos por ser extremadamente caro comparado con todos sus antecesores, vengas desde el sur de México o desde el noreste de Guatemala, se sale completamente de los estándares económicos de los países latinos. En mi caso la intención era permanecer en el país al menos una semana para poder contarles al menos algún indicio de lo que Belize significa para la región y además para demostrar que también se podía hacer de una forma barata, y la verdad es que el resultado fue fenomenal.

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Entré a Belize desde Guatemala por la frontera de Melchor de Mencos, a unos 100 kilómetros de mi parada anterior en las ruinas de Tikal. El viaje a dedo, como en todo el país, fue de maravillas hasta arribar a migración, no sin antes recibir la advertencia de que podrían no dejarme entrar por la poca cantidad de dinero que cargaba (40 dólares americanos). En Belize el cambio es 2:1, por lo que aquel dinero se transformaba en 80 dólares beliceños, los cuales en un principio no alcanzan para mucho. Afortunadamente nunca consultaron sobre aquello, pero si acerca de la cantidad de días que pretendía permanecer, a lo que contesté que 10 días. El policía de migración ofreció 12 días para calzar mi salida con el fin del mes de Julio y también me informó que Belize cuenta con un impuesto a la salida que es de 15 USD si me quedo en el país menos de 24 horas (para quienes sólo atraviesan de Guate a México) y de 20 USD para quiénes permanecen más de dicho tiempo, así que a la salida tendría un gasto obligatorio no considerado.

Desde ahí el viaje a dedo fue tranquilo e interesante volviendo a intercambiar palabras en un extraño inglés con los locales, la mayoría de origen afroamericano y latino, y atravesando ciudades como San Ignacio, Santa Elena y Belmopán. Con las horas fui resolviendo algunas dudas en que me encontraba errado respecto a Belize, como que su capital no es Cudad de Belize, sino Belmopán (se cambió en 1970 después del paso del huracán Hattie), que el inglés no era el idioma más hablado, sino realmente era el kreol beliceño y en menor medida el español; pensaba que como buena colonia inglesa conducían por la izquierda de la carretera, costumbre que no adquirieron, y que su moneda era el dólar americano, que como ya les conté también era un error. Ignorancia absoluta. El sistema de buses, de no resultar el dedo, no es costoso y es rápido en los ya conocidos «chicken buses» que corren por todo Centroamérica.

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Mi anfitrión en Belize no pudo ser mejor, Ravi, un beliceño de origen pakistaní me recibió en su hogar en Hattieville, dándome en un principio una pincelada de información sobre este nuevo destino en mi viaje. De entrada le compartí que mi único pensamiento al escuchar de Belize era la de un sitio para esconderse al leer que alguna vez familiares de Pablo Escobar o el polémico John McAffe estuvieron «viviendo» en este lugar. Él me enseñaría lo que necesitaría saber, y no sólo eso, me llevaría a lugares al alcance del bolsillo mochilero que demuestran que Belize es más que sólo un lugar para huir de la justicia.

Durante mi estadía en su hogar visitamos el Blue Hole National Park, un cenote muy económico (4 dólares beliceños) con colores sensacionales en las cercanías de Belmopán, así como también las playas del sur como Dangriga y Hopkins. Ravi fue, además, mi guía turístico en Ciudad de Belize, un lugar que para ser franco no merece mucho tiempo de estadía y además mentiría si no dijera que algo de nervioso me puso caminar por sus calles. Un último viaje realicé con compañeros de trabajo de Ravi hacia la comunidad menonita de Shipyard para atestiguar el estilo de vida particular que estos descendientes de alemanes poseen, viviendo sin electricidad ni tecnología y conduciendo aún carruajes antiguos construidos por ellos mismos. Finalmente Belize cuenta con numerosas ruinas mayas que desistí de visitar por lo alto de sus precios.

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Como suele acontecer en cada país que visito, la gastronomía no podía quedar fuera, y Belize tiene interesantes exponentes. Como buen país caribeño, el arroz con frijoles en leche de coco (llamado rice and beans) es primordial, pero también encontramos los fry jack, muy similares a las sopaipillas chilenas o a las tortas fritas argentinas, además de los garnaches (primera foto), el johnny cakes o los meat pies, el conocido pie de carne. El resto de la alimentación es similar a lo que ya venía degustando en Centroamérica, como tamales, ron, estofado de gallina y el desayuno de frijoles con tortilla y diferentes agregados. Ravi se esmeró en que los probara todos y cada uno.

Por último, como buen fanático del basquetbol al igual que mi compañero beliceño, asistimos a un juego FIBA oficial entre las selecciones de Belize y la de Costa Rica por un cupo en el Copa América de 2021 en que lamentablemente el equipo local perdió. No sólo eso, junto a los amigos de Ravi pude volver a jugar este hermoso deporte después de meses de no realizarlo, y dándole más de alguna sorpresa a los chicos que pensaban que sólo lo hacía por diversión.

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Por otro lado, existe un destino al que desde un principio eliminé de mi ruta por lo muy costoso de visitarlo, pero como el viaje fluye y fija su propio rumbo, de pronto me vi comprando un ticket ida y vuelta hacia el Caye Caulker, una de las paradisíacas islas turísticas del caribe beliceño. El pasaje tiene un valor de 22 dólares beliceños ida y vuelta en water taxi para un viaje de 45 minutos, lo cual a razón del país no tiene nada de costoso. No podía creerlo, hace 4 meses en Costa Rica que no visitaba el caribe y sus aguas turquesas, como vuela el tiempo.. Un lugar tranquilo, ‘chill’ como dirían por acá. Marihuana, agua de coco, playa, la onda caribeña en su totalidad. En el taxi aprendería que la isla antes era una sola, pero que tras un huracán de hace unos años la parte norte se separó del centro del cayo para formar dos pequeñas islas, y la que pisábamos en este momento era el cayo sur.

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Aluciné con la cantidad de carritos de golf que circulan alrededor de la isla, el medio de transporte más utilizado. En el sur de esta parte de la isla viven los locales, mientras que en el norte está el movimiento turístico, incluso en el lugar donde ocurrió la separación del huracán se instaló un bar restaurant llamado «the split» (la división). Por mi parte decidí no pagar los 10 USD que costaba el camping más económico y simplemente me digné a conversar con los beliceños hasta encontrar alguien que se animara a darme un pequeño sitio donde acampar por libre, es todo lo que necesitaba. Lo que no sabía era que estaría a dos metros del mar, cerca de una de las pocas playas de este lado de la isla y frente al mejor atardecer que vería en semanas. De aquí en adelante fue simplemente nadar, observar a quienes hacían kitesurf ante un viento no muy apto para realizarlo y claramente, quemarme a más no poder.

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Con las horas hice amistad con un chico local llamado Austin, pescamos en el mar y cocinamos un delicioso arroz con pescado mientras él me contaba las penurias que había sufrido para llegar a este lugar. La isla por la noche era un manto de ruido y alcohol y estos dos desconocidos disfrutaban de un íntimo y breve momento de paz; también compartí con una madre y una hija argentinas que de vacaciones en Guatemala decidieron apostar por unos días en esta parte del caribe y con quienes incluso me di el lujo de visitar el cayo norte dividido en una embarcación «gratuita» que te lleva a un bar restaurant llamado Koko King que te obliga a gastar 10 USD en consumo para poder regresar. Eso y el atardecer que vivimos nadando la noche anterior fue la despedida ideal a este país que para tan poco tiempo de estadía, mucho me entregó. Gracias a esas amistades de 24 horas que te llenan el corazón es que es injusto decir que siempre viajo solo.

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Para terminar, un día a dedo desde el centro del país hacia la frontera con México, en Corozal, cambiar los últimos dólares beliceños en la free zone que ahí se encuentra y acceder a México bajo una tormenta horrible que me obligó a pagar el primer trayecto en bus. ¿Lo bueno? En la terminal conocí a un chileno de Valdivia que venía de hacer toda la ruta que me aprestaba a realizar, por lo que una tranquila charla de dos compatriotas esperando nuestros buses da cúlmine a este capítulo llamado Belize, fueron en total 10 días muy intensos que no olvidaré. Siendo el día 666 del viaje finalmente llegaba a México. Que viva todo.

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